(Reino Unido, 2012)
Dirección: Madonna. Guión: Madonna y Alex Keshishian. Elenco: Abbie Cornish, James D’Arcy, Andrea Riseborough, James Fox. Producción: Madonna, Kris Thykier. Producción: Madonna y Kris Thykier. Distribuidora: Distribution Company. Duracción: 119 minutos.
Es difícil quitarse los prejuicios al ver una película dirigida por Madonna. No es porque se dedique a la música y se haya pasado al asiento del director. Convengamos que la gran mayoría de los realizadores que plagan la cartelera jueves a jueves no los conocemos demasiado, así que no hay razón para pensar que un artista de la música (que también es actriz, recordemos) no puede dirigir una película. Hace algunos años que la rubia cantante se está dedicando a la dirección.
En 2008 realizó una comedia romántica que no cosechó ni buenas críticas ni demasiado dinero en las taquillas llamada Filth and Wisdom y también escribió ese mismo año el guión de un documental sobre niños huérfanos en Malawi. Sin embargo, es común asociar a Madonna con la debacle de su -en aquel tiempo- esposo y afamado director Guy Ritchie, ya que juntos trabajaron en aquel insalvable bodrio llamado Swept Away (2002), tercera película del inglés después de las sobresalientes Juegos, Trampas y Dos Armas Humeantes y Snatch, Cerdos y Diamantes. Swept Away, protagonizado por Madonna y Bruce Greenwood, no solamente fue una ingrata sorpresa para los admiradores de Ritchie, sino que significó un estrepitoso fracaso comercial. De ahí los prejuicios con la actriz y cantante que aquí vuelve a sentarse tras las cámaras.
Sin embargo, yendo exclusivamente al filme que nos trae aquí, W.E. no es ningún desastre. Como mucho será un filme que no está estructurado de la mejor manera, que tiene dos historias principales, pero en donde una es la excusa superficial para contar la otra, que le sobran varios minutos y que se pone por momentos harto solemne, al nivel de enamorarse de primeros planos de lágrimas que ruedan por mejillas impolutas y música clásica en piano.
El romance del siglo que indica el título, no es el de la protagonista de la historia, Wally Winthrop (una Abbie Cornish que parece un clon de Charlize Theron, pero morocha), sino uno mucho más famoso (y real, dicho sea de paso): el de el Rey Eduardo VIII y Wallis Simpson, una mujer americana por la que el británico abdicó a su trono. Este famoso rey había aparecido en la gran pantalla no hace tanto, en la ganadora del Oscar El Discurso del Rey, puesto que gracias a su abdicación, su hermano tartamudo y protagonista de ese filme, pudo acceder a la Corona. El mayor problema que tiene esta película es que el único motor narrativo es el de la historia de los Duques, mientras que la historia del presente, la de una chica obsesionada por este romance, con un marido distante y frío, no tiene demasiado que aportar. Wally se presenta cada día en Sotheby’s, la casa de subastas en donde se rematarán las pertenencias de la pareja real y se obnubila con algún objeto. Ese objeto servirá de puente para un flashback, un viaje al pasado, una viñeta de aquel romance del rey y la “intrusa”, una y otra vez.
No caben dudas de que el cuento de los duques y su amor incondicional es interesante de abarcar y por eso es que el filme se sostiene, sin aburrir, yendo de episodio en episodio, de anécdota en anécdota, y contando de alguna manera la sucesión de los reyes británicos durante gran parte de los años 30. Sin embargo, es en cada vuelta al presente, en cada vuelta inútil a una historia anodina en donde el filme pierde el poco interés que gana con la historia antigua.
El tono solemne acompaña a la narración desde el comienzo. Madonna plantea una puesta en escena con tonalidades azules y grises, mucha oscuridad y mucha luz artificial, un leit motiv permanente basado en una obra clásica para piano muy bella y una protagonista que parece sufrir mucho más de lo que merece. En su obsesión por este romance del pasado habrá también un afán de búsqueda, de investigación, de averiguar si es posible un amor que triunfe, que le gane a la adversidad. El juego constante entre el flashback y los diálogos imaginarios entre la Wally del presente y la Wallis del pasado se vuelve repetitivo y poco feliz, mientras que la elección de agregarle a la historia del presente un dramatismo exagerado y con desenlace obvio tampoco parece darle demasiado empuje a una película que nunca termina de despegar. Ni siquiera las buenas actuaciones de Cornish, de James D’arcy (Edward) y de Andrea Risenborough (Wallis) lo vuelven un filme por encima de la media. El romance del Siglo dura casi dos horas. Si solo hubieran contado la historia que valía la pena contar, quizás duraría el tiempo suficiente y sería una película más agradable.
Por Juan Ferré