El cine de terror de los 70 y 80 es uno de los más potentes, apreciados e influyentes, con directores hoy legendarios. Pero supo enfrentar un adversario más implacable que cualquier monstruo de la pantalla: la censura de Gran Bretaña. Por aquel entonces, la British Board of Film Classification (conocida por las siglas BBFC) respondía a la visión conservadora de la primera ministra Margaret Thatcher. Según ese gobierno, los largometrajes con sexo, violencia e imágenes consideradas aberrantes afectaban en comportamiento de los espectadores, al punto de incitarlos a cometer crímenes. Muchas películas debieron ser sometidas a cortes muy severos, pero otras directamente fueron censuradas. En pleno auge del VHS surgió el término video nasty para referirse a esas producciones. Las penas eran severas e incluían la cárcel para cualquier que intentara distribuirlas. Eran habituales las redadas en videoclubes, aunque la gente encontraba la manera de saborear esos manjares chorreantes de sangre y otros fluidos.
Censor nos transporta al severo Reino Unido de 1985, y mediante el lenguaje propio de un video nasty. Enid Baines (Niamh Algar) es la censora más exigente del BBFC. Su frialdad inquieta a sus propios colegas: ninguna atrocidad parece conmoverla y no duda en tomar las medidas más extremas para evitar su difusión entre el gran público. Su porte parece igual de inquebrantable. Sin embargo, vive atormentada por un trauma personal: de niña no pudo evitar la desaparición de Nina, su hermana, en medio del bosque. Aunque pasaron años, está convencida de que aún vive. Y cree confirmarlo cuando, por pedido de un enigmático cineasta especializado en films extremos, ve una copia de la película Don’t Go in the Church. Una de las secuencias involucra a dos mujeres en un bosque, ante una cabaña, amenazadas por el asesino de la historia: Beastman (Guillaume Delaunay, que luce como una mezcla de Michael Berryman y Peter Steele, recordado vocalista del grupo de rock gótico Type O Negative). La sorpresa de Enid es total cuando descubre que una de las actrices, Alice Lee (Sophia La Porta) luce como podría hacerlo Nina ahora. Se propone descubrir la verdad, aún cuando deba atravesar límites impensados.
Luego de una serie de cortos (como Nasty, su primer acercamiento al tema), la galesa Prano Bailey-Bond debuta en el largometraje un descenso a los infiernos que no reniega de sus influencias. Hay elementos de terror italiano -no sólo giallo-, de David Cronenberg -inevitable pensar en Videodrome– y la concepción del horror que Clive Barker plasmó en su colección de cuentos Books of Blood y en Hellraiser. Aún así, la directora da muestras de una voz personal, donde una atmósfera tensa e lúgubre puede darle la bienvenida, en instantes concretos, a la brutalidad más salvaje. Al mismo tiempo, le bastan unas pinceladas para lograr una recreación de época y de un ámbito laboral, sobre todo a partir de la represión que rodea a la protagonista. El desempeño de Niamh Algar también es decisivo para el retrato de las distintas facetas del personaje.
Censor nos recuerda una etapa de férrea censura e invita a reflexionar sobre el vínculo entre realidad y ficción, y presenta a una cineasta fascinante, lista para proyectos más ambiciosos y seguramente retorcidos.
(Reino Unido, 2021)
Dirección: Prano Bailey-Bond. Guión: Prano Bailey-Bond, Anthony Fletcher. Elenco: Niamh Algar, Nicholas Burns, Vincent Franklin, Sophia La Porta, Adrian Schiller, Michael Smiley, Guillaume Delaunay. Producción: Helen Jones. Duración: 84 minutos.
