A Yami Ruiz
Just give some tenderness beneath your honesty
You don’t have to lie to me
(“Tenderness”, Paul Simon)
Los sonidos y silencios de Érase una vez en Venezuela (2020) sugieren la desaparición paulatina de las pocas certezas restantes en el Congo Mirador. En particular, los ladridos lejanos y los cantos de los pájaros advierten cómo este retrato capta con sutilezas lo inhóspito en contraste con la ternura de la narradora y las contradicciones explícitas de los personajes. Empecemos primero por ellos.
Este pueblo en la ribera del estado Zulia enfrenta graves problemas de sedimentación por falta de dragado. Además Natalie, la única maestra de la comunidad, no puede dar clases. Y las próximas elecciones parlamentarias son un descarado incentivo a la población para ofrecerles celulares y el velado preámbulo al alcance cada vez más reducido de la oposición partidista. Los supuestos acuerdos entre los consejos comunales y las autoridades de la gobernación ponen al frente las problemáticas mencionadas. Y si apenas son escuchadas, no buscan resolverlas. Sus propias manifestaciones sobre el difunto Hugo Chávez idealizan la impronta tiránica hasta el punto de que Tamara, dirigente partidista, bese un action figure alusivo al comandante.
A través de esta frontal ingenuidad politizada, la realizadora Anabel Rodríguez Ríos procura un puente desde su ternura narrativa sin perder de vista ciertas ironías a nivel visual. Ahora, qué significa aquí la ternura. Pues no nos bastará la definición de los diccionarios pero sí la gravedad de que una adolescente se haya casado a los 14 años y esté esperando a su segundo hijo. Anabel, además una de las camarógrafas, contrasta esto en escena e interviene fuera de imagen cuando las hermanas de esta madre adolescente, más jóvenes o por lo menos contemporáneas, le respondan “no” cuando la propia directora les pregunte si quieren casarse.
Aunque esta obra se ubique más del lado del registro documental, su perspectiva se hermana con coproducciones venezolanas claves de esta década. Como Desde allá (2016), La soledad (2016), El amparo (2018) y La familia (2018)*, aquí denuncian sin maniqueísmos el grave deterioro del país. Y si en José la ternura provenía de la mirada, aquí viene de la voz y en ninguno de los casos es motivo de fragilidad, aún si nos parece impostada la voz narradora de Anabel. Hará de compensación a adulteces aceleradas y niñas sin escuela. Y es un puente sonoro mientras las casas van siendo trasladadas en botes una a una. Si aquí la palabra migración es laxa para sostener las urgentes causas que la motivan, este documental estrenado por streaming en Sundance elabora tales factores sin victimizar a los migrantes pero aprovechando las diversas nociones de estructura inestable de hogares construidos sobre aguas.
Y quien crea que el diseño sonoro es un superfluo giro estético, observe la escena inicial donde se habla del inexplicable fenómeno de los relámpagos sin truenos del Catatumbo, a kilómetros del Congo. También puede fijarse en cómo Arias Cárdenas, gobernador del Zulia, desatiende las preocupaciones de la dirigente debido a una llamada telefónica. Ambas circunstancias acentúan el aislamiento reiterativo de una persona, un pueblo y finalmente todo un país.
Por otro lado, hay en los tonos tricolores del Congo un sentido partidista. Pueblos como este son incluso denominados “barriadas tricolores”. La fotografía de John Márquez aprovecha los matices de los amarillos, azules y rojos para diluir este discurso patriotero. Así indaga en las ambivalencias de cada actor político. Los rojos no solo los visten los chavistas y cuando ocurre, como en la primera escena, su voz es ronca frente a la emoción de un pueblo desolado. La maestra de la escuela viste varios azules, como celestes también son las paredes con el grafiti de Chávez en negro. Y la dirigente viste varios amarillos y beige.
Finalmente veamos en particular el montaje de la escena posterior a los resultados electorales. Fuera de campo escuchamos el discurso de Maduro aceptando regañadientes la derrota. Mientras, en la imagen surcamos el río desde la lancha y sin pasajeros visibles. Cuando esta choca con las plantas acuáticas los ruidos interrumpen las amenazas de retaliación del todavía presidente. Contrastará la voz sosegada de Anabel quien resume las medidas tomadas en meses posteriores por el gobierno para limitar las funciones de la Asamblea recién electa. Al final la búsqueda de una ternura narrativa no los salvará, pero por lo menos brinda distancia para atisbar el contraste a una tiranía y matices a una situación incomprensible.
*Como han dicho algunos críticos, estas obras heredan la línea del neorrealismo italiano, iniciaciones similares a las de Mouchette o Baltazar en los clásicos de Bresson o del coming of age estadounidense. Lo diferente en la obra de Anabel Rodríguez Ríos es que su postura diáfana se mantiene desde el comienzo hasta el final y más bien el amargo aprendizaje queda en nosotros espectadores.
© Eduardo Alfonso Elechiguerra, 2020 | @EElechiguerra
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