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CRÍTICAS - CINE

Batman: El Caballero de la Noche Asciende, según Rodolfo Weisskirch

Bigger than life (más grande que la vida)

¿Por qué caemos?… Para volver a levantarnos”

Hay historias que superan el simple relato. Hay narradores que buscan llevar sus ideales a un sentido épico que supera cualquier tipo de comparación. Hay artistas que tienen la ambición de dejar una huella marcada en la historia. Hay personajes que trascienden su origen y toman vida propia, depende de quién cuente sus historias.

Christopher Nolan traspasó todo tipo de barreras con su trilogía de Batman. Superó los prejuicios iniciales, confirmó que se puede hacer cine de autor a partir de un producto prefabricado, tomó a Batman como un justiciero de los ideales y la moral, un defensor ideológico, un creyente del bien común. No se trata de hacer cumplir la ley sino de implementar un equilibrio. Pero más allá de eso, creó una trilogía perfecta, redonda, donde se habla del camino del héroe (las caídas, el resurgimiento y el triunfo mediante el sacrificio). Bruce Wayne es un revolucionario. Un hombre que está más allá del bien y del mal, que viene a una Ciudad Gótica que representa a las grandes capitales mundiales, a la pesadilla capitalista, que está a punto de ser derrumbada una y otra vez por un ejército que desea implementar la anarquía como forma de justicia, de equilibrio. Una anarquía asociada a la destrucción. Batman representa un símbolo de fe. Ese es el superhéroe de Nolan. Un hombre común capaz de devolver la moral a una ciudad.

El espejo de esa sociedad corrupta es el ejército de las sombras liderada por Ra’s Al Ghul (Liam Neeson) o, en este caso, por Bane (Tom Hardy), pero también fue la figura de El Guasón, un personaje completamente metafórico, el espíritu del odio. Y cada personaje al que Bruce Wayne tuvo que enfrentarse durante su camino de heroísmo lo ayudó a superar sus propias pérdidas y a recomponerse como el hombre detrás de la máscara.

A pesar de que Nolan siempre le quiso imprimir una estética más realista a su Ciudad Gótica, su mensaje terminó siendo más profundo y simbólico. Sin dudas, algo ambicioso y riesgoso. A Nolan no le interesa la psicología de sus villanos; más bien son amantes de la destrucción por el solo placer de destruir. Los villanos son el Apocalipsis, el caos en sí mismo. No importa cuáles sean las herramientas que usan, las máscaras. La meta es siempre la misma.

Los guiones de Nolan son tramposos y complejos. Pretenciosos pero profundos al mismo tiempo. Esta pretensión le jugaría en contra si no fuera porque no solo viene a dejar un mensaje y apropiarse de una figura de la cultura popular, sino también a desmenuzar sus facetas, exprimir cada aspecto para introducir una crítica al sistema -sin perder, a la vez, la fe en los ideales de la gente-.

Al igual que Frank Capra, Nolan manipula a sus villanos para que destruyan, primero, la economía de Estados Unidos y, después, las esperanzas de sus habitantes. Villanos inteligentes, no meros criminales que buscan retribución económica o poder, sino una venganza sistemática, en la que incluyen las debilidades de Industrias Wayne, pero subestimando el poder de Batman y sus aliados.

El Caballero de la Noche Asciende peca de ser un poco previsible pero, como sucede con otras películas de Nolan, las trampas no molestan porque tienen coherencia con el relato y con lo que se quiere contar. El entretenimiento y la acción son mecanismos para enganchar al espectador, y las actuaciones y los diálogos son la base del realizador. Sin un elenco que convenza continuamente, que sufra, que motive al espectador a odiar, empatizar, generar conflictos con los personajes y sus dualidades, es imposible ver una obra de estas características. Nolan se esmera para que los efectos especiales se noten lo menos posible y logra resaltar las interpretaciones de Bale, Oldman, Cotillard, Hardy y especialmente Michael Caine -que se luce como Alfred mucho más que en las anteriores entregas-. Busca matices en sus personalidades, sutilezas en sus expresiones, dicotomías emocionales incluso, sin dejar afuera pocos pero apropiados chistes que le quitan solemnidad al relato.

