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CRÍTICAS - CINE

El Topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy)

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El Topo (Tinker, Tailor, Soldier, Spy, Inglaterra/ Alemania/ Francia, 2011)

Dirección: Tomas Alfredson. Guión: Bridget O’Connor y Peter Straughan. Elenco: Gary Oldman, Colin Firth, John Hurt, Mark Strong, Benedict Cumberbach, David Dencik, Tom Hardy, Toby Jones, Ciarán Hinds. Producción: Tim Bevan, Eric Fellner y Robyn Slovo. Distribuidora: Distribution Company. Duración: 127 minutos.

Abundan los casos de espías literarios que saltan a la pantalla, sea chica o grande. El más paradigmático sigue siendo Bond, James Bond. Pero hay otros ejemplos. Como George Smiley, creado por John le Carré. A diferencia del sensual 007, Smiley es un agente de la vieja escuela: calmo, oscuro, frío, calculador, eficaz. Un verdadero antihéroe. Este personaje protagoniza cinco novelas y es secundario en otras tres. Dentro del primer grupo se encuentra El Topo, que ya tuvo una celebrada adaptación en formato de miniserie de la BBC. En aquella oportunidad, Alec Guiness inmortalizó a Smiley, en otra de sus memorables interpretaciones. Ahora llega la versión cinematográfica de la misma historia, también titulada El Topo.

Durante la Guerra Fría, una operación encubierta sale muy mal en Budapest, Hungría. El Servicio Secreto Británico, a cargo de la misión, queda mal parado, y dos de los principales y más veteranos agentes quedan fuera de carrera: Control (John Hurt), el líder, y Smiley (Gary Oldman), su fiel lugarteniente. Pero el bueno de George no permanece mucho tiempo inactivo, ya que le encargan una misión que podría devolverle la credibilidad perdida: desenmascarar al espía soviético infiltrado entre los agentes ingleses. Se sabe que ocupa uno de los altos mandos y lleva años en actividad. Smiley se rodeará de colegas de confianza (muy pocos, teniendo en cuenta que es un ambiente en el que no se puede confiar ni en tu propia sombra) y no se detendrá hasta encontrar al topo.

La película es un thriller de la vieja escuela, basado casi exclusivamente en las vueltas de tuerca del guión y, sobre todo, en las actuaciones. Aquí no hay autor deportivos ni persecuciones ni tiroteos ni espectacularidad. El enfoque es clásico, realista y serio: los agentes parecen más oficinistas que aventureros, la mayoría está por arriba de los cuarenta años, y se manejan con jerga propia (Por ejemplo, se le llama topos a los espías enemigos infiltrados en una organización). Una visión que ya traía la obra de Le Carré, quien supo desempeñarse como agente secreto en los ’60.

El director sueco Tomas Alfredson venía de romperla con la genial Criatura de la Noche, una historia de vampiros muy climática y anticonvencional. Su estilo le sienta perfecto a esta producción mayormente británica. Sabe generar tensión a través de diálogos, movimientos y miradas, y sólo recurre a los estallidos de violencia cuando la situación lo amerita.

Gary Oldman se apodera del rol de Smiley. Si bien el enorme y respetado actor nunca dejo de madurar como artista -lejos quedaron las películas en las que se la pasaba gritando y gesticulando como un histérico-, esta vez logra su mejor y más contenida performance. Logra transmitir mucho con una mínima cantidad de palabras y expresiones faciales. Por este trabajo, Oldman consiguió su primera y largamente merecida nominación al Oscar como Mejor Actor. No es favorito a ganar la estatuilla, pero su nominación sigue siendo muy significativa. Si les interesan las de espionaje a la vieja usanza, lejos de los gadgets y más apoyadas en la lógica, El Topo no los defraudará.


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Por Matías Orta

Todas tus maquinaciones…

A lo largo de la historia del cine podemos identificar dos modelos prototípicos en lo que respecta a los thrillers de espionaje y su planteo estético: por un lado están las propuestas “de acción” que se sustentan en la imagen lustrosa del protagonista, las secuencias de persecuciones, las señoritas con poca ropa y un recorrido global digno de una agencia de turismo desesperada por clientes; por el otro tenemos a los convites “de índole psicológica” que privilegian los pormenores de la trama, una contextualización minimalista, los golpes de efecto y esencialmente el trabajo actoral. Ambas vertientes han convivido sin mayores sobresaltos hasta que durante las últimas décadas la segunda fue eclipsada por la primera.

Sin embargo de tanto en tanto nos topamos con un representante tardío de aquella “vieja guardia” que por fortuna se resiste a morir, perpetuándose en una triste contemporaneidad en donde las sutilezas formales y la complejidad conceptual no son muy bien recibidas que digamos: El Topo (Tinker Tailor Soldier Spy, 2011) es un verdadero prodigio del suspenso clasicista, un descendiente de la estirpe de films que nacieron con la Guerra Fría y todas esas maquinaciones que los líderes del momento pergeñaron por debajo de la esfera pública en pos de una carrera armamentista de corte imperial. Sin lugar a dudas el “tráfico de información” es aquí la vedette de un rompecabezas edificado con un rigor extraordinario.

