(Estados Unidos, 2015)
Dirección y Guión: Andy Wachowski y Lana Wachowski. Elenco: Channing Tatum, Mila Kunis, Eddie Redmayne, James D’Arcy, Sean Bean, Douglas Booth, Gugu Mbatha-Raw, Tuppence Middleton. Producción: Andy Wachowski, Lana Wachowski y Grant Hill. Distribuidora: Warner Bros. Duración:127 minutos.
La cosecha del tiempo.
La ciencia ficción siempre ha sido un género complejo para los directores con un destino esquivo e imprevisible. Algunas películas que fracasaron en la taquilla en su momento se han convertido en obras de culto muchos años después para un público fiel, mientras que grandes éxitos han sido olvidados en el desierto de las novedades fatuas.
Siempre fieles a sus presuntuosas ideas, el derrotero de los hermanos Wachowski ha sido caótico como sus películas, mezclando la resonante aparición de su primer gran éxito, Matrix (The Matrix, 1999), con las inferiores y decepcionantes secuelas de la misma (The Matrix Reloaded, 2003 y The Matrix Revolutions, 2003), la ridícula Meteoro (Speed Racer, 2008) y la fallida Cloud Atlas (2012). Cada nuevo film del dúo es una superproducción que suscita mucha expectativa y que desgraciadamente siempre defrauda al espectador. A pesar de los enormes errores en los guiones producto de la falta de desarrollo filosófico de las ideas, sus opus siempre logran generar polémica por el debate implícito en las concepciones o el incuestionable riesgo que implica el atreverse a lanzarlas al mercado.
En este caso, El Destino de Júpiter (Jupiter Ascending, 2015) reúne características de la ciencia ficción, los relatos fantásticos, los cuentos de hadas y hasta de la tragedia griega para proponer nuevamente, al igual que en Matrix y Cloud Atlas, una idea apocalíptica y ecologista sobre el destino de la humanidad. Júpiter Jones (Mila Kunis) es una joven de origen ruso que trabaja limpiando baños en Estados Unidos a pesar de los presagios de grandeza que le vaticina su ascendencia astrológica. Su vida ordinaria se ve trastocada cuando descubre que es la reencarnación de la regente de la casa de Abrasax, una dinastía de otra galaxia que posee el título de propiedad de la tierra. Cada uno de los herederos la busca por sus mezquinas razones imperiales para influir sobre el destino del planeta y del universo entero, destacándose el carácter atrabiliario de Balem (Eddie Redmayne).
En su desarrollo filosófico que parece un devaneo, El Destino de Júpiter ataca a las corporaciones capitalistas, las monarquías, al militarismo y a las burocracias públicas y privadas sin vacilaciones, defendiendo la libertad y un humanismo confuso, a la vez que busca desarrollar un espíritu ecológico ambiguo e impreciso similar al de Cloud Atlas.
La aparición de Terry Gilliam en una escena que homenajea a Brazil (1985), una de las joyas del director norteamericano, es un ejemplo de la introducción de elementos ad hoc que no aportan a la trama pero que confirman la necesidad de Andy y Lana Wachowski de expresar sus ideas -por más confusas que estas sean- contra viento y marea. El resultado de todo este magma caótico es una típica obra de ciencia ficción con efectos especiales extraordinarios que coronan una historia simple pero eficaz que por momentos amenaza con caer estrepitosamente en un abismo de diálogos y escenas anodinas. Sin embargo, en su confusión interna la propuesta logra construir un significado y mantener una coherencia que apenas lograba la anterior. Aún nos queda la esperanza de que en próximas entregas sus planteos filosóficos sean menos nebulosos y logren redondear una idea concreta como lograron en Matrix hace ya quince años, pero esa luz cada vez se vislumbra más lejana.
Por Martín Chiavarino
La nueva bazofia de los hermanos Wachowski, sobre dinastías intergalácticas y extracción de recursos naturales, además de ser bastante mala por méritos propios, palidece al lado de los estandartes literarios del género, como podrían ser, siguiendo la misma línea, Duna de Frank Herbert y Nova de Samuel Delany. Todo lo contrario al clásico de ambos realizadores, The Matrix, que no tiene nada que envidiarle ni a Neuromante de William Gibson ni a Blade Runner de Ridley Scott, libro y film que popularizaron la estética cyberpunk en los 80s, impulsados por los comics franceses de la revista Metal Hurlant. Pero el nuevo proyecto de la dupla norteamericana es un mamotreto abúlico y kitsch.
La protagonista, Júpiter Jones, es una hija de inmigrantes que ofrece servicios de limpieza en hoteles y mansiones de la ciudad de Chicago, y que un día, como suele ocurrir en la narrativa épica y en innumerables animés, descubre que es una de las personas más importantes del universo, un calco genético de la difunta matriarca de una poderosísima familia intergaláctica. Ahora bien, tras escuchar estas deslumbrantes revelaciones, la reacción de Júpiter, interpretada por una confundida y mal dirigida Mila Kunis, es relativamente apática. Se muestra tan sorprendida como podría estarlo ante cualquier noticia televisada. Es posible que alguna vez, mientras fregaba un inodoro, haya intuido la verdad, pero nada justifica su inexpresividad. Es más, el guion la introduce como una astrónoma amateur, que sueña con su propio telescopio, y sin embargo su periplo espacial no le despierta demasiado interés. Prefiere enamorarse de un hombre al que apenas conoce, en circunstancias poco románticas. Las mujeres, en buena parte del cine, eligen el amor antes que las obsesiones intelectuales.
Los Wachowski olvidan a sus personajes en medio de las reiteradas y predecibles batallas que desencadena el hallazgo de la muchacha. Caine Wise, un militar y cazador galáctico contratado para rastrear a Júpiter, quien se convierte en su guardaespaldas tras una serie de intrigas dinásticas que no intentaremos resumir acá, es el típico héroe rudo que carga con un pasado oscuro. Y los hijos de la matriarca reiteran la figura del villano afeminado, del homosexual sospechoso y perverso. Quizás la intención de los Wachowski es desbaratar un estereotipo homofóbico a través del exceso, de la artificialidad exacerbada. Incluso, si vemos el film en clave paródica, sus aparentes defectos podrían interpretarse como comentarios sobre patrones genéricos. Pero los antagonistas son tan amanerados, las escenas de acción son tan rimbombantes y los diálogos son tan acartonados como los de cualquier otro tanque hollywoodense. Nunca se establece una distancia crítica, como sí lo hacen, por ejemplo, RoboCop y Starship Troopers, de Paul Verhoeven, películas de acción que ridiculizan el jingoísmo y conservadurismo que parecen enaltecer una dualidad comunicada a través de estallidos de violencia y de evidente fascismo que rebalsan las expectativas del público al mismo tiempo que exageran las peores tendencias del género.
El Destino de Júpiter no es, tampoco, un inocente homenaje a los inicios de la ciencia ficción. A pesar de sus imágenes colorinches, de su torpe mezcla de iconografía grecorromana y ambientes extraterrestres, y de sus frecuentes y bienvenidos toques de humor, se trata de una película más o menos seria e intermitentemente solemne. No exuda la liviandad que caracteriza a Star Wars e Indiana Jones, que inauguraron este tipo de espectáculo pochoclero y postmoderno pero que son también abiertamente autoconscientes y lúdicas, herederas del pulp, de antiguos seriales y comics. Treinta y cinco años más tarde, lo que alguna vez fue un juego de referencias culturales se transparentó, y los clichés antes rescatados con fines nostálgicos ahora son un andamiaje convencional que sostiene películas con portentosas ambiciones temáticas.
Por Guido Pellegrini