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DOSSIER

#ASLVIRALIZADO | Invasion of the Body Snatchers

En Invasion of the Body Snatchers convergen un par de características propias de varias de las grandes películas de la historia del cine. La primera es casi anecdótica: antes de ser objeto de culto, al momento de su estreno pasó relativamente desapercibida, sin concitar la atención ni del público, ni de los críticos, ni mucho menos de la industria y sus premios. Sin embargo ese dato no debería sorprender a nadie. Rotulada como cine clase B (presupuesto limitado, escenografías de cartón pintado, actores de segunda o tercera línea, personal técnico escaso de nombres rutilantes), su historia de esporas llegadas desde el espacio exterior, vainas que funcionan como incubadoras e invasión de humanoides duplicados, sin sentimientos, excluía de plano la posibilidad de ser tomada demasiado en serio. Pero ni sus limitaciones económicas ni la rapidez de la filmación hacen mella en su calidad. La de Siegel es una película que no reniega de la belleza formal ni de la claridad narrativa del mejor cine clásico, de la suave pero persistente pendiente dramática  esperable del cine de los estudios en los 50, resuelta con la misma maestría de las grandes obras. Primer dato, entonces, que habla de su vigencia: Invasion of the Body Snatchers puede ser vista (no es el único ejemplo, está claro) como una muestra del valor del oficio en el Hollywood clásico, hecho carne en el cúmulo de técnicos que lo conformaban, empezando por el propio director, empleados silenciosos que desde el anonimato eran capaces de desplegar una artesanía siempre igual y al mismo tiempo siempre diferente (un estilo, forjado por años y años, por obras y obras de ensayo y error) ya consolidado pero no por eso fosilizado. 

Pero también, como toda gran obra, la película se planta en su fecha de nacimiento, se proyecta al futuro y admite diversas lecturas, incluso algunas de ellas solo aparentemente contradictorias entre sí. La ciencia ficción siempre tuvo una ventaja, o al menos una cualidad: la de poder hablar del presente sin tener que ubicarse allí necesariamente, y de hacerlo a través de historias que no renegaban del placer de la aventura ni de las emociones fuertes (de platillos voladores a rayos fulminantes, de robots de movimientos rígidos a alienígenas amigables o temibles, según el caso). Ya sea ubicándose en futuros distópicos o en geografías alucinadas, o instalándose en el hoy pero creando universos cuyas coordenadas incluían elementos irreconciliables con la fatigada realidad, esos mundos siempre dieron cuenta de los temores y fantasías, de los deseos y angustias del presente. En 1956, en plena Guerra Fría, con el comunismo dominando medio planeta y en expansión motorizada a través de la Unión Soviética, con los planes nucleares en plena marcha y con los primeros tanteos de la carrera espacial ya establecidos, no es en absoluto difícil dilucidar de qué temores habla Invasion of the Body Snatchers. Los parientes cercanos que de un momento a otro adquieren otra personalidad, sin amor, sin sentimientos, sin brillo en los ojos, son, en el imaginario norteamericano de entonces, el prototipo del soviético. El mayor temor del Dr. Bennell, cuando es apresado por los invasores junto a su prometida Becky Driscoll (a propósito, el más bello y musical nombre de personaje femenino que haya dado el cine), es igualarse al resto, es perder de esa manera todo lo que de individual tiene su personalidad, aquello que particulariza su lugar en el mundo. Esa mirada era, también, la del propio Estados Unidos sobre sí mismo y frente al resto de las naciones; la salvaguardia de la civilización occidental frente a la doble amenaza del comunismo por un lado, del ataque marciano por el otro. The Home of the Brave es la porción del planeta en la que la valentía no es tanto un asunto de arrojo, sino más bien aquella en la que las señas individuales determinan una personalidad irrepetible y singular. Hollywood fue siempre la vidriera ideal de ese imaginario: un cúmulo estético que reúne el horizonte ético, sociológico, político y económico de una nación. Su coherencia, la potencia con la que se manifiesta en ese sentido, no tienen equivalencias en la historia del arte del siglo XX. Bennell enfrentará la amenaza a Santa Mira solo, sin otras armas que su coraje y su inteligencia. En tiempos como los actuales, de falsas guerras y falsos enemigos invisibles, en el que una difusa idea de pueblo se oferta como el salvoconducto obligatorio para la salvación y parece cooptar la totalidad de las virtudes morales, esa idea no deja de resonar de una manera extraña para ciertos oídos. Como en toda gran obra, su mérito se mueve con el tiempo, y su capacidad de supervivencia tal vez se asiente ahora, precisamente, en su espíritu revulsivo. 

Vista así, la película podría verse como un entretenido y rocambolesco alegato anticomunista. Pero la cosa no termina allí. En la bonanza posterior a la Segunda Guerra, los 50 en Estados Unidos fueron los años de la explosión demográfica de los baby boomers y de la cobertura protectora y paternal de la figura de Eisenhower. Fueron, también, los días del macartismo, años de persecución y de delación constantes. La paranoia generada por el senador Joseph MacCarthy se expandió desde los sectores del poder al resto de la sociedad, haciendo que el vecino o que cualquier ser querido y cercano (como lo muestran en la película el tío de Wilma, la madre del pequeño Jimmy o el amigo Jack) fueran sospechosos de comportamientos antipatrióticos, eufemismo para designar algún tipo de militancia comunista. Invasion of the Body Snatchers coquetea con la prosperidad de aquellos años sin detenerse en ella, mostrándola como en escorzo, y amplía, sin perder de vista su condición de espectáculo, el rango de sus convicciones y sus miedos. Bajo la tersura de su acción sostenida, un río subterráneo se movía impetuoso en aquel momento y lo sigue haciendo ahora, haciendo que, a la distancia, la película mantenga una claridad cegadora. Entre el anticomunismo apenas solapado y la alegoría del avance sobre las libertades individuales, su alegato contra las tentaciones totalitarias por izquierda y por derecha sigue resonando. La guerra de un solo hombre tal vez no sea tal, y en la anónima pelea de Miles Bennell se cifra la resistencia de un mundo al que muchos quisieran dar por muerto. Si hay una razón por la cual Invasion of the Body Snatchers mantiene su vigencia, ninguna es más poderosa y urgente que esa. 

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