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CRÍTICAS

El Cordero de Ojos Azules

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El Cordero de Ojos Azules

Dirección: Luciano Cáceres. Autor: Gonzalo Demaría . Escenografía: Gonzalo Córdova. Vestuario: Julio Suárez. Iluminación: Eli Sirlín. Puesta de Sonido: Patricio Pierantoni. Música Original y Efectos: Gerardo Gardelín. Coordinación de Producción: Mariana Toledo. Intérpretes: Leonor Manso, Carlos Belloso, Guillermo Berthold. Prensa: Complejo Teatral de Buenos Aires.

Derechos al infierno

Ni bien uno se sienta en las butacas del mítico Teatro Alvear es imposible no sentirse condenado, intimidado por dos enormes cruces que atraviesan el escenario y amenazan al espector. Parecen vigas de madera, pero son cruces gigantes.

El artista vive condenado a reposar su existencia en el sótano de una catedral. Está condenado, esclavizado por La Canonesa, una especia de mefistófeles con quien el pintor ha hecho un pacto: retratar a Santa Lucía. Sin embargo, el mismo está bloqueado. Pasan los días y no logra pintar. No puede salir porque la plaga azota Buenos Aires, la muerte rodea a la catedral y la Canonesa no hace más que enfatizarlo a cada rato. Un sótano fantasmal, barroco, mullido, abandonado.

Un día, buscando una modelo que puede servir de inspiración para el cuadro (es eso o la Canonesa), el pintor descubre un joven mudo que proviene de la calle y que va a ser mucho más que un modelo o inspiración.

Tras una puesta en escena imponente y meticulosa que respeta con lujos de detalles la reproducción histórica en materia de objetos y colores de la era barroca de la pintura, al punto que más de una escena recuerdan la potencia de las imágenes de Goya o Velazquez, la obra bien podría representarse en un espacio vacío. No, porque el decorado no aporte a crear un clima sacro demencial e incluso profano, sino porque el texto es tan maravilloso y rico, las interpretaciones son tan impactantes y contrastantes, que de pronto todo lo que vemos queda marginalizado por la narración y los personajes.

Demaría nos lleva a un momento apocalíptico de nuestra historia. La peste azota la ciudad, y el pueblo pide que el “restaurador” (digáse Juan Manuel de Rosas), regrese y mantenga el control. Se pueden encontrar metáforas contemporáneas obviamente en la forma en la que Rosas toma una posición dionisia en la mente de la Canonesa. Al igual que el fantasma del Monseñor que ronda por el escenario, y que el personaje de Manso mantiene “vivo” a través de las antiguas prendas, del dueño de la catedral.

Por otro lado, tenemos al personaje condenado, el artista, atado a un contrato que lo va matando minuto a minuto, y enfermando. La llegada del joven lo lleva a un recuerdo. Recuerdo que sirve para demostrar los prejuicios sociales de la época y la mala influencia que tenía la iglesia católica sobre sus fieles seguidores, que enceguecidos, no eran más que corderos manipulados.

Luciano Cáceres logra climas genuinamente atemorizantes en la puesta en escena, por la violencia del texto, de las acciones, por la crítica a las figuras religiosas, por animarse a mezclar las imágenes divinas con un humor negro profundo, cínico.

Hay un gran choque de personalidades, de dos enfermos que se necesitan mutuamente para sobrevivir, pero que viven torturándose hasta llegar a experimentar con el sadismo. Se crea una tensión sexual con la llegada del visitante. Es destacable el trabajo expresivo y corporal del joven Guillermo Berthold que aplica conocimientos de danza contemporánea para crear al personaje y enfrentar a los monstruos que lo acompañan en escena.

El duelo interpretativo de Leonor Manso y Carlos Belloso es realmente sublime. Son demonios, figuras trascendentales que traspasan las características de los personajes para levantarlos en figuras metafísicas, sobrehumanas. Vulnerables, pero a la vez inmortales.

Cada uno desnuda sus sentimientos, su odio, sus recuerdos sin filtros, sin temor. Ya están condenados por tenerse solamente el uno al otro. Y ese conflicto, esa tensión constante entre figuras opuestas (bien y mal) es lo que realmente saca delante de la obra. Hay imágenes imposibles de olvidar, que el diseño lumínico y sonoro se encargan de acentuar, pero en realidad toda la potencia se da en la locura de la pareja protagónica por llevar sus personajes al extremo, pero aún así darles verosimilitud, ternura. Se permite que se enamoren el uno al otro, y la fuerza interpretativa de Manso/Belloso lo hacen posible.

El Cordero de Ojos Azules es una obra diferente, nutrida de clasicismo, pero a la vez impresa de grotesco y absurdo contemporáneo.

Teatro: Teatro Alvear – Corrientes 1659

Funciones: Miércoles a Domingos 21 Hs.

Entrada: Desde $40

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