En las orillas.
Decir que Zama carece de argumento es errado. Hay un protagonista, personajes, misiones y mandados. Decir que carece de un trazado totalizador también resulta falaz. De igual manera es desacertado pensarla como una película hipnótica, sugestiva o evocadora. Zama es la cúspide de la repetición.
Me gusta diferenciar tres haceres; el desarrollo, la variación y la repetición. El autor desarrolla temas, sabe abrigar todos los aspectos de su obra, para ponerlos en disputa entre sí. Luego, el director de cine ejerce la variación de elementos a partir de una imagen matriz, si ese elemento es el agua, por ejemplo, sabe como entablar lazos operativos con -digamos- la humedad, la lluvia, el frió, etcétera; para así plantear una construcción imaginativa, una composición de lugar. Por último tenemos la repetición, hecha usualmente por técnicos, quienes, en el afán de cuestionar o establecer una forma, caen en el mero formalismo.
Zama es todo repetición, con un mínimo atisbo de variación. Ya desde el comienzo, cuando vemos al protagonista -desde la orilla- observar fijamente el mar, se entabla el elemento principal de Zama, el agua como confinamiento y encierro. Confinamiento del orden monárquico en una tierra foránea e incomprensible para ese estado mental, y el encierro de dicho orden en un régimen burocrático (oficial) y en otro natural (autóctono). Una vez entablado este interesante elemento doble (agua y orilla -bordes-/confinamiento y encierro), Zama cae en los dislates más evitables.
Desde la innecesaria voz en off (nunca retomada) que presenta una obvia comparación entre Diego de Zama y unos peces que “solo se quedan en las orillas” (y por si no quedó claro, culminando con él mirando desde la orilla), al empresario que cae enfermo a ese mundus terreno y que “ha visto el futuro”, al hombre literalmente encerrado en unas esposas de cuero; pasando por la charla entre Zama y Luenga, cuando ella le dice “En cualquier momento lo trasladan” y aparece un intenso sonido de ninguna parte. Esas “interrupciones” son similares a las que enunciamos en la crónica inicial sobre La niña santa, ese desfasaje ocurre en pos de contraponer la pugna por salir (en el uso del sonido) del confinado encierro (la imagen); este proceder se replica (repite) en muchas escenas durante la película, citamos algunas más: Cuando Zama se baña (nuevamente, el agua en un espacio foráneo al mar) y otra voz en off -como en La niña santa, un elemento fuera de la escena- le dice que sus hijos “están hartos” mientras (con mucha obviedad, por lo que decíamos del agua como encierro) un chorro importante de agua cae por su cara; y en repeticiones aún más obvias de lo mismo, cuando le dicen a Zama “que te vayas“, o cuando el gobernador le dice a Diego de Zama que Ventura Prieto será deportado, y que él sera trasladado a España, mientras la cara de Zama se oscurece frente a la imposibilidad de conocer su destino, o cuando la familia colonial de una cautiva mulata (cautiva/cautiverio/mestizaje), le pide ayuda para frenar a unos indios que “vuelven con pretensiones“.
En resumen: Zama apenas intuye temas y elementos a repetir más allá de lo mencionado, con un ínfimo lugar para una exitosa variación (y muy lejos de cualquier tipo de desarrollo). Para suplir este defecto de imaginación -que es la incapacidad de idear imágenes tanto como sonidos- se recurre a los dislates enumerados y al pragmatismo más maniqueo. Zama es una película fácil, de ideas políticas mínimas, de discursos preconcebidos y de un despliegue mínimo. El ideario colonial es planteado con la facilidad de los “conquistadores y conquistados” (1), y ese es el gran problema de pensar solamente en lo simplemente hegemónico y en lo llanamente minoritario, el carecer de desarrollo lleva indefectiblemente a confinarnos a este tipo de lugar común. Y eso es quedarse en las orillas.
© Pedro Seva, 2018
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(1) Como verbaliza Vicuña Porto, los indígenas fueron castigados por “ustedes“.