De hecho, hablamos de la adaptación cinematográfica de la primera novela de “la trilogía de Karla” de John le Carré, en la que el mítico George Smiley debe hallar a un doble agente infiltrado en la cúpula del “circo”, término argot por el Servicio Secreto de Gran Bretaña. El encargado de personificar al antihéroe no es otro que Gary Oldman, hoy acompañado por un elenco de notables como no se veía en pantalla desde hacía muchísimo tiempo (John Hurt, Colin Firth, Toby Jones, Mark Strong, Ciarán Hinds, Tom Hardy, etc.). El guión de Peter Straughan y su fallecida esposa Bridget O’Connor respeta a rajatabla un relato laberíntico en el que la hipocresía y la traición son las principales monedas de intercambio.

Así como la superposición de poderes, el conflicto de intereses y el armazón tangencial de las instituciones involucradas juegan en conjunto un papel fundamental en cuanto a la dimensión del contenido, nada valdrían sin el exquisito desempeño del realizador Tomas Alfredson, responsable de la obra maestra Criatura de la Noche (Låt den rätte komma in, 2008). El talento del sueco se siente no sólo en la dirección de actores y la puesta en escena, ítems que de por sí ponen en vergüenza a casi la totalidad de los thrillers actuales, sino también en la perspicacia con la que construye una narración extremadamente críptica en la que la inaccesibilidad en recepción se condice con el lenguaje oculto del frenesí productivo.

La película funciona como un retrato meticuloso y bastante crudo de la típica especulación gubernamental en lo que a comunicación y contra- comunicación se refiere, ese mercado de mentiras disfrazadas de datos a partir de los cuales se justifican los atropellos cotidianos. En buena medida este naturalismo descarnado modera su furia y ataca con paciencia a los pequeños burócratas del devenir comunitario, para ello se vale de dos recursos clásicos del género en cuestión: la celebración irónica de un apóstata taciturno, nuestro querido Smiley, y la explicitación de la gran estafa progresiva, esa “inteligencia” estatal que a fin de cuentas resulta superflua derivando en un nuevo vendaval de asesinatos, torturas y desapariciones…

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Por Emiliano Fernández

Con la frialdad de un vampiro.

En 2008 el realizador sueco Tomas Alfredson había sorprendido con el brillante film de vampiros Criatura de la Noche, por el cual obtuvo un merecido reconocimiento que, en parte, le permitió realizar su siguiente película: El TopoComo en su obra anterior, Alfredson vuelve a hacer hincapié en la fotografía enmarcando la historia dentro de un clima hostil y meticulosamente detallado con imágenes entre lo sepia y lo oscuramente desgarrador, que hacen de la congelada Europa un escenario temible.

El Topo narra como tras una fallida misión en Hungría, se empieza a sospechar que en el Servicio de Inteligencia Británico pueda haber un doble agente que este complotado con los soviéticos. A partir de esto entra en acción George Smiley (Gary Oldman), al cual le encomiendan investigar sobre el caso a pesar de ya estar retirado, puesto que para encontrar al traidor es de suma importancia un hombre de su capacidad y madurez.

Basada en la novela de John le Carré, esta nueva obra de Alfredson dista de retratar al espía heroico y provocador al estilo James Bond, sino todo lo contrario. A partir del personaje de Smiley se puede apreciar el reflejo de la película en sí: cada plano esta minuciosamente calculado y diseñado para manifestar la frialdad del protagonista, como así también cada efecto de sonido y la destacada composición musical de Alberto Iglesias, todos tópicos que ayudan a que la temática de espionaje que propone la película mantenga el suspenso a lo largo de sus más de dos horas. El Topo es tan enredada como la Guerra Fría en la que se subsume. Se puede decir que el film se solventa en la impecable actuación de Oldman, como en todos sus apogeos técnicos, aunque por instantes la trama se complica debido a lo pretencioso del guión, provocando que por momentos la historia se vuelva un tanto densa y desequilibrada a contraposición del asonante punto de partida.

Pero realmente quién se gana la película es Oldman, quién casualmente supo interpretar al vampiro más reconocido en Drácula de Francis Ford Coppola. El veterano actor le da vida a un ser con un carácter sumamente matemático, cada paso suyo resulta tan esquemático como el de una pieza en un tablero de ajedrez. El trabajo del inglés resulta magistral y uno de los mejores de su carrera; su personaje, a pesar del peligro o la adrenalina que puede llegar a concebir, nunca muestra rastros de fatiga, siempre se encuentra intacto e impecable. Otro punto a favor es el gran elenco que lo acompaña: John Hurt, Colin Firth y Tom Hardy están muy bien en sus respectivos papeles y conjugan perfectamente con el protagonista.

El Topo es un correcto film de espías, que a pesar de ser un tanto intermitente en determinados fragmentos de la trama, cumple su cometido y maneja una interesante continuidad visual respecto a Criatura de la Noche, y a pesar de no tener la lucidez de esta, conlleva en una destacada obra que expone a Smiley con una frialdad tan desgarradora como el más minucioso de los vampiros.

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Por Tomás Maito

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