Nolan explota el recurso de “deus ex machina” para no dejar ningún cabo suelto. Es una historia muy compleja, con varias vueltas, idas y venidas temporales, personajes ambiguos. Pero esto no debería sorprender, ya que lo fue filtrando sutilmente en Batman IniciaEl Caballero de la Noche. Al igual que a Hitchcock, poco le importa el verosímil. Sí, es una ironía. Trata de mantener una estética realista (contrastada a las visiones pop y kitch de Burton y Schumacher respectivamente) pero crea elipsis extrañas, irreales. Aun así, en el resultado final, o mientras se desarrolla la acción, eso no molesta, pero crea interrogantes al salir de la sala. Ahora bien. ¿Quién dice que eso esté realmente mal, si de verdad no ayuda al desarrollo de las acciones y resta dinamismo al relato?

Como en toda trama y como ocurre en las mejores películas, el universo en el que giran los films es fundamental. Y no me refiero a la construcción de Gótica en sí, sino a la forma en que Nolan se arriesga a alejarse del punto de vista del héroe únicamente para empatizar con otros personajes -más humanos, con mayores dudas, que atraviesan el camino del héroe también a su forma y a su ritmo-. Porque si bien la trilogía habla más de Bruce que de su alter ego, es solo en la primera parte en la que lo toma como protagonista absoluto. En la segunda, aparecía el justiciero sin máscara que “vive lo suficiente para verse convertido en villano”, Harvey Dent, que era el verdadero hilo argumental de la historia, y cuyo desenlace es la razón por la que Gótica vive en un equilibrio falso que necesita desequilibrarse nuevamente. O sea, Dent era más importante que El Guasón (éste era solo un comodín que inclinaba la balanza) y sirve para que se cuente esta historia. En El Caballero de la Noche Asciende hay dos personajes que deben decidir de qué lado están: un policía huérfano (Blake, a cargo de Joseph Gordon Levitt que posiblemente logra su mejor actuación hasta el momento) y una ladrona inteligente, pero de códigos morales, que es Selina Kyle (o Gatúbela, una convincente Anne Hathaway). Nolan muestra la desigualdad social de Estados Unidos a través de estos tres personajes, rencorosos y solitarios, fundamentales para vencer al mal mayor: Bane.

El realizador juega, manipula continuamente a estos personajes, porque no hay duda de que Gordon, Fox y Wayne están del lado de la justicia. Y está bien que el espectador, en cierto sentido, se identifique con ellos. En el medio, hay personajes comodines como los que interpretan Matthew Modine y Marion Cotillard, con la destreza ya conocida de ambos.

Como toda gran saga cuando llega a su fin, El Caballero de la Noche Asciende tiene momentos de melancolía y tristeza. Es difícil separarse de algunos personajes, pero el resultado final es satisfactorio. Algunas piezas encajan en forma forzada, con el último aliento, y hay que auto convencerse bastante de que no fueron puestas para satisfacer el capricho, sino para cerrar la pieza en su totalidad.

He entablado largas charlas con colegas que están a favor y en contra de esta tercera parte, pero no he visto uno solo que no haya reparado en el efecto del impactante resultado final. Así como con El PadrinoEl Señor de los Anillos o la primera trilogía de La Guerra de las Galaxias, me es imposible pensar la saga como piezas por separado. “La” Batman de Nolan (o de los hermanos Nolan) es una sola película. Una obra maestra grandilocuente, con excesos. Una saga pretenciosa y ambiciosa, sí, pero también repleta de múltiples lecturas sobre la visión del mundo, la violencia y la corrupción política y de los valores. Es un trabajo donde la fotografía de Wally Pffister, en la creación visual de un universo, y la banda sonora de Hans Zimmer ayudan a deslumbrar los sentidos, envolver al espectador y crear una experiencia cinematográfica única, épica, como hace años no se veía (justamente desde El Señor de los Anillos), con final a lo grande y exagerado, como se merecía esta historia que habla de padres, hijos, maestros y discípulos.

Aplaudo y me arrodillo ante la destreza narrativa, intelectual, creativa; la sagacidad y la pérdida del miedo al fracaso de Christopher Nolan para crear una trilogía que sin abandonar el factor mainstream y el entretenimiento se arriesga a romper las barreras comerciales y dar pie a discusiones y debates.

Por eso mismo, no me pongo a comparar una parte de la saga contra otra. Las tres son igual de efectivas, igual de inteligentes y muy distintas en sus búsquedas, lo que permite que se disfruten como paquete o en forma individual. No me importa que el romance no se genere, que algunos personajes se debiliten de un momento a otro, que por momentos se vuelva discursiva y explicativa. Todos son detalles menores. El resultado final es más grande que los elementos individuales, o directamente más grande que la vida. Y el espectáculo cinematográfico termina siendo todo.

Nota: al final de los créditos un cartel reza, “esta película se hizo con material fílmico de principio a fin”. El verdadero cine no está muerto. Nolan lo hizo ascender.

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