(Reino Unido, 2014)
Dirección: James Marsh. Guión: Anthony McCarten. Elenco: Eddie Redmayne, Felicity Jones, Harry Lloyd, David Thewlis, Emily Watson, Simon McBurney, Michael Marcus, Maxine Peake. Producción: Tim Bevan, Lisa Bruce, Eric Fellner y Anthony McCarten. Distribuidora: UIP. Duración: 123 minutos.
El umbral del tiempo.
A pesar de que en buena medida la labor de la crítica consiste en asignar responsabilidades en función de lo acaecido en pantalla y conforme el tamiz subjetivo de cada individuo, lo cierto es que en ocasiones resulta evidente que los cineastas involucrados hicieron lo posible con el tópico que les tocó en gracia o que eligieron concienzudamente. Por supuesto que hablamos de las limitaciones que de por sí plantean determinadas temáticas, una dimensión que por lo general suele dejarse de lado al momento del análisis de las películas y sus componentes específicos. El asunto se complejiza cuando, más allá del ítem candente de turno, se suma la premisa que aclara que veremos un opus “basado en hechos verídicos”.
Considerando lo manifestado anteriormente, bien podemos afirmar que La Teoría del Todo (The Theory of Everything, 2014) es el mejor film viable según su sustrato, nada más y nada menos que el periplo profesional de Stephen Hawking, los avatares de su lucha contra la esclerosis lateral amiotrófica y su relación sentimental con Jane Wilde, su primera esposa. El realizador James Marsh, de quien recordamos su extraordinario documentalMan on Wire (2008), apuntala una epopeya tan sencilla como respetuosa que abarca el período comprendido entre los estudios de posgrado de comienzos de la década del 60 y el divorcio definitivo de 1995, con mucho tiempo del metraje dedicado al deterioro motriz progresivo.
Debido a que el guión de Anthony McCarten está basado en las memorias de Wilde, la vida familiar adquiere un rol central en el desarrollo y así la trama está enmarcada dentro de las fronteras de las “biografías autorizadas”, incluyendo un tratamiento sutil de los puntos álgidos de la evolución amorosa (léase un triángulo con un profesor de piano y un vínculo con la que luego sería la segunda esposa de Hawking, Elaine Mason). La obra pretende retratar la génesis de sus indagaciones cosmológicas sobre el Big Bang, las singularidades espaciotemporales y la necesidad de unificar la relatividad general con la teoría cuántica, todo bajo el contexto melodramático de la pesadilla que padeció la pareja y sus vástagos.
Las múltiples dificultades que presenta el devenir del británico son en gran parte sorteadas por Marsh mediante una propuesta algo extensa y derivativa aunque con una magnífica reconstrucción de época, un tono humanista que evita los golpes bajos y una dirección de actores muy ajustada. De hecho, el talentoso Eddie Redmayne, en la piel de Hawking, se inspira en el desempeño de Daniel Day-Lewis en Mi Pie Izquierdo (My Left Foot, 1989), no obstante aquí por suerte consigue disminuir las revoluciones con vistas a dar vida a una persona más apaciguada. Felicity Jones, por otro lado, también emplea toda su perspicacia a la hora de componer a Wilde, una mujer aún más tenaz e inquebrantable que su marido…
Por Emiliano Fernández
La perspectiva de un todo.
La Teoría del Todo plantea, en principio, dos cuestiones atendibles. Su estructura narrativa la expone como la biopic de Stephen Hawking, desde su juventud en la universidad hasta su consagración como celebridad más allá de los límites del mundo científico. La otra cuestión es la mirada que se aborda, la de la ex mujer de Hawking, Jane Wilde (autora del libro en el que está basado este film), con quien estuvo casado más de dos décadas. Si bien la primera parte de la película de James Marsh se ocupa del pasaje de Hawking como estudiante de Cambridge y su ya promisorio futuro en las ciencias duras, la perspectiva cambia cuando aparece el personaje de Wilde. Sin caer en subjetivas burdas (ni formales ni narrativas), las situaciones cobran mayor presencia y fortaleza cuando la relación de ambos se impone por sobre los estudios y avances del científico, incluso los deterioros de su rara enfermedad -esclerosis lateral amiotrófica- aparecen para marcar golpes de efecto más que por decisiones dramáticas. Una excepción es la escena en la que el científico -ya en un estado de imposibilidad motriz total- ve a través de los puntos de la lana de un pullover a medio poner la luminosidad incandescente de la chimenea; un pequeño detalle que le permite finalizar una investigación.
