A Sala Llena

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CRÍTICAS - CINE

Arrebato

(Argentina, 2014)

Dirección y Guión: Sandra Gugliotta. Elenco: Pablo Echarri, Leticia Brédice, Mónica Antonópulos, Gustavo Garzón, Claudio Tolcachir, Malena Sánchez. Producción: Felicitas Raffo, Sebastián Ponce, Paula Zupnik. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 90 minutos.

Caros instintos.

La degradación de las clases adineradas es una constante que se viene diagnosticando desde que las mismas decidieron desarrollar una cultura contrapuesta a la de las clases desposeídas. La caída de esta clase ociosa -que la idiosincrasia pretendidamente aristocrática produjo- ocurrió a través del triunfo de la cultura del dinero fácil y el ascenso vertiginoso de la empresa capitalista en crecimiento, sostenida principalmente debido a la especulación a partir de la Crisis del Petróleo en 1973. Desde ese momento la decadencia de la cultura del dinero es cada vez más kitsch y obscena, rindiendo culto a un hedonismo sintético en un desmoronamiento oprobioso de todos los valores que parece no tener fin.

Arrebato (2014), el último film de Sandra Gugliotta, propone un juego entre la novela de investigación periodística, el policial, el film de suspenso y la tensión erótica de los tríos y los engaños matrimoniales, con el fin de cruzar los límites entre Eros y Tánatos para conducir las vidas de los personajes a los márgenes en los que el erotismo retoza junto a la muerte.

En esta historia, Luis Vega (Pablo Echarri) es un ascendente profesor de literatura y escritor de novelas policiales obsesionado con la visión de los asesinos al que su editor le ha encargado investigar un caso muy mediático sobre el asesinato de un dentista. Vega decide entrevistar a la viuda, Laura Grotzki (Leticia Brédice), quien lo inicia en el mundo de las citas a ciegas sexuales por internet, mientras su matrimonio con Carla (Mónica Antonópulos) se desmorona.

Con una trama muy parecida a la de Bajos Instintos (Basic Instinct, 1992), pero que no busca llegar al fondo del submundo en cuestión, Arrebato pone distancia de todo lo que la rodea y crea escenas que nunca conducen a nada, en un círculo vicioso que lleva a los actores hacia diálogos que van perdiendo el sentido a medida que la obra cae en la redundancia producto de la falta de acción. El asesinato del dentista se convierte en un acontecimiento más de una trama que se centra en la obsesión infantil, inconducente y mal trabajada de Vega de entender al asesino. De esta manera se corre el eje de la trama y con él todo el sentido de la película y de la relación entre los personajes interpretados por Echarri y Brédice, quienes deambulan en el guión como pueden.

Mientras el tedio se apodera de la obra a través de la repetición hasta el hartazgo de escenas fútiles, el final se vislumbra como una obviedad que se aproxima inexorablemente. Tan solo algunas breves apariciones como las de Gustavo Garzón, en el papel del tozudo y obstinado fiscal, y Claudio Tolcachir, como el editor de Vega, logran levantar por momentos el devenir para ocultar las fallas de la historia principal. Las consecuencias de todo esto también son previsibles y el “arrebato” queda tan solo como un berrinche de los aburridos vecinos de Palermo que no saben vivir en su riqueza.

calificacion_2

Por Martín Chiavarino

 

Infidelidad en los tiempos de las redes sociales.

Es interesante como algunos directores amantes del cine de género trabajan mejor la pureza de sus procedimientos y dinámicas cuando plantean películas exploratorias; indagadoras en el estilo y en la forma. Sandra Gugliotta viene serpenteando su carrera sin atarse a un mundo. Su opera prima era una mirada urgente sobre la juventud en tiempos pre-corralito financiero (Un Día de Suerte), luego de varios años regresó con un policial gélido y algo críptico (Las Vidas Posibles) y el año pasado estrenó vía streaming La Toma, de paso también por el BAFICI 2013; un documental bien desde las entrañas de la problemática de los estudiantes secundarios y las tomas de escuelas. Finalmente en su tercera película recala su cine en la plena caja contenedora de los géneros, ya sin coqueteos.

Arrebato muestra más pasión por la dimensión temática de su historia que por lo formal, en especial del armado temporal del relato. Sus situaciones se enganchan a la fuerza de su protagonista que deambula con pocas motivaciones; un escritor urgido de escribir un nuevo libro que acepta de mala gana la sugerencia de su editor para contactar a la viuda de un asesinado -en un caso que se ha replicado mediáticamente- con el objetivo de obtener información no divulgada para su nueva historia. Como dice la regla del policial: mientras avanza en el caso, el investigador sufre un declive en su vida personal. El hilado de situaciones de la pesquisa policial no progresa, solo se incrementa el tono de los encuentros entre el escritor (Echarri) y la viuda (Brédice), sospechosa número uno del crimen. El problema principal es cuando el guión necesita desentenderse de la previsibilidad del caso y la mejor idea que surge es apostar a un nuevo borrador, y es así que las flechas apuntan al escritor en la segunda mitad, bajo la idea de narrar la misma película pero desde la subjetividad del protagonista, quien aparece ahora implicado en un homicidio idéntico al del caso que investigó y que publicó en su nuevo libro.

No es casual que en la conferencia de prensa las preguntas se hayan direccionado -en su mayoría- hacia el tema del film (la infidelidad, la traición, etc.) y casi nada en los modos empleados del lenguaje cinematográfico. La urgente actualidad de las redes sociales como espacios de confraternización (en el mejor de los casos) y las consecuencias de la piratería 2.0 son los dos focos fundamentales, que en realidad conforman una articulación casi como “causa y efecto”, lo que parece interesarle en definitiva a la directora. De tal manera es que la segunda parte es casi una radiografía de los actos del escritor, sin un vuelo narrativo capaz de zigzaguear lugares comunes, como el concepto del “falso sospechoso” o del final terriblemente descriptivo. Quienes parecen ser los únicos en entender el juego de los estereotipos son Gustavo Garzón (en la piel de un perro de presa con modales, al interpretar un fiscal que investiga al protagonista) y Claudio Tolcachir (el editor cizañero), quien descomprime los momentos tensos por ser el único de los personajes principales ajeno a la trama criminal.

calificacion_2

Por José Tripodero

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