PERRO FUERTE, PERRO DÉBIL
The Power of the Dog es una revisión progresista de la vida en el campo estadounidense en la primera mitad del siglo pasado. El momento (no el de la ficción, sino el nuestro) impone este tipo de ejercicios, más todavía desde que Hollywood se puso al frente de la ola woke y llevó este cambio de imagen a una buena parte del cine industrial planetario. La operación es simple, se trata de tomar un terreno más o menos señalizado por el cine (en este caso, el western) para barrerlo con la grilla moral del presente y obtener así un puñado de anacronismos que aseguren la indignación. Como si los relatos de esta época no alcanzaran para esas faenas, el cine mira cada vez más hacia el pasado. Sucedió hace poco en El último duelo, cuyas dos primeras historias se dedican a retratar en detalle las dificultades de la vida durante el Medioevo francés, solo para que una tercera resignifique las anteriores desde una mirada feminista. Al igual que los guerreros toscos y cansados de Ridley Scott, los rancheros de Jane Campion tampoco parecen muy versados en cuestiones de género y justicia social.
A los hermanos Burbank les va bien con la ganadería, pero los dos están incompletos: Phil disfruta de la vida en el campo y sus placeres salvajes y martiriza a George, que prefiere las comodidades de la civilización. Un día George conoce a una mujer, se enamora y se casan. Rose se muda a la gran casa familiar con su hijo, un joven escuálido y retraído que lo desconoce todo del campo, es bueno para hacer flores con papeles y se deja llevar por la madre. ¿De dónde salio Peter, cómo pudo ese entorno inhóspito, incluso ese tiempo (1925) producir un adolescente tan exageradamente delicado y meditabundo? La película no se esfuerza por explicar ese origen, como si nos dijera que lo que hay ahí es un estereotipo joven del presente, una figura extemporánea que se inserta a la fuerza en la ficción, necesaria para iniciar el cuento sobre la discriminación. Peter viene entonces a introducir una diferencia absoluta, la llaga contemporánea en un mundo de modales rudos y rituales primordiales.
El festín de comportamientos reprobables no se hace esperar. Desde el primer momento, Phil maltrata a Peter, lo ridiculiza frente a sus compañeros. Mientras el chico sufre el acoso público de su tío, la madre padece las escaramuzas privadas del cuñado destinadas a quebrarla. Pero nadie la pasa muy bien en The Power of the Dog, ni siquiera el propio Phil. La película no cree que en ese mundo pudiera haber resquicio alguno para una felicidad mínima, entonces retrata a un puñado de seres rotos que disimulan como pueden su desgarro esencial. La mayoría padece las oscilaciones del ánimo tiránico de Phil y de sus empleados, que lo secundan en sus ataques. Masculinidad tóxica: vergüenza de estos rancheros que todavía no se deconstruyeron. Caída de Rose: esta mujer está lejos del empoderamiento femenista y del marco teórico. Phil tampoco se siente muy bien y parece que reprime deseos innombrables: a fin de cuentas, nadie escapa de los mandatos aplastantes del patriarcado, ni siquiera sus agentes más aventajados.
¿Qué queda entonces? Poco y nada, porque Campion no dispone mucho más fuera de esas prestidigitaciones. No hay, por ejemplo, un retrato especialmente realista de la vida en el campo, ni un relato más o menos enérgico que permita distraernos un poco de la moralina general, ni un cuidado notorio por la puesta en escena. No es que la directora no entienda el western, sino que no tiene en verdad ningún interés en el género, solo le importa el contexto, el setting, el escenario que le permita jugar el juego de la fábula anacrónica. Las actuaciones son más o menos competentes, pero ni siquiera todas: Kirsten Dunst transpira entre las sábanas y se arrastra para exagerar la borrachera de Rose, mientras para hacer a George Jesse Plemons no mueve un músculo, entra y sale de las escenas como si nada lo movilizara, ya no en términos afectivos sino actorales (nota de color que se descubre revolviendo Wikipedia: Dunst y Plemons fueron pareja y llegaron a comprometerse hace algunos años). Benedict Cumberbatch cumple con lo que se espera de él, aunque se lo nota fuera de registro: el hombre es un intérprete móvil y elástico, con algo de bailarín incluso, un bufón elegante cuyas habilidades se aprovechan mejor en la comedia que en un moroso drama de frontera. A fin de cuentas, Kodi Smit-McPhee, que hace al joven Peter, se las arregla para suscitar una intriga que cautiva la atención a pesar de la groserías del guion, mérito que seguramente pertenezca más al actor que a la directora. El chico se para frente a la cámara con su silueta extrañísima, como de árbol viejo y seco, y mira a los otros con una mezcla de altanería y desencanto que sugiere algo más, una reserva de vitalidad y misterio que la película es incapaz de insinuar por otros medios.
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(Reino Unido, Canada, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos, 2021)
Guion, dirección: Jane Campion. Elenco: Benedict Cumberbatch, Kirsten Dunst, Jesse Plemons, Sean Keenan. Producción: Jane Campion, Iaim Canning, Roger Frappier, Tanya Seghatchian, Emile Sherman. Duración: 126 minutos.