A Sala Llena

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Cortito y al pie…

Cortito y al pie…

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La semana pasada, durante la segunda edición de nuestro flamante programa Día de la Marmota en radio Colmena, conocí a Alejandro Jovic. Durante la charla que tuvimos en el aire, fluyó un innegable caudal de buena onda que, me atrevo a decir de osada que soy nomás, puede traducirse en uno de esos legendarios cariños instantáneos, que suelen darse entre gente del mismo palo, que comprende los esfuerzos, motivos, vocaciones y angustias del otro. Inmediatamente nos encontramos en Twitter y comenzamos a chamuyar por ahí. Alejandro es director, además de productor, actor, guionista, director de arte… En fin, labura de esto.

Antes de la entrevista que le hicimos, pude ver dos de sus cortometrajes: Las Aventuras de Jovic y Livianas y, la verdad, había quedado muy contenta. Pero, una de las mañanas del fin de semana (no recuerdo si sábado o domingo) tweet va, tweet viene, me reuní con algo que me mejoró notablemente la vida de manera inesperada. Me refiero a una película, en este caso, a un cortometraje de Alejandro que apareció tranquilamente, pero resultó tan maravilloso, que terminó por alegrarme toda la mañana. Estoy hablando de Ponele Thelma y Luis, una peli de Jovic que se las trae y que me hizo reír, como quien dice, a mandíbula batiente (cuac).

El cortometraje es la primera forma de contar con la que solemos relacionarnos los realizadores. Muchas veces, el apuro por llegar al largometraje, hace que esa instancia sea encarada solo como una especie de ejercicio. Pero, a algunos de nosotros, el formato se nos antoja maravilloso y tanto o más estimulante, y nos deleitamos con él.

Particularmente, me considero una gran espectadora de cortometrajes. Me gusta verlos, disfruto con ellos y, sobre todo, los respeto en profundidad. Espero que arranquen con esa anticipación de la infancia, que se traduce en movimientos eléctricos. Además, me gusta filmarlos. Las historias cortas me resultan formidablemente tentadoras, sobre todo porque el ingenio que las resuelve suele ser de lo más fresco, nuevo, comprometido y apasionado que está viniendo por estos días. Gracias a la red, ahora podemos encontrarnos a diario con este formato y disfrutarlo a gusto y piacere. Pero la realidad es que ha estado vedado a las salas de cine comerciales y eso es algo que no se ha podido cambiar, aun cuando a todos nos encantaría ver cortometrajes, por lo menos y si no se puede otra cosa, antes de que arranquen los largos pochocleros y explosivos que vamos a ver. Es más, me animo a afirmar que, si nos llenaran la cabeza de cortos y colillas antes de la película, les compraríamos el triple de todas esas golosinas ridículamente caras que venden adentro y nos iríamos de lo más chochos y sin la más mínima sensación de haber sido robados a manos armada. Por alguna razón misteriosa, esto parece ser humanamente imposible. Así que, la red aparece nuevamente, como la respuesta a nuestras plegarias (esto lo dice una minita a la que le da fiaca subir sus cortos a internet, ¿hay derecho?). Internet se convierte así, otra vez, en nuestra madre salvadora, y en su vientre luminoso y azulado, podemos encontrarnos con películas exquisitas. El universo de cortos que se despliega para nosotros en la red es tan vasto, como estimulante y esperanzador.

Pero hablemos un poquitito de Ponele Thelma y Luis…

En A Sala Llena, ya hay una breve reseña de la peli. Pero a mí me gustaría chusmearles un poco más sobre ella y lo que me pasó cuando la vi.

La cinta la va de Juan, un director que se propone filmar los tejes y manejes de su relación de pareja con Inés, tomándose unas cuantas licencias poéticas, lo que redunda en un conflicto bastante molesto para él, pero muy divertido para nosotros. La película es desopilante pero, a la vez, es emotiva, humana, sensible, y muy, pero muy inteligente. Mientras me echaba al coleto el primer mate cocido del día, la degusté con infinito deleite.

Protagonizada por Alejandro Jovic, Vera y Catarina Spinetta, cuyas interpretaciones están ajustadísimas y son completamente inherentes tanto a la película como al estilo narrativo de Alejandro, podríamos comenzar a hablar de algo así como de un estilo de composición performática propio y muy bien dirigido. Estas actuaciones nos abren el apetito y nos dejan con las ganas de más. De hecho, al ver el cortometraje, me sorprendí pensando en que estaba frente a algo verdaderamente nuevo, frente a un lenguaje que, sin estridencias, se empieza a palpitar como algo contundente: un realizador con un estilo de comedia que funciona y que tiene una vibra inteligente, despojada de cinismo y con un gran componente de contemporaneidad. Por alguna razón, la comedia cinematográfica comercial argentina enarbola, o bien un lenguaje emparentado con la neurosis de otras épocas, o bien un enfoque en el gag desternillante, que casi no tiene coerción con el relato. El estilo y el encare de Alejandro, dan por tierra con las dos cosas y le abren camino a algo que, me parece, va a ser muy interesante, divertido y grato de ver. Un estilo bien definido, con un acabado extremadamente actual, joven y rico.

El cortometraje merece una reivindicación general, que provenga de todos los sectores y no solo de los tipitos que hacemos cine y que nos engolosinamos con él. Descúbranlo de nuevo, y dense un flor de atracón de películas cortas. Háganme caso, no se van a arrepentir.

Así que, mis queridos chichipíos, en este acto solemne, los encorajino para que se metan a Vimeo y se manden a ver las pelis de Jovic. Les va a hacer bien. Y, ya que estoy, también aprovecho para darle las gracias a Alejandro, por acercarme a su película.

¡Vermut con papas fritas y good show!

Esta columna está dedicada a la memoria de Martin Gianola, alguien que confió lo suficientemente en mí como para protagonizar uno de mis primeros cortos.

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