A Sala Llena

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Esa Rubia Debilidad

Esa Rubia Debilidad

¡Qué calorcito que está haciendo, mamita!

Yo no sufro demasiado el calor, soy una mina más bien friolenta, por eso, cuando salí con zapatillas, jeans y dos camisetas superpuestas a la calle y caminé unas cinco cuadras, el asunto se me empezó a poner pesado. Tarde descubrí que me había abrigado demasiado y muy pronto comprendí que esa especie de bamboleo que sentía dentro de mi cabeza no me permitiría hacer demasiadas cosas hoy. Mi presión sanguínea estaba más o menos por los tobillos y el color de mi carita había desaparecido. En el espejo del ascensor de la casa de mi amiga Luján, comprobé que mis mejillas se veían muy verdes y que las ojeras se me habían pronunciado hasta sacarme del todo las ganas de mirarme al espejo. ¡Parecía Gollum! Los ojos hinchados, la caraza de recién levantada, hablando sola con mi otra personalidad, la que se había quedado en casa y es mas bonita, mas inteligente, mas enérgica, mas responsable y no camina por la calle arrastrando las gambas.

Debía trabajar (un poco nada mas, no vaya a ser que me dé algo) y parecía un alma en pena. Para rematarla sentía que la cabeza se me iba a desprender del pescuezo de un momento al otro. Luján y yo teníamos que hacer unas fotos para nuestro microemprendimiento, con una amiga que es algo así como una escultura viviente, a la que aprovechamos como modelo.  Ojo, nosotras somos muuyyyy lindas, no se vayan a creer, pero  esta chica es algo increíble. Piernas larguísimas, melena rubia, ojos verdes, pancita chatiiita…una especie de  Darryl Hannah joven, caminando por las calles de Buenos Aires. 

Hicimos nuestra sesión en el boulevard Chenaut acompañadas vigorosamente por perros, plantas, bocinazos y los gritos subidos de tono de los muchachos de la cuadra que siempre se agradecen. Le pusimos mucha onda y las fotos salieron estupendas, pero yo venía medio retrocediendo en ojotas y en lo único que podía pensar era en estar en casa, en patas, tomando algo que le devolviera un poco de espíritu a mi cuerpo.

Hicimos las últimas tomas en el balcón de mi amiga, tomando unos mates y, finalmente la modelo se fue. Después de repartirnos algunas tareas, Lujan, su hijo (el enano) y yo bajamos a la ciudad hirviendo y nos despedimos con sendos besos en las mejillas. Ellos salieron diligentes y hermosos, yo, a penas caminando.

Como iba muy despacio, errando por las cuadras iguales, tratando de encontrar sombra para no desmayarme y partir mi cabeza en algún cordón ingrato, tuve tiempo de pensar unas cuantas pavadas, antes de encontrar la idea que después me ganó por completo. Pensé en que tenía que limpiar mi casa (los platos de una cena borrachita, borrachita con amigas se apilaban en la cocina), pensé en que me vendría una diarrea imparable y no llegaría a casa con mi dignidad intacta, pensé en mi hombre que anda medio loquito, pensé en la vida y los gatos y la muerte y qué se yo… Finalmente volví a enfocarme en la sesión de fotos y en lo hermosa y macanuda (combinación letal) que había sido nuestra modelo. Hermosa y rubia por supuesto, rubia y hermosa, rubia y rubia…

Yo soy rubia y caí en cuenta de que la mayoría de mis amigas son rubias. Pensé un rato largo en esa estúpida casualidad y, me pregunté si de verdad creía en eso de que “los caballeros las prefieren rubias”.

A priori no estaba tan de acuerdo, una de las mujeres mas bellas que conozco en vivo y en directo  (mi hermana) es morocha. Podría jurar que no he visto mina con mas magnetismo para con los hombres que ella. Es morena, de ojos enormes, cintura diminuta y un sentido del humor tan expansivo que se hace imposible no convertirse en su satélite. Ha tenido siempre una buena suerte asquerosa con los tipos.

