Miss Kicki (Suecia/Taiwán, 2009)
Dirección: Hakon Liu. Guión: Alex Haridi. Producción: Lizette Jonjic. Elenco: Pernilla August, Ludwig Palmell, He River Huang, Eric Tsang. Duración: 88 minutos
“…un lugar de ausencia
un hilo de miserable unión…”
Fronteras Inútiles, Alejandra Pizarnik
Miss Kicki habla de las soledades. Soledades elegidas, impuestas, dolorosas, amables, que anhelan la compañía, tal vez fugaz, de otra soledad. Porque a lo largo de la película hay búsqueda y necesidad de otro, pero aun los lazos que se generan terminan siendo distantes, dado que todos sus personajes parecen vivir retraídos. Sin embargo, hay un mundo enorme dentro de cada uno, contenido tal vez por miedo o pudor (o miedo ligado al pudor de mostrarse), que, a partir de la segunda mitad de la película, comienza a expresarse a través de la música incidental, prácticamente ausente en el inicio.
Kicki (Pernilla August) es una mujer que promedia los cuarenta años, a quien conocemos mientras mantiene un romance a distancia con un empresario taiwanés a través de su webcam. Ese mismo día es también su cumpleaños y recibe la visita de su madre y su hijo, Viktor (Ludwig Palmell), un chico de unos diecisiete años al que solamente la une el haberlo traído al mundo. Él vive con su abuela. De su padre no se conoce la identidad. Pero Kicki viaja a Taiwán y termina yendo con él. Ocultándole las verdaderas intenciones de su travesía, en ningún momento pasan más de una hora juntos, motivo por el cual Viktor entabla una amistad homoerótica con un joven local llamado Didi (He River Huang), hijo de un alcohólico adicto al juego y huérfano de madre.
En ningún momento se rompe con los espacios vacíos, y las muestras de cariño parecen asomar tímidamente a través de gestos simples y charlas, en apariencia, banales. Surgen un par de momentos de tensión: el primero, de una cruel incomodidad que se trasmite en miradas muy bien dirigidas; el segundo, cargado de un desesperado instinto maternal, momento en que la música se apropia de la escena y vemos por primera vez a Kicki en el rol de madre. Así y todo, ambas situaciones se resuelven con una afectividad remota y los personajes vuelven a su transitar melancólico, aunque transformados en su interior.
La película tiene un tono realista, y resulta notablemente irónico que, si bien se supone que transcurre en un viaje de vacaciones, no haya postales turísticas en sus imágenes. Muy por el contrario, es de la mano de Viktor y su amigo Didi que se nos muestra el costado marginal del lugar, mientras que de la mano de Kicki se nos va mostrando la frialdad de la gran ciudad, sus rascacielos y trajes. La película, además, cuenta con actuaciones que pueden parecer frías pero que, en el fondo, destilan dulzura. Aquí los contrastes culturales e idiomáticos y el lenguaje físico terminan pareciendo la excusa ideal para que sus protagonistas hagan el esfuerzo de comunicarse con los demás. De todos modos, son las soledades las que terminan imponiéndose.