Poderoso el chiquitín.
“Un vagabundo sin nada que perder”. Así se define el propio Jack Reacher, un ex militar que investiga asesinatos y desenmascara conspiraciones en su tiempo libre. Midiendo apenas unos centímetros más que Jack Black, Tom Cruise le hace frente a más de uno en la pantalla y hasta se parodia a sí mismo como héroe de acción, asumiendo una pose -de galán duro- toda la película. También hay una intención claramente satírica por parte del director en resaltar el físico del actor y hacer hincapié sobre esta pose. McQuarrie nunca se toma en serio la película, más bien agarra la novela de Lee Child como punto de partida o como excusa para hacer otra cosa.
Partiendo de la base que el personaje original de Jack Reacher es rubio y alto, queda demostrado que la intención es crear una rareza en el cine de acción, una ridiculización a los códigos del género, las actuaciones acartonadas o falta de gestualidad, el exceso de pectorales y six packs, y la exhibición de proezas físicas. Tanto es así que por momentos el verosímil es puesto en duda, como en el desenlace de la persecución en el Camaro rojo, o los errores de continuidad espacial cuando Reacher le cuenta a la abogada -interpretada por Rosamund Pike- cómo disparó el francotirador a esas personas en la primera escena: en el momento en el que comienza a narrarlo, ambos están sentados en un bar tomando algo a la luz del día y luego en la misma oración cambian de espacio y ahora es de noche y están parados en la calle.
Es una rareza, también, por la duración de las escenas -bastante largas para una película de acción- y por la utilización del sonido tanto en la persecución como al comienzo, que se destaca sobre todo por la ausencia de diálogo. Pero nada de eso es lo que realmente importa, sino lo que hay detrás de todas esas decisiones, que incluyen la elección del casting como otro gran acierto. Especialmente la de Werner Herzog interpretando a un personaje que le cae como anillo al dedo y en el que todos queremos verlo: el de un villano muy particular. La presentación del personaje -The Zec- está muy bien construida: lo vemos parado en una esquina, apoyado contra una pared en medio de la oscuridad como si fuese un fantasma, vistiendo negro de pies a cabeza y con neblina alrededor. El sonido y la fotografía de la escena cumplen una función clave para la creación del clima seudo noir, sumado al hecho de que lo muestren como un ser tan temido, que ni uno de los matones que trabaja para él, se anima a mirarlo a los ojos. Un villano, claro está, a lo Herzog.
McQuarrie es muy consciente del efecto que produce el cineasta alemán sin siquiera tener que emitir una palabra y por eso le dedica varios primeros planos que resultan más terroríficos que aquellos en los que habla. También sabe que su tono de voz y capacidad de narración son suficientes para hacer interesante cualquier cosa que relate. De hecho, es su primera aparición la que tiene los diálogos de mayor relevancia, en los que da a conocer lo único que necesitamos conocer sobre el personaje. El no saber nada más que lo justo es en parte lo que lo hace más interesante.
Robert Duvall completa la maravillosa y autoconsciente elección de casting, y viene a ser el Goose que da pie a la dupla de acción, permitiendo que al final se conviertan en buddies, y hasta nos da el lujo de pensar en una próxima misión juntos. La película explota todos los gags posibles: tanto de la mano de Duvall, como de la parodia al género, a la figura del héroe de acción y hasta un momento slapstick entre dos matones que se pelean por golpear al protagonista. El naciente 2013 ya tiene a su mejor villano.
Por Elena Marina D’Aquila