Mi amiga María José, por su parte, también hace de la suyas. Intelectual, doctora en historia y con un revés de tenis que te la deja cuadrada, es una morocha que te quita el aliento. Ojos almendrados, pelo ondulado, pesado casi hasta la cintura, cuerpo perfecto y una inteligencia que deja de a pie a mas de uno… No, definitivamente, así de una, pareciera que la vieja frase no es tan cierta después de todo. Pero, igualmente, mi cabeza siguió por su propia cuenta, acelerando datos, preguntas y conclusiones, todas ellas completamente inútiles por supuesto (como es costumbre de esta columnista), y se aventuró por el cine y sus rubias debilidades, a la caza de la confirmación de la teoría primera.

Mientras seguía mi marcha por la ciudad ardiente, traté de recordar algunas de las mujeres blondas que desfilaron frente a mis ojos en la pantalla, modificando mi vida y cambiando mi percepción del mundo y de la belleza.

La primera rubia que recuerdo, me acompañó de manera enfermiza y me hizo revolear la cabeza como enajenada, escuchando sus discos a todo volumen. Si, sin ninguna duda, la primera rubia de mi vida es Rafaela Carrá. “¡Explota explota me expló!” y  “03, 03, 456”, eran las canciones de cabecera, con las que hacía flor de play back en la casa de mi abuela, despertando a todos de la siesta y obligándolos a ver mi espectáculo. Recuerdo que cuando se estrenó Bárbara, yo era muy chiquita y mi mamá me llevó al cine de noche. Me agarré semejante cagazo con la pantalla gigante y la oscuridad, que empecé a llorar haciendo un escándalo terrible. Nos tuvimos que ir del cine. Mi mamá estaba fastidiada de verdad. Llamó a la niñera, la esperó de mal talante y me dejó con ella para poder volver a la función. Tanto lío por una película de m… que si la llegás a ver hoy te pegás un tiro en la axila pero… era Rafaela.

Con la segunda rubia no me voy a explayar, porque ya les he contado de mi obsesión con Darryl Hannah y con ser una sirena, y el film Splash, y como me corté el flequillo y que amo platónicamente a Tom Hanks, y qué se yo… Así que vamos derecho por la tercera: Kim Basinger.

Batman de Burton se estrenó en diciembre del 89 en Argentina y yo la agarré en Pinamar en enero del  90. Recuerdo que me había sentado en una de las filas de adelante, con mi vieja, mi papá y mi hermana y que, a penas empezó la película, una extraña excitación se apoderó de todo mi cuerpo. Estaba que me salía de la vaina por que empezara y, cuando el escudo apareció en la pantalla, el corazón se me aceleró de manera brutal. Esa película fue una de las primeras que me hicieron pensar en el cine como una manera de vivir.

La Basinger estaba increíble. Su pelo, sus labios rojos, sus vestidos de color turquesa apagado, sus cancanes blancos, su belleza incomparable y absolutamente arrolladora. Quedé profundamente impresionada por ella y le pedí a mi mamá que me dejara pintar los labios de rojo furioso. Por supuesto no me dejó, yo todavía no calificaba ni cerca. Pero unos seis o siete meses después, salí con una amiga y, secretamente, las dos nos metimos en el baño de una confitería, nos quitamos el brillo inocente y pedorro de los labios, y nos los pintamos de rojo. Nos fuimos al cumpleaños de un compañero de colegio con nuestras bocas parando el transito. Me moría por parecerme a Kim, de hecho, todavía cuando uso rouge rojo pienso en ella, y en su sensualidad incomparable que traspasaba la pantalla de manera salvaje. No había defensa posible.

A los veinte me gustaba Michelle Pfeiffer. En la escuela de cine vi por primera vez Scarface y entendí lo que era la belleza absoluta. Una mujer que es linda indiscutiblemente, no hay opiniones que valgan, el que crea que Michelle no es hermosa está, sencillamente, loco. Es como ese test que te hacen los psicólogos con manchas en las tarjetitas. Si en algún momento no ves una mariposa o un pájaro o un murciélago, estás rematadamente chiflado.

