Hola amigos. Aquí estoy, volviendo a este espacio tan querido a reencontrarme con ustedes, después del alumbramiento de Rosa Fuerte. Y estoy echada, en mi cama, semi en pelotas, con el mate cocido en la mesa de luz, las zapatillas tiradas, la ropa hecha bollito en el piso y las cobijas cayéndose hacia el lado derecho, abultadas, demasiado calurosas para la época. La luz que se mete por la ventana es blanca y caliente, y los gatos andan por la casa haciendo piruetas y hablando entre ellos. Desde Lacroze llegan ruidos de martillos neumáticos, rompiendo la camiseta, maquillando la ciudad y los humores del barrio. La penumbra es hospitalaria y la casa está quieta, volviendo a su ritmo habitual, a su latido, después de las convulsiones de las últimas semanas. Estoy como si regresara de un largo viaje, como si no hubiera residido en estos espacios por mucho tiempo, como si lo que me rodeara tuviera que volver a amoldarse a mis formas, a mi voz, a mis pies chancleteando los pasillos y la cocina. Siento que las paredes se abomban a mi paso, como en la Matrix. Todo está volviendo a su ritmo de siempre, a su cauce natural y orgánico, a su espesor, a su claridad, a su sanidad. La casa, la mirada y el cuerpo.
Fueron años de largas contracciones de parto, años de trabajo, de renunciamientos, de aceptaciones, de cariño, de espera y esperanza. Años de amor. Y ahora está allí, saliendo del todo a la vida, mi hija/película con su vestido y sus peinetas, sus tacones y su rutilante collar de piedras rosa. A veces siento que está sola, que yo debería correr a su lado a protegerla, a cobijarla a ayudarla, y después recuerdo que este ya es su tiempo, y que no tengo más nada que hacer que mirarla y, por qué no, admirarla también.
Es mucho, es demasiado, es todo, es menos, es más y es maravillosa…
Vestirse, pintarse los labios, presentarla en sociedad, jugar y charlar con los amigos, verla crecer a los ojos del mundo. Mi cuerpo ha parido, mi espíritu también. Un gran parto, un gran, brillante, rutilante, poético y concreto parto.
La miro en la pantalla y la veo tan hermosa y plena, como nada que yo haya visto, como nada que yo haya hecho crecer. Ella creció sola, es Ella y Ella misma y se resignifica a cada paso, haciendo brotar las flores y bajando los rayos de la azotea.
Y por fin puedo sentarme a tomar el té y contemplarla.
Volver al hogar ahora parece más natural. Habitar esta casa vuelve a ser normal. Pretendo imaginar la vida que viene, pero estoy todavía con jet lag, todavía me hallo en estado somnoliento, viendo los colores a través del cristal impresionista y narcótico de la lujuria. Mi cuerpo blanco, suave, redondo y dulce retoza todavía en las mieles sensuales de la alegría. Asomar la cabeza afuera, después del terremoto, requiere de una gran progresión, de una total y absoluta concentración que me defienda, que me ampare y me mantenga alerta, para no tropezarme o caerme en el hueco de alguna alcantarilla.
¡Gran estreno, gran estreno!
Hay algo que se me enciende adentro con la llama fulgurante de la gratitud.
Abrazar los sueños, que estallen en un millón de pedazos, que caigan en la tierra como semillas y crezcan poderosos en todos los rincones del mundo. Frondosos, indestructibles, imparables, nuevos y llenos de verdor y vida.
¡Gran estreno, gran estreno!
¡Estrenar los ojos todos los días!
Me gustaría estrecharlos a todos en mis brazos, besarles las orejas y los ojos. Llenarlos de mi amor y agradecerles la hermosa compañía de este periplo. El alma se me prende fuego de cariño y gratitud profunda.
Y aquí ando ahora, volviendo a mi lugar, volviendo a mis cosas y estirando las manos para seguir tomando, para seguir agarrando porque, parece, que para eso ando por estos lares, para atracarme con todo. ¡Gracias por venir a hacerme compañía y por acompañar también a mi película con amor, suavidad, compasión y alegría! Estoy evaporada de amor y los quiero bendecir a todos como si fuera el Papa. Estirar los brazos como si estuvieran hechos de goma y ampararlos a todos para siempre.
¡Gran estreno, gran sueño, gran amor!