A Sala Llena

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Fiesta, que fantástica, fantástica esta fiesta…

Fiesta, que fantástica, fantástica esta fiesta…

 

Esta columna es una columna sorpresa, así que pueden imaginarla envuelta en un costoso papel de regalo, con un moño gigantesco y rosado rematándola o mejor, pueden creer que salta desde adentro de una torta enorme, toda encremada y (por qué no ya que estamos) en pelotas y borracha.

Esta columna hace un viaje largo, sin avisarle a nadie y toca la puerta con las valijas en el porche, esta columna llega a la hora de la cena con un montón de globos atados a un piolín en una mano y una empanada de carne en la otra. Esta columna canta FELIZ CUMPLEAÑOS, enfundada en un vestido adherente, rubia platinada, con voz de trasnoche y tono enloquecidamente sensual.  Esta columna habla de cine, de sexo y de alcohol y se toma todas las copas de champagne que le sirvan.  Esta columna es una canción de cuna y una carta de amor y está dedicada a mi hombre, mi media naranja, mi peor es nada… Mi maridito Roberto, que este 12 de mayo, alcanza la tierna edad de cuarenta pirulos. ¡Si, es oficial, este pibe ya está para sentar cabeza y hay que festejar tirando la casa por la ventana! 

A estas alturas, ustedes deben estar pensando que la va a ir de películas románticas, que le muestren a mí esposo cuanto lo amo y lo atesoro, pero no: Esta columna, es una columna “FIESTA”, una columna “DESCONTROL”, una columna “CURDA HASTA DESPERTARSE DESNUDO EN UN BASURERO”. Así que, de lo que vamos  a hablar hoy, es de  dos películas en las que la fiesta se salió de todo parámetro y se convirtió en la protagonista. Esas fiestas  con las que todos soñamos, fiestas que te hacen perder la moral, la vertical y la memoria.

Por supuesto, la primera que vamos a arrancar recordando, es la única e inconfundible: La Fiesta Inolvidable. Esta película de Blake Edwards, se estrenó en el año 1968 y rápidamente se convirtió en un ícono que representa amplia y muy efectivamente, a las party-movies  de todos los tiempos. Protagonizada por Peter Sellers  en el rol de Hrundi (uno de sus más memorables papeles)  este film es, más que nada, una oda maravillosa al descontrol y la diversión sin restricciones.  Hrundi era un actor hindú, que accidentalmente volaba en pedazos el set  de la película en la que trabajaba como extra. Era despedido de manera lastimosa por el productor y luego invitado, por un error garrafal, a una fiesta en su casa.  El tipo llegaba y no dejaba de mandarse cagadas. Las cosas iban pasando de castaño a oscuro, hasta que finalmente la casa quedaba cubierta de espuma, con un elefante pintado de colores adentro, mozos borrachos, hippies bailando descontrolados, viejas que se caían del balcón a la pileta y pollos que volaban a las cabezas de los invitados. Todo eso, y el director todavía se las ingeniaba para darle un giro romántico a la historia y enamorar a nuestro personaje principal, de una chica preciosa que tocaba la guitarra.  Durante años y años después de su estreno, se siguió hablando de esta cinta. La gente, simplemente, no podía olvidarla. Recuerdo que mi padre la alquiló para que mi hermana y yo la viéramos y se quedó con nosotras cagándose de la risa mientras la mirábamos, casi 20 años después de su salida comercial. Cada vez que pienso en una fiesta, pienso en ésta película. ¿Quién no ha estado alguna vez en una celebración que lo haya dejado destrozado? A todos nos encantan. Sin ir más lejos hace un tiempito, en mi casa se hizo cierta fiesta de disfraces que… Mejor vamos a dejarlo ahí. Hay mucha gente implicada, lectora de esta columna, que vería mancillada su inmaculada imagen.

