El vaso vacío.
Si hay algo más lamentable que Ella -la nueva obra pretensiosa, intelectualoide y banal realizada por Spike Jonze, gran director de videoclips- es el chato y unilateral protagonista de la película y el alarmante abandono por parte del director hacia un personaje al cual básicamente nunca llegamos a conocer. Por lo tanto, lo que le pase o no, nos importa poco y nada.
Pero si Ella es lamentable, no es porque el Theodore de Phoenix se lamente de sí mismo -y pretenda que nosotros también lo hagamos por él- o esté todo el tiempo en modo apagado, sino porque su director no cree ni en él, ni en el amor (o peor, no sabe lo que es) y tampoco en el cine. Después de todo, qué se puede esperar de un realizador que confunde amor con egoísmo y nos quiere disfrazar de complejo algo que no es más que su pretensión por tratar de abarcar lo inabarcable y de la manera más burda y superficial posible. Entonces lo que tenemos son personajes (o personaje y voz) que se la pasan hablando toda la película; lo que no sería un problema si dijeran de vez en cuando algo verdaderamente profundo. En vez de esto, Theodore expone a cada rato cualquier sentimiento que se le viene a la mente en su verborragia catártica de sillón de terapia y Samantha, bueno, es únicamente voz. Por lo tanto, lo único que propone la película es un ida y vuelta de afirmaciones monótonas y cortas para definir estados de ánimo o en otras palabras, cómo sonaría una charla entre dos twitteros: “Estoy feliz, estoy triste, estoy deprimido, estoy enamorado, me siento solo”. Cuando no están ocupando su tiempo en hablar de esa manera, se dicen el uno al otro frases que intentan ser metafóricas como “El pasado es solo una historia que nos contamos a nosotros mismos”, lo que termina convirtiendo a la película en una obra banal, al igual que esa excesiva e irritante tonalidad instagrameada y pastel.
No hay nada de poético en Ella. Esto queda descartado, así como una relación real por una voz de un sistema operativo ajustado a las necesidades propias, y es reemplazado por la verbalización salvaje del mensaje de la película cuando Theodore se encuentra con su ex esposa y ella le echa en cara que se nunca pudo enfrentarse a una verdadera relación.
Pero lejos de ahondar en las problemáticas y complejidades de las relaciones humanas, Spike Jonze en ningún momento se acerca a lo que es el amor. Más bien es una historia de desamor en la que simplemente, como si se tratara de un pasacalles delante de nuestros ojos, escribe: “Este hombre –que somos todos nosotros, para que quede bien claro-, se esconde detrás de la facilidad de un sistema operativo para no afrontar las dificultades de una verdadera relación, de sentir. Y sigue, resaltador en mano como un Sheldon Cooper en su pizarra: “Tiempo: futuro. Vestuario: setentoso. Personaje que vive en un mundo utópico, futurista/retro.” Es por esto, que Ella no es permeable a ningún tipo de crítica o introspección; porque es una película vacía de emociones, de imaginación, de sentimientos. No hay que confundir algo que aparenta una complejidad que no tiene con algo verdaderamente complejo. Lo de Jonze no es más que un slogan cuya premisa es nuestra dependencia a relacionarnos de forma virtual y la ansiedad que eso nos genera a la vez que nos aleja de la posibilidad de vínculos reales. Pero la película termina por ahogarse en sus palabras mecanizadas.
No hagamos lo que hace Jonze. Una parte del amor se trata de querer a una persona por sus particularidades y no a un Frankenstein creado a partir de las necesidades de la otra persona que es exactamente lo que hace Theodore: enamorarse pero de nadie más que de sí mismo o de la única arista de sí mismo que quiere mostrarnos la película; que funciona como un acto de egoísmo en sí: realizada a partir de las necesidades del director, puramente estéticas pero vacías de contenido.
Por Elena Marina D’Aquila
