Heridas, dolor e intensidad.
Hasta no hace tanto tiempo el debut promedio de un director periférico en Hollywood era garantía de renuncia ideológica, acoplamiento mainstream y un resultado final bastante pobre, en ocasiones suscitando un regreso posterior automático a la madre patria. Si bien este patrón estándar acompaña a la historia del cine en toda su extensión, durante las últimas tres décadas la situación se agudizó a niveles insospechados, generando una verdadera andanada de desastres varios en los que la calidad se había esfumado casi por completo. Por suerte recientemente la tendencia comenzó a amainar, en especial debido a una relativa apertura de criterios de los estudios tradicionales, los que aun hoy continúan controlando la distribución internacional, y gracias a la consolidación de las productoras independientes, las principales empleadoras de los realizadores “no estadounidenses”.
El caso de Denis Villeneuve respeta esta lógica de una industria que gusta de fagocitar a autores “de renombre/ prestigio ya ganado” para sacar provecho de los dividendos financieros y/ o simbólicos circunstanciales. La Sospecha (Prisoners, 2013) es una soberbia carta de presentación destinada al público masivo, un excelente drama de suspenso que se abre camino con comodidad hasta instalarse en la punta del ranking de las mejores películas del año que va llegando a su fin. En la línea de las adaptaciones de las novelas de Dennis Lehane, las también maravillosas Río Místico (Mystic River, 2003) y Desapareció una Noche (Gone Baby Gone, 2007), el devenir en cuestión retrata la tragedia familiar que se desencadena a partir del misterioso secuestro de Anna Dover (Erin Gerasimovich), la hija menor del matrimonio compuesto por Keller (Hugh Jackman) y Grace (Maria Bello).
Cuando la niña es raptada junto a una vecina, la pequeña Joy Birch (Kyla Drew Simmons), hija de una pareja amiga, la investigación encabezada por el Detective Loki (Jake Gyllenhaal) conducirá al arresto de Alex Jones (Paul Dano), el primer eslabón en una serie de calamidades relacionadas con el hambre de justicia de Keller, su fundamentalismo religioso de tintes apocalípticos y la frustración frente a la falta de resultados relevantes por parte de la policía. No conviene dar más detalles porque partiendo de este esquema inicial, la trama propone una vuelta de tuerca importante y un prodigioso cúmulo de sorpresas. Aquí Villeneuve hace honor al talento que ya había demostrado en sus opus anteriores, los que le dieron el “boleto de entrada” a un film de este calibre, en el que Jackman y Gyllenhaal sin dudas ofrecen las actuaciones más interesantes de sus respectivas carreras.
Combinando el preciosismo lírico de Polytechnique (2009) y la crudeza primordial de Incendies (2010), el canadiense construye su obra más notable a la fecha y le otorga una intensidad pocas veces vista en el panorama hollywoodense actual. Si bien el guión de Aaron Guzikowski ya constituía de por sí una base extraordinaria a partir de la cual trabajar, es la obsesión del cineasta por las heridas -tanto personales como sociales- la que termina creando este complejo rompecabezas moral de decisiones superpuestas y sadismo rimbombante. En La Sospecha, visceralidad y reflexión van de la mano en función de un verosímil doloroso que escupe verdades desde su amplitud dramática. Villeneuve hace propia la estructura narrativa hitchcockiana y la pone al servicio de una exploración concienzuda de los rasgos más enajenados de nuestra patética contemporaneidad…
Por Emiliano Fernández