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CRÍTICAS - CINE

Ella, según Emiliano Fernández

El amor ortopédico.

No hay otra manera de pormenorizar una situación como la que nos ocupa: viendo la última película de Spike Jonze, uno llega a la irremediable conclusión de que se lo extrañaba -y mucho- en el contexto cinematográfico contemporáneo. Ella (Her, 2013) es su obra más armoniosa, podríamos decir más “tradicional” a nivel formal si no tuviésemos que aclarar que el componente surrealista sigue estando presente en el plano temático, conformando un díptico clasicista junto a Donde Viven los Monstruos (Where the Wild Things Are, 2009) y bajando considerablemente las revoluciones con respecto a las exquisitas ¿Quieres ser John Malkovich? (Being John Malkovich, 1999) y El Ladrón de Orquídeas (Adaptation, 2002).

El convite nos ofrece la historia de Theodore (Joaquin Phoenix), un hombre que afronta un divorcio y trabaja en un servicio retro futurista de tercerización de cartas personales: es decir, escribe misivas bajo contrato destinadas a parejas, familiares y/ o amigos de un determinado cliente. Así las cosas, un buen día Theodore instala un sistema operativo en su computadora que se presenta a sí mismo como “Samantha” (Scarlett Johansson) y con quien eventualmente desarrolla una relación romántica que lo llevará a superar sus penas, revaluar el “vínculo estándar” con la tecnología y definir los límites concretos del cariño, reduciéndolos a su esencia para intentar comprender tales “circunstancias del corazón”.

Vale aclarar que el film dista mucho de ser una comedia y abraza -en cambio- el tono de un drama lacrimógeno con un dejo profundamente melancólico y sensible. En la dimensión del contenido volvemos a encontrar ese típico sustrato irreverente del norteamericano aunque en menor medida, porque hoy es momento de reflexionar sobre un “estado del arte” ya solidificado: más que una parodia acerca de nuestra patética dependencia para con los dispositivos móviles y las redes virtuales, el cineasta opta por aceptar una coyuntura que considera irreversible y a partir de allí construye un retrato tan bello como lisérgico de las sendas que nos esperan de ahora en más, sin mayor sostén que la propia fuerza de voluntad.

El concepto del “amor ortopédico” recorre el opus, no sólo por los quehaceres cotidianos de Theodore sino también por la misma existencia de Samantha. En este sentido, Jonze va más allá de las simples relaciones compensatorias o “por desquite”, aquí nos dice que todo amor es ortopédico ya que siempre viene a llenar un lugar vacío que nunca se reduce únicamente a una pareja anterior, abarcando en términos prácticos la psiquis y todas las “capas” de la vida del sujeto en cuestión. La propuesta constituye una letanía a esa perfección que deseamos con desesperación pero que una y otra vez se nos escapa, señalando un devenir fugaz sobrecargado de imprevisibilidad y una amplitud que puede llegar a enriquecernos.

Debemos destacar la banda sonora de los geniales Arcade Fire, la fotografía ensoñada de Hoyte Van Hoytema y en especial la labor de Phoenix, Johansson y Amy Adams, ésta última interpretando a una amiga del protagonista que también atraviesa una separación. Ella es una anomalía delicada e inteligente que pone en perspectiva la enorme necesidad en el cine actual de realizadores del calibre de Jonze. Superando su adaptación del libro de Maurice Sendak, en esta oportunidad analiza a conciencia los recovecos más agridulces del afecto y poco le importa que éste esté dirigido a un flamante sistema operativo porque la capacidad de proyectar de los seres humanos resulta de por sí una virtud inaprehensible…

calificacion_5

Por Emiliano Fernández

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