Más sociedades distópicas para adolescentes.
Luego del fin de la saga Harry Potter (que acompañó a algunos adultos), los niños y preadolescentes que crecieron con ella a lo largo de ocho años encontraron un estadio siguiente de la oferta literaria, el cual parece ser el de las sociedades distópicas en las que los adolescentes son los protagonistas, como una forma de extender ese mundo ya acabado de la serie del joven mago. El Dador de Recuerdos, a diferencia de Divergente, Maze Runner y Los Juegos del Hambre (la madre de todos estos hijos), subraya su fortaleza en las relaciones humanas en un futuro impreciso, en el cual no existen los recuerdos de una civilización, ni tampoco el amor ni el odio.
Simplemente hay una sociedad que vive en casas idénticas sin distinción de clases, como una suerte de escenario ideal para todos los humanos. Los oficios y las profesiones son designados (al final de una graduación) por un consejo de ancianos, liderados por la concejera en jefe (Meryl Streep en el más profundo piloto automático). En ese punto comienza la historia de Jonas (Brenton Thwaites), escogido para ser el próximo “receptor” de recuerdos, los cuales posee solo The Giver (Jeff Bridges), un ermitaño que vive al borde de los límites permitidos de esta comunidad.
Así como en películas como Matrix -por nombrar solo una- el protagonista encuentra en una etapa de su vida el despertar hacia una realidad que le era vedada, una especie de hombre de las cavernas de Platón que quiere salir a gritarle al mundo sus revelaciones, en el caso de El Dador de Recuerdos tenemos una verdad escondida sobre el pasado de la humanidad. La simbiosis entre el joven “receptor” y el viejo “dador” es lo que mejor desarrolla el australiano Phillip Noyce (en un nuevo trabajo por encargo) junto a la austeridad visual, en completa oposición al tono ofrecido por directores más jóvenes (o más prestos al Hollywood más ramplón de estos tiempos), los responsables de las películas de este subgénero en auge, en el que sobresalen los movimientos espasmódicos de cámara y los montajes acelerados que cortan centenares de planos por minuto, sin poder escapar de diálogos edulcorados ni tampoco de un desarrollo pobre de acontecimientos.
Más allá de los esfuerzos de los veteranos Bridges (quien figura también como productor) y Noyce, El Dador de Recuerdos se disipa en la mirada casi religiosa sobre la memoria colectiva. No hay decepción frente a una película de la que poco se esperaba, pero es inevitable pensar que un film que reúne a Jeff Bridges y a Meryl Streep no puede ser al menos correcto.
Por José Tripodero