La quinta rubia que se atravesó en mi camino fue Gwyneth Paltrow. Vi Shakespeare Apasionado en un momento en que no sabía qué carajo iba a ser de mi vida. Sabía que quería hacer cine, pero me sentía completamente sofocada, completamente impotente, completamente perdida. Me parecía que el tiempo se estaba pasando y yo todavía no había filmado una película. Me perseguía el fantasma de Orson Welles y sus 26 años filmando El Ciudadano. Me acuerdo de que fui con mi hombre a verla, no se si ya estábamos casados, creo que si. Cuando terminó estuve como diez minutos llorando. Esa rubia y su personaje tan dulce, tan bello, tan inocente y tierno se me habían metido en la cabeza casi tanto como el impecable guión. Para colmo, era la primera rubia que tenía verdaderas cosas en común conmigo. Pelo lánguido, delgadez extrema, poco busto, piel blanca… Si, yo podía parecerme a ella, aunque sea de lejos y sin anteojos. Eso me dio algo de esperanza, me dejó contenta.

Se me ocurrieron muchas rubias mas: Marilyn Monroe (obviamente), Sarah Jessica Parker, Scarlett Johanson, Leticia Bredice (a veces), Uma Thurman, Sharon Stone, Kate Hudson, Cameron Diaz, etc, etc. Pero, por supuesto, ninguna de ellas ha llegado a probar categóricamente que las rubias tienen algo extra. Ni una sola de estas mujeres por mas famosas, bellas, exuberantes, deseadas y sexys que sean, afirman con sus cuerpitos sin dejar lugar a dudas que los caballeros las prefieren rubias.

Ya con las patas arriba de la mesa y liberada de los jeans que me estaban apretando tanto el cuerpo como la conciencia, me decidí a afirmar que quien dice que las rubias tienen las de ganar con los tipos está redondamente equivocado, pero, en cuanto abrí la lap top para empezar a escribir, Ella apareció en mi cabeza y probó que estaba en un error.

Apareció desnuda, como en El Desprecio, rubia y fatal, perfecta, irresistible. Encarnando todo lo que es el cuerpo de una mujer en su máxima expresión y de manera despiadada. Ella si puede decir que ser rubia es algo especial, porque el mundo contenía el aliento para verla. Jean-Luc Godard se engolosinó de tal manera con su cuerpo que la película parece una oda a su belleza. Se escribieron canciones para ella y, aún hoy, miles de rubias en el mundo la imitan, tratando de parecérsele aunque sea un poquito. Porque se sabe que, si te le pareces, algo de guita vas a hacer, algo de glamour se te va a pegar, algo de brillo te va a coronar la cabeza. Si no, pregúntenle a la Schiffer, que curró una campaña de jeans entera gracias a su parecido indiscutible con la estrella.

Hablo por supuesto de su majestad Brigitte Bardot.

Olvidémonos de sus ideas ultraderechistas despreciables, de sus arrugas espantosas de estos días y de sus desafortunadas declaraciones a la prensa. Pensemos en ella como lo que nació para ser: la encarnación de la idea de símbolo sexual.

En 1963, El Desprecio se estrenó y se convirtió en una de las películas mas importantes de todos los tiempos y en un exponente genuino de la “Nouvelle Vague”. Todo eso, con una rubia desnuda bajo una luz roja que quemó las retinas de hombres y mujeres de manera indeleble y se quedó  para siempre con el trono de la reina del mundo.

Mi casa estaba bastante fresca así que pude recuperarme un poco.  La imagen de Brigitte se me quedó adherida a las ideas como un poderoso afrodisíaco y comprendí que, generalmente, los refranes estúpidos se vuelven populares porque encierran algo de veracidad.

Supongo igualmente, que en la variedad está el gusto y, si me pongo la mano el corazón, muchas noches sueño con Angelina que es una “morocha indexada que lo congela todo” pero, parece que a la hora de elegir de un solo vistazo, si, los caballeros las prefieren rubias.

 

PD: para vos rubia…

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