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CRÍTICAS - CINE

Duro de Matar: Un Buen Día para Morir, según Rodolfo Weisskirch

No me llames Junior…

Y sí. El cine no es lo mismo sin John McClane. Bruce Willis puede representar el mismo héroe de acción una y otra vez, reírse de sí mismo, repetir el tag line yippie ka yei en otras película, ridiculizar al personaje que interpretó en 1988 hasta el cansancio, pero lo cierto es que John McClane hay uno solo. Y sí, celebro que en este Hollywood sin ideas, de vez en cuando, un productor con ganas de generar rédito económico de manera fácil y rápida diga: llevemos a John McClane a Rusia y hagámoslo vivir las mil y una sin que tenga un rasguño. Al fin y al cabo, es Duro de Matar: es divertido, efectivo y es fórmula.

Con Duro de Matar 4.0 el resultado había sido satisfactorio. Tonta, inverosímil, pero divertida, el film de Les Wiseman que había sido concebido como un thriller cibernético – inspirado en un artículo que afirmaba como se podía detener la actividad de una ciudad desde una sola computadora, y que finalmente tuvo a John McClane como héroe – no estaba nada mal. Tiros y choques de la vieja escuela. Un auto se estrellaba en el aire contra un helicóptero, el villano simulaba destrozar el congreso, y McClane sobrevivía a una autopista derrumbándose. Tenía sus fallas -lejos estaba Timothy Olyphant de ser un villano amenazador como Alan Rickman o Jeremy Irons- pero Justin Long, Kevin Smith y la bella Mary Elizabeth Winstead (que no solo es una cara bonita, ver Scott Pilgrim vs los ex de la chica de sus sueños, y la inédita Smashed) le ponían un poco de humor y gracia al film.

Duro de Matar: Un Buen Día para Morir solo se conecta con el film de Wiseman a través del personaje de Lucy (la hija de McClane, nuevamente Winstead), llevando al personaje de Willis hasta el aeropuerto, desde donde el policía neoyorquino debe viajar hacia Moscú para saber por qué su hijo fue arrestado y va a atestiguar contra un billonario ruso. Esta vez McClane va a Rusia, y los rusos no van al aeropuerto (como en la secuela dirigida por Harlin). Ahí, el joven Jack (o John Jr.) es un agente de la CIA que debe proteger al billonario en cuestión quien guarda un expediente buscado por un ministro que puede subir al máximo poder de la nación. Como en toda la saga, la acción sucede todo en 24 horas que son más largas que las de Jack Bauer.

Lo que sigue es media hora de acción constante, persecuciones, choques y muchas, muchas explosiones de autos. Posiblemente desde Los Hermanos Caradura no se hayan visto tantos coches volando por el aire -literalmente hablando-. El director John Moore, y el par de guionistas, llevan a McClane a un conflicto de espionaje internacional con muchas similitudes con La Supremacía Bourne. Sin embargo, no se olvidan que se trata de una secuela de Duro de Matar (la primera realmente escrita para la saga, aunque esto no se nota). Así que durante media hora, Bruce Willis, saldrá completamente ileso y con la camiseta limpia de todos los choques. Además, como siempre, McClane debe resolver su situación familiar antes de salvar el mundo, así que al igual que las dos últimas partes de Indiana Jones (de las que roba varias frases), el conflicto central del personaje es reconciliarse con su hijo al que dejó de lado por su trabajo luego de su divorcio (a propósito de esto: ¿qué será de la vida de Bonnie Bedelia?). Pero la relación padre- hijo no solamente está presente del lado de los policías / agentes benévolos heroicos estadounidenses – después critican a Bigelow- , sino también de los rusos malos – malos, bien malos, todos los rusos vuelven a ser malos – con una banal historia de reencuentro entre un padre y su hija.

Y sí, entre tensiones filiares que rozan el absurdo y la acción constante, Duro de Matar 5 entretiene y divierte durante efímeros 90 minutos. Los guionistas y productores deciden llevar el inverosímil al ridículo extremo y a diferencia de la tercera y cuartas partes -que algo de sentido tenían en el fondo-, acá los escritores dejaron el cerebro en el armario e hicieron una historia que incluye al accidente de 1986 en Chernobyl. Lo cierto es que más allá de la adrenalina y el humor, Duro de Matar 5 tiene muy poco ingenio, muy poca sustancia a comparación de las anteriores. Aunque John Moore haya dirigido dos thrillers decentes como Detrás de las Líneas Enemigas (en Chechenia) y la remake de El Vuelo del Fénix (no vi su versión de La Profecía ni la adaptación de Max Payne), está muy lejos de convertirse en el nuevo John McTiernan -que supo hacer las dos mejores, más inteligentes y divertidas partes de la saga-. Acá Moore toma prestada la estética de Tony Scott pero sólo vemos lo que buscamos ir a ver: Willis sobrevivendo a todo. A diferencia de la cuarta entrega, acá las citas a las tres primeras partes (citas cinematográficas, no conexiones literales) abundan. El fanático se va a divertir bastante con esta suerte de homenaje, que en el final tiene, incluso, un plano calcado del film original de 1988.

Willis se conoce el personaje de memoria, y lo interpreta de taquito. El joven Jai Courtney, visto recientemente en Jack Reacher, convence muy poco y, apenas mejor, está el gran actor alemán Sebastian Koch (La Vida de los Otros) oculto tras una espesa y no casual barba negra. Por otro lado Moore no olvida el origen de la saga inspirado en cierta forma en el western Río Bravo de Howard Hawks. De hecho en un momento se dirá “Odio los vaqueros” y tras esto se genera un tiroteo atrás de una barra de un bar que remite directamente a las cantinas de los films del Oeste. Y sí, Duro de Matar 5 tiene esas cosas y mientras Bruce Willis siga en forma tendremos McClane para rato. Y sí. ¡Yippie ka yei, mother fucker!

calificacion_3

Por Rodolfo Weisskirch

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