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DOSSIER

A propósito de “Carta de una Enamorada” (y a propósito de Joan Fontaine)

Digamos que hay que recordar a Joan Fontaine porque se murió hace poco,
digamos también que hay que recordarla porque tiene una mejor filmografía que
Peter O’Toole -cuya muerte opacó un poco la de ella- y digamos también que hay
que recordarla porque en estos días la mayoría de las necrológicas la
describían como “la actriz de Rebecca
de Hitchcock”, recuerdo que esta actriz no merece porque ni Rebecca fue su mejor actuación, y menos
que menos está entre lo mejor de Hitchcock. Si hay que recordar a Joan Fontaine
por una película es por su personificación de Lisa Brendle en Carta de una Enamorada (Letter from an
Unknown Woman, 1948) de Max Ophuls que, dicho sea de paso, un alma caritativa
subió subtitulada a youtube.

Verla no sólo es recomendable sino obligado para cualquier cinéfilo por
varias razones. Quizás la primera que encuentro es que a mi entender Max Ophuls
es junto Douglas Sirk el director de melodramas por excelencia aún cuando ambos
hayan representado formas prácticamente antitéticas de abordarlo. Si Sirk lo
hizo muchas veces a partir de situaciones explosivas y una estética
multicromática, Ophuls construyó melodramas implosivos, en donde a partir de
una puesta en escena refinada y elegante (el cine de Ophuls debe tener los
movimientos de cámara más exquisitos que se hayan hecho nunca) y personajes tan
obsesionados con sus pasiones como con los “buenos modos”. Quizás la mejor
síntesis de esto último en Carta de una Enamorada se encuentre en el momento en
el que la madre de Lisa Brendle le comunica a su hija hace un tiempo está en
pareja con una persona.

La forma en la que lo expresa es con estas palabras: “Bien,
comprendo que te sorprendieras al verme con el señor Kastner, puede que yo
tenga la culpa, por no haberte dicho nada hace tiempo”. La situación es rara:
una mujer sale mucho tiempo con un hombre y no le comunica nada a su hija
durante el transcurso de esa vivencia. O quizás la situación no sea rara en el
contexto de una película como esta. Después de todo en la escena en que la
madre le está contando esto a su hija su propia progenitora le está guardando
el secreto a su madre de que ella hace años está enamorada de un pianista
llamado Stefan Brand que vive en su mismo edificio. Cuando Lisa crezca, se haga
una señorita y “conquiste” a ese pianista, tampoco le va a decir a él que ella
era la adolescente de otras épocas y el propio Brand le hará creer que ella es
la mujer de sus sueños cuando en verdad sólo será una aventura más. Lisa
quedará embarazada esa noche pero decidirá no comunicarle nada al pianista,
quien vivirá los próximos años sin saber que tiene un hijo caminando por las
calles de Europa.

Tanta incomunicación junta deriva en que Carta de una enamorada sea
justamente un relato en el que la figura del secreto sea absolutamente
recurrente, por eso también la ironía del film es que tenga en su título
(incluso cuando se traslade literalmente el del inglés el mucho mejor  y
más sugerente “Carta de una desconocida”) una palabra que remite a una forma de
comunicación como un envío de correo.  La carta en cuestión es la que le
escribe Lisa a Brand y marca el punto de vista de una mujer con pasiones
autodestructivas, capaz de enamorarse perdidamente de un hombre que desde el
vamos no la va a tomar en serio aunque si comparte con Lisa una misma mirada
inmadura de las relaciones humanas y la misma tendencia a dañarse a sí mismo.
En esa carta Lisa le cuenta a Brand toda la verdad de su vida poco antes de
morir y -teniendo en cuenta el contenido- la pregunta que el espectador siempre
se hace es cuanto en esa carta hay de afecto y cuánto de venganza. Me
arriesgaría a decir que hay una mezcla de las dos cosas, sobre todo en un
personaje tan complejo como Berndle, cuya inocencia extrema, su concepción del
amor que parece haberse quedado en la adolescencia, parece esconder también
posibilidades nocivas tanto para ella misma como para su entorno.

Desde este lugar una de las claves de la película parece estar en la
propia Joan Fontaine y su apariencia frágil. Si Max Ophuls fue quien mejor supo
usar a esta actriz es porque entendió que podía dársele una mirada especial a
su rostro angelical y su cuerpo pequeño, no haciéndolo un personaje
necesariamente oscuro pero si dándole un carácter sospechoso a esa fragilidad
extrema. Fontaine en Carta de una Enamorada es el reflejo
más perfecto del mundo que retrata la película: uno lleno de códigos refinados
de conducta que sin embargo reprimen un descontrol insospechado y lleva a
situaciones tan trágicas como anunciadas. Después de todo, si hay una imagen
triste en la película es aquella que encuentra a Fontaine subiendo las
escaleras junto con Brand, ilusionada con haber encontrado el amor de su vida. Mientras
esto pasa Ophuls muestra que su recorrido es exactamente el mismo que el
pianista tuvo con las decenas de mujeres con las que estuvo antes. Pocas veces
una escena fue al mismo tiempo tan sutil y contundente, y pocas veces una
actriz tuvo la oportunidad de estar en una escena que concentre de manera tan
acabada la ilusión y el anuncio del desastre.

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