Lamentablemente el director no volverá a usar el lenguaje cinematográfico en un sentido artístico para representar momentos luminosos de la vida de Hawking, que los ha tenido más allá de su terrible enfermedad, entre otros: la posibilidad de desarrollar una carrera, de convertirse en un científico de renombre mundial, conocer a una mujer que lo acompañó (incluso marginando su propia carrera) y que le dio tres hijos. La tensión, que nunca llega a consumarse del todo, parece querer inmiscuirse cuando un director de coro, amigo de Jane, se suma al círculo familiar para ayudar a la pobre mujer con la cotidianeidad. Este “té para tres” -en el que Hawking adopta una postura positiva porque ve en su mujer la dedicación absoluta a la familia y en especial a él- tiene su punto de no retorno luego de un episodio conocido del que el científico casi pierde la vida.
Las nominaciones al Oscar y la popularidad de Hawking como hombre, científico y personaje convierten a La Teoría del Todo en la típica película británica correcta, prolija y tallada sin rebeldía, como lo fue hace unos años El Discurso del Rey. Eddie Redmayne hace de su Stephen Hawking una mimesis casi exacta en lo corporal, favorecido también por un fisic du roll pertinente. La Teoría del Todo es fallida como retrato de la vida del más famoso científico contemporáneo por posar sus fuentes en un texto casi autobiográfico, poseedor -además- de una mirada particular desfavorable para esta empresa, pero más que nada porque desde la dirección casi no se intentó escaparle a los moldes prefabricados de un cine preocupado por la representación fidedigna de hechos y de personajes (como si eso fuera posible) que ignora una visión particular sin límites autoimpuestos.
Por José Tripodero
La teoría de la intimidad.
Un hombre en silla de ruedas juega con sus hijos en el living. El hombre no puede hablar, y una computadora en su silla lo hace por él. Utiliza su voz robótica para decir “exterminate, extermínate” y jugar a ser un dalek, un clásico robot de la serie inglesa Doctor Who. Aprovecha que, a diferencia de él, esta voz tiene acento norteamericano, y la hace decir frases célebres de películas de Hollywood. Sus hijos ríen, la silla destroza y desordena terriblemente el living. Su esposa, desde la cocina, mira la escena irritada: no puede estudiar. La mujer es Jane Wilde, y el hombre en la silla de ruedas es Stephen Hawking, “el” Stephen Hawking. Pero nada podría importar menos.
La Teoría del Todo hace alusión desde su nombre a la búsqueda de toda la vida del famoso físico: la de una fórmula que lo explique todo. Una ecuación sencilla y elegante, como él mismo la describe, que encierre la verdad sobre el funcionamiento del universo en su totalidad. Stephen Hawking aún no ha logrado dar con ella, pero está claro que si alguien puede hacerlo, es Stephen Hawking. Estamos hablando de un hombre que, como tema de tesis para su doctorado en Cambridge, eligió un concepto tan amplio y complejo como el tiempo y, en ella logró demostrar que el mismo tenía un comienzo. Un hombre que, a pesar de la enfermedad motora que lo afectó desde muy joven, jamás abandonó su esencia como físico.
Sin embargo, “nosotros” estamos hablando de eso. Nosotros, como sociedad, aprendimos a tomar a Stephen Hawking como un parámetro no sólo de inteligencia sino también de lucha y fuerza de voluntad. Pero La Teoría del Todo no cae en ese cliché simplista. Por el contrario, decide no mostrar al Stephen Hawking famoso que todos admiramos, sino simplemente a Stephen. El físico brillante. El estudiante universitario que hace ridiculeces con sus amigos. La víctima, como tantos otros, de una terrible enfermedad.
Pero, por sobre todas las cosas, la película es sobre Jane y el vínculo que tiene con Stephen, y logra ilustrar la relación amor-odio que germina de la semilla de una enfermedad, lo compleja que se vuelve la dinámica familiar cuando hay que cuidar a alguien constantemente, lo doloroso que es para el enfermo no poder cuidar de sí mismo y para quien lo cuida verlo en ese estado de absoluta impotencia. No es casualidad que la película haya estado basada en un libro escrito por la misma Jane, y no en aquel del cual pide prestado el título.
La Teoría del Todo no está ni cerca de teorizar sobre un todo. Pero sí logra teorizar sobre una realidad más íntima e inmediata en la que es tanto más fácil entrar como espectador. Podrá no cumplir con la premisa que su título promete, pero logra mucho más. Logra, actuación sublime de Eddie Redmayne mediante, mostrarnos el lado humano (y no mítico) de Hawking. Logra mostrarnos a Jane como una mujer cuidando al hombre que ama, tal como Stephen es un hombre que simplemente continúa haciendo lo que le apasiona. Un hombre humano como todos que, mientras descansa de teorizar sobre agujeros negros y el origen del universo, se divierte imitando daleks y voces de famosos en clásicos hollywoodenses.
Por Verónica Stewart