La eternidad y un día.
Hace un poco más de 18 años, Jesse, un estudiante de letras estadounidense emprendía un viaje iniciático y conocía en un tren de Viena a la extrovertida Celine. Entre diferentes observaciones acerca de la vida, la literatura, la política y el amor, estos dos extranjeros recorrían en menos de 24 horas la capital austríaca, descubriendo una atracción fugaz, casi utópica, instantánea, imposible. En el final de Antes del Amanecer, surgía un interrogante, una promesa. ¿Se reencontraría Jesse y Celine 6 meses después?
Lamentablemente, la cita no fue fructífera… sino postergada. 9 años después, un viaje a París, provoca que en menos de dos horas, la pareja se reencuentre, se recuerden viejas postales del romance en Viena… y renaciera un amor latente. No importa que Jesse se haya casado y tenga un hijo. Antiguas pasiones, miradas vuelve a salir a la luz. Y queda abierto otro interrogante: ¿Jesse se tomó otro avión o esta vez decidió quedarse con Celine? 8 años más tarde, Richard Linklater, Ethan Hawke y Julie Delpy se reúnen para continuar su romance. Es difícil atribuirle la autoría de esta obra únicamente a su director. Es un trabajo conjunto. Mientras que el realizador de Rebeldes y Confundidos, en los últimos años intentó hacer un cine más cínico, político, irónico y comercial – todo al mismo tiempo – Hawke y Delpy emprendía una búsqueda propia pero pareciera que el camino de los tres a un renacimiento cinematográfico debía confluir en Grecia, cuna de la civilización y los grandes mitos. Y acá hay uno. ¿Cuánto dura el amor?
Jesse y Celine finalmente terminaron juntos, tienen mellizas. Él, vive como escritor, ella es militante en ONGs. Han evolucionado, pero también madurado. Tienen que hacerse cargo de llevar sobre sus espaldas otras responsabilidades. Ahora, estas vacaciones que están entrando en un ocaso, los aprieta contra las cuerdas. El tiempo pasó y ambos tratan de definir su relación. Siete escenas le alcanzan y sobran a Linklater para armar la película basada en inteligentes, amenos, empáticos diálogos, entre dos actores que han madurado junto a sus personajes, para verse a la altura del desafío. El desafío consiste en sostener una película. Y ambos lo consiguen con una naturalidad honestamente increíble. Los planteamientos acerca del final del amor, de la vida matrimonial, las fantasías, las decepciones, los rencores son la base temática del film. Ya no se trata de una pareja perfecta, de un romance de verano. Pensamos que veremos la conclusión de un relación que bordea sobre el río, que se plantea preocupaciones comunes por el porvenir. Pero lo que se realmente se plantea es como renace la seducción, como sigue viva la chispa de la primera película.
La puesta en escena también nos muestra un director que decide esquivar una estética hollywoodense, despejándola de artificios. Alguien dijo que Linklater está entrando en una etapa kiorastamiana. No servía alejado pensarlo así. Hay largos planos secuencia (especialmete un diálogo brillante dentro de un coche) y largas caminatas con el río Peloponeso de fondo y las ruinas de la civilización como marco. Una escena en una típica villa mediterránea, rodeada de dos parejas, una asentada, la otra casi virgen, y dos sabios personajes, viudos, que ya disfrutaron del amor permite que afloren inquietudes pero a la veces nazca una esperanza entre los protagonistas. Así mismo, también es ingeniosa la situación en la que Jesse narra sus próximas historias, y como estas se reflejan en las escenas sucesivas como contra cara de la relación de ambos.
Aunque parezca una simpleza, una sencillez, sutiles detalles enriquecen la historia. El hecho de que la historia comience poco después del amanecer, consiga su mayor tensión sexual y romántica durante el atardecer, y proponga un nuevo interrogante antes de la medianoche no es casual. Es difícil encasillar al film como “Indie”, ya que ni siquiera es estadounidense. Por su ritmo interno, concepción estética se aleja incluso de sus predecesoras. Es un film europeo y universal al mismo tiempo. Esa química entre Hawke y Delpy es tan natural a esta altura, que es imposible concebir que no sean pareja en la vida real, que entre ellos no exista algo de verdad. Hay un conocimiento sobre el lenguaje, el cuerpo del “otro” que solo se logra, con un conocimiento, que sobrepasa lo ficticio, y la sola conciencia de que esta historia, al igual que las anteriores, se va a convertir en la próxima novela de Jesse, no hace más que preguntarnos si lo que vemos en realidad no es el cuento del personaje.
El tiempo se detiene una vez más sobre esta pareja. El día es una eternidad, como si fuera una obra de Theo Angelopoulos, y el trío Linklater-Hawke-Delpy nos regala una sonrisa, una clase optimista, de porque el romance en el cine no ha muerto en el siglo XXI. ¿Veremos a los personajes en los próximos 54 años? ¿Tendremos un “Antes del Mediodía”, acaso? Quizás tengamos que esperar 9 años más.
Por Rodolfo Weisskirch