Si escuchan mi voz un poco baja en esta columna es porque, efectivamente, estoy lejos de Buenos Aires por estos días. Acá estoy, tirándome la gran vida como a mí me gusta, en las playas del Caribe, con las ojotas modelo 90 on fire. Hoy en las Bahamas, el día amaneció nublado y cálido, benévolo y cariñoso, sobre todo para los que estamos como fosforito aún cuando nos embardunamos con pantalla 65.
Yo estoy en el balconcito de mi cuarto, mirando hacia la playa y la pileta, observando a las primeras personas que van acomodándose, dejándome intoxicar por el aire marino que entra en mis pulmones y me deja en estado de total ensoñación. Muchas veces les he contado que soy bicho de agua, pero hoy me atrevo a afirmar que pertenezco al mar más de lo que pueda pertenecer a ningún otro lugar. El mar es mi amigo, mitiga mis dolores, calma mis miedos y siempre me da la bienvenida. Ahora, en este exacto momento, está tan calmo que las olas acarician la arena a penas, con fiaca, como si estuvieran desperezándose exactamente igual que yo, que acabo de abrir los ojos y me muevo lento, casi como si todavía estuviera dentro del sueño. La gente camina, toma aire a bocanadas amplias, hunde las patas en la arena talcosa, se toma de la mano, se besa, y yo ya me muero de ganas por estar dentro del agua cristalina que hoy, por lo nublado, debe sentirse más cálida todavía. Voy a tumbarme en una reposera a mirarme el dedo gordo y, desde allí, voy a esperar que emerja él, con su traje de baño ajustado, su cuerpo escultural, sus ojos azules y sus orejas prominentes. ¿Qué de quién hablo? De Bond, de James Bond…
Este es un viaje que mi chuchi y yo hacemos, para festejar que llevamos quince años casados. Los cumplimos en diciembre y recién nos las arreglamos para venir ahora, por sendos motivos. Pero el asunto para contar es que, a la hora de elegir destino, la cosa que mas tiró fue la película. Como en casa, mal que mal, organizo yo los viajes, un poco por capricho y otro por la vagancia de mi hombre, los destinos en general terminan siendo mi elección. Como era de esperarse, más de una vez, el cine influencia mis decisiones de manera radical y este caso no fue la excepción. Cuando elegimos el Caribe otra vez como destino, no dudé: _Bahamas _dije._ ¡Donde se filmó la primera parte de Casino Royale!
Y mi marido, copado como es, aceptó sin chistar.
Ya cuando el avión estaba descendiendo, yo podía escuchar la musiquita en mi cabeza: “Tarin tarin tarin tarin tariiiin, tarin tarin tarin tariiiiiiiin, tirun tirun tiruuuuun. If you now my name nananananaaaaa…” El tema de títulos de Chris Cornell y su respectiva secuencia, hacían su entrada a todo color, después de una súper escena de acción en blanco y negro, que dejaba sin aliento. Una golpiza ultra violenta en un baño, que terminaba con la muerte del maleante a manos de 007, quien le daba el tiro final, dentro de la clásica mira. Montaje perfecto, impoluto. Cine de acción en el estado más puro que la saga haya visto jamás. Sentada en el cine, no lo podía creer. Me salía de la vaina de la excitación. Un nuevo Bond, rubio, más bajo que los demás, con un fuerte parecido físico y de actitud a Steve McQueen. Sexy, infinitamente más rudo y salvaje que cualquiera de sus predecesores, buen actor y con una mirada azul acero tan filosa que cortaba la pantalla. Daniel Craig, se convertía ante mis ojos y contra todo pronóstico, en el mejor Bond de la historia. Y esta versión de Casino Royale (la tercera en el devenir de la saga) era, sin lugar a dudas, la más alucinante jamás filmada.
Bond llegaba a las Bahamas siguiendo las llamadas telefónicas de un delincuente internacional y aquí, chica mediante (una argentina de quien en este momento se me escapa el nombre) hallaba la pista que le permitía desmantelar una tragedia aérea, en el aeropuerto de Miami. Después volvía para encontrar a la mujer muerta y, desde aquí, emprendía su viaje rumbo a la maravillosa Montenegro, a jugarse al póker el destino de occidente, junto a la bellísima agente del tesoro inglés, Vesper Lynd (Eva Green) que lo retaba en todos los sentidos. Por supuesto, en el camino se enamoraba de ella, ganaba la partida, era envenenado y torturado, hacía añicos un Aston Martin último modelo por el que se nos caían a todos las babas y, finalmente y para su desgracia, cuando ya había presentado su renuncia para dedicarse a la linda Vesper, era traicionado por ella, que se moría ahogada entre sus brazos, mientras él sollozaba como una magdalena. La escena se deshacía en romanticismo y tragedia y así veíamos como el agente 007, se convertía en el misógino patológico que todos conocemos y amamos. Obviamente, para el tiempo que descubría que Vesper lo amaba y solo lo había traicionado porque estaba bajo amenaza, ya era tarde y su temple despiadado estaba construido del todo. Así, volvía al Servicio secreto de su Majestad y atrapaba a uno de los malditos que había terminado con la vida de su mujer, para luego seguir cazando al resto en Quantum of Solace. Pero esta Casino Royale es, sin duda, la película de Bond mas ruda, realista, violenta, sexy, romántica y glamorosa de toda la saga. Y el que diga que Connery era el mejor, está mamado con querosene. Aún cuando los fanáticos patalearon como locos cuando se enteraron del ingreso de Craig a la franquicia, tuvieron que tragarse la lengua después su estreno en 2006, cuando la película se convirtió en la mas recaudadora de todas. Y ayudó también, ver que el bueno de Daniel le aportaba al asunto algo tan nuevo, que revitalizaba absolutamente toda la mitología de este agente que ya parecía una especie de anacronismo, antes de la película de Martin Campbell. Este director, le aplicó un nuevo enfoque a la historia y reinstaló la imaginería Bond en el pensamiento colectivo, de una manera más actual, descarnada y moderna. Recurriendo a secuencias de acción de alto impacto, actuaciones más ajustadas y por lejos, mucho más dignas y sin perder ni por un minuto la raíz sexual de la historia, Campbell nos pone en frente de un film que redefine la franquicia y le da un nuevo y fresco comienzo, prolongando de manera virtuosa, la sobrevivencia de la saga.
Por mi parte, la vi cinco veces en el cine y un millón más entre DVD y TV. Quantum… no le hizo justicia. Espero que la que se viene en noviembre esté más a la altura. Va a ser difícil, pero no importa, porque este cuentito de la familia Broccoli, se ha metido en los corazones de todos los espectadores del mundo y ya no hay vuelta atrás. Nadie puede olvidar el tema musical de Bond de David Arnold; quién no ha fantaseado más de una vez con tener la famosa “licencia para matar” y, por supuesto, la gran mayoría de nosotros, se ha mirado alguna vez frente al espejo solo para decir: _Mi nombre es Bond, James Bond.
Aquí en Paradise Island, todavía el cielo está cubierto. El calor es intenso y el mar me está esperando. Me tomaré un Martini (agitado, no revuelto) y esperaré tranquila verlo emerger del agua turquesa, con su irresistible encanto británico.
Y que entren créditos finales…