Y la segunda película que quiero rescatar  en este día tan especial, es la picantísima y ardorosa (para la época, hoy es casi Caperucita Roja) Despedida de Soltero.  Protagonizada por mi entrañable y talentoso novio platónico, Tom Hanks. En esta cinta, lo veíamos en el papel de Rick, un soltero de los ochenta, a punto de casarse con una chica preciosa. Eso, por supuesto, si sobrevivía a la despedida de soltero que le estaban organizando los amigos, que eran una caterva de chiflados.  La novia solo le pedía que no se acostara con nadie durante la fiesta, cosa que se le hacía algo “cuesta arriba”, debido a que casi toda la celebración giraba en torno a prostitutas, drogas y alcohol. Las cosas se salían de tal manera de control, que el futuro matrimonio se veía amenazado, por la cantidad de salvajadas y perversiones que se sucedían en la despedida. Si a eso le sumábamos que los suegros no estaban contentos con el enlace y trataban por todos los medios de arruinarle el pastel al novio… Era desopilante.  Yo era chica y no me dejaban verla, así que en mi pequeña mente, era algo así como la representación de todo lo pornográfico y prohibido de la época.

Tanto La Fiesta Inolvidable como Despedida de Soltero, se instalaron en el imaginario popular, como sinónimos de libertad, de desenfreno, de risa, de sexo, de salvajismo y juventud. Por alguna razón las fiestas nos resultan exorcistas, catárticas, liberadoras y limpiadoras del espíritu. Las celebraciones en las que dejamos que nuestro autocontrol se retire a dormir la mona, generalmente resultan las que más atesoramos, las que más recordamos, las que más nos representan.  ¿Será por eso que estas películas nos resultan tan atractivas? Después de todo, de verdad hay escenas que no se han borrado de la mente de los espectadores, aún cuando han pasado tantos años.  ¿Quién puede olvidarse del suegro sodomizado por el clan de prostitutas hard core en Despedida…? O del elefante pintado, paseando por la pileta llena de burbujas de La fiesta… Es como si, de alguna manera, el hecho de estar en ese contexto, nos liberara de tener que pagar las consecuencias de nuestros actos, por lo menos, por un par de horas.

Hay films que se quedarán para siempre en nuestra memoria, como sinónimos de este estado maravilloso y alterado, al que nos dejamos someter cuando estamos en una fiesta que se va al carajo: Mamma Mía,  American Pie, ¿Qué pasa Doctor?,  ¿Dude, where is my car?, Los Rompe bodas,  Velvet Goldmine, Grease… entre otras tantísimas y variadísimas. Es que durante las fiestas, flota una magia, una especie de hechizo, una sensación de poder caminar por territorio desconocido que nos embriaga y nos hace sentir estimulados y súper excitados. La idea fantástica de que todo puede suceder…

Tal vez sea por eso, que elegimos festejar nuestros cumpleaños. ¿Qué mejor manera de rememorar el natalicio, que con una fiesta que rompa las paredes? La fiesta como ritual de expiación, de purificación, de muerte de lo antiguo y nacimiento de lo nuevo.

Pocas cosas más vivificantes y anticipadas, que una caja enorme de regalo. Allí adentro puede haber cualquier cosa y no hay metáfora mejor para una festichola, que esa. Un lugar donde nada puede predecirse.

Sin duda, el cine se ha encargado de retratar ese trance en el que caemos cuando festejamos verdaderamente y se ha nutrido de cuanta estupidez  se ha cometido en la historia, en nombre de la diversión y el desenfreno.  

Yo fantaseo con fiestas cinematográficas, en las que el agua entra por todos lados, la gente se encierra a tener sexo en cuartos pequeños, los borrachos le tocan el culo a las viejas, los muchachos fuman tranquilos y las chicas se besan. Bailes que se llevan la noche puesta. Pachangas fulminantes que valga la pena llevar al cine.  Escenas en las que la gente circule medio perdida y se adentre en rincones desconocidos de la casa y de la mente, produciendo situaciones extrañas, sexys, desopilantes, asquerosas, apetitosas y decadentes. Una especie de Pánico y locura en Las Vegas, un poco edulcorada y feliz. Una montaña rusa. Una disco eterna al estilo del Estudio 54, en donde se ahuyente a la muerte por un rato.

Una fiesta inolvidable, que no se vaya jamás de nuestro espíritu.

¡¡¡¡¡FELIZ CUMPLEAÑOS BEBI, SOS LO MAS GRANDE QUE HAY!!!!

(Y diciendo esto, salto de la torta)

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