Fueron más de treinta años donde la industria cinematográfica produjo miles de películas mudas. Desde los Lumiere hasta The Jazz Singer, primera película hablada, el cine se valió solamente de imágenes para narrar.
A partir de la aparición del cine sonoro se produjo un cambio total en los diseños de producción donde todos debían adaptarse al cambio o desaparecer. Si bien el cine sonoro convivió algunos años con el cine mudo, la desaparición de este último era algo inexorable. Era una primera muerte del cine, o al menos una muerte de una manera de hacer cine.
Michel Hazanavicius nos cuenta en El Artista esa historia de muerte y nacimiento presentándonos a George Valentin (Jean Dujardin) como un actor del star system con gran éxito en el periodo mudo que se ve imposibilitado al cambio al sonoro porque la industria “quería caras nuevas” mientras que, una actriz emergente que había compartido cartelera con él, llamada Peppy Miller (Bérénice Bejo) que crece con el cine sonoro y se convierte en una gran estrella. Luego de la presentación solemne de esta nota va un pequeño resumen conceptual de lo que mostró Hazanavicius en El Artista: añoranzas del pasado + excesos de homenajes + el combo nacimiento/muerte adornado por un melodrama contado en un cool blanco y negro que nos da la pauta de un cine ganso y pretencioso, además de aburrido y mal contado.
Porque en El Artista hay un poco de todo esto, George Valentin actúa de manera desbordada y explicativa dando la pauta que Hazanavicius pensaba que el cine mudo eran actores haciendo morisquetas y nada más. Su caída y salida del sistema es prolongada, repetitiva y aburrida. Claro, siempre tenemos en mente ese plano de Buster Keaton destrozado en la casa de Gloria Swanson en El Ocaso de una Vida (lo que le demanda a Hazanavicius media película, Billy Wilder lo resuelve en un plano, pero no pidamos milagros) o la simple sencillez de Godard mostrando a Fritz Lang filmando películas horrendas en El Desprecio resolviendo en una sola escena la complejidad de la caída del sistema de estudios en los sesenta.
La película avanza sobre guiños hacia la cinefilia, grandes sets, grandes estudios, grandes escenas. Esa sensación reaccionaria de todo pasado fue mejor vive en la película, respira (en especial en el última plano de la película, ahí dentro del estudio, donde todo sucede, se convierte en reveladora) El preservar en la memoria un tiempo que ya no esta detona al espectador y lo toma por asalto. El Artista es una película engañosa que pretende seducir desde el peor de los sentimentalismos, el de una época muerta que ya no puede volver a ser.
La quema de celuloide por parte de Valentin es toda una pauta de la falta de imaginación de esta película, ya lo había hecho Tarantino en esa magnifica ucronía llamada Bastardos sin Gloria donde también nos marcaba la imposibilidad de la existencia de un arte tan hermoso como el cine con un Hitler vivo y elegía contar la tragedia de la segunda guerra desde el absurdo.
Y hablando de absurdos, los narrativos en El Artista son varios y como la critica necesita ejemplos, alla vamos: ¿eran necesarios dos intentos de suicido de George Valentin? ¿Se puede llegar a semejante loop en la narración, alejado a kilómetros del clasicismo y sus planteos y resoluciones claras y sencillas (por eso lo amamos)? El primero por la muerte del cine mudo y su debacle como figura y el segundo por una supuesta muerte del amor. Increíblemente Hazanavicius juega con el suspenso del intertitulo “Bang” con Valentin sosteniendo un revolver en su boca haciendo un gag de mal gusto donde no se debe y utilizando el suspens de forma abyecta e incorrecta. Ese gag ridículo da la pauta que para el director el mundo del cine mudo era un mundo sin complejidad narrativa donde todo valía y nada quedaba mal. Nada más alejado de la realidad.
Todo termina a lo Gene Kelly. En realidad las muecas, los movimientos, la sonrisa y los pasos que da Jean Dujardin en esta película, desde el primer minuto son similares a los de Gene Kelly. Solo Hazanavicius sabrá que tiene que ver Gene Kelly con el periodo mudo, mas allá de la participación del genial actor y bailarín en ese pedazo de obra maestra que se llamaba Cantando Bajo la Lluvia. Si. La película de Kelly y Donen también reflexionaba sobre el traspaso del mudo al sonoro, pero de manera mas amable, mas placentera, mas lúdica, mas feliz, mas clásica, mas cinematográfica. Cantando Bajo la Lluvia era felicidad cinética, El Artista añoranza vacua.