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¿Creen en las brujas? Siempre que alguien hace esa pregunta, algún tonto desde atrás contesta “Que las hay, las hay…”. La humanidad ha creído siempre, secreta o denotadamente, en ellas y ha usado sus figuras para todo tipo de fines, incluso, para cometer asesinatos masivos. Si, la misoginia y el terror a los misterios del universo femenino, tengan tal vez su mayor y más claro símbolo, en las brujas.
Como mujer, hay ciertos insultos que me molestan más que otros. Por ejemplo, me enerva hasta hablar en lenguas, que me manden a lavar los platos. Y, ojo, no es solo porque me parezca que es un insulto sexista, es porque realmente, ODIO lavar los platos. Esquivo la tarea lo más que puedo de todas las formas en que me es posible. Negocio tratos que jamás honro, vendo baratos mis atributos físicos y mis habilidades amatorias, me pongo sospechosamente a “trabajar” en otra cosa, desaparezco misteriosamente de la habitación y así, la mayoría de las veces, termina haciéndolo el chuchi. Si me mandaran a cocinar, por ejemplo o a criar a los niños, no me enojaría en lo absoluto. Tampoco me molestaría que me mandaran a comer bombones, rascarme el higo y gastar a mansalva el dinero que mi esposo gana con el sudor de su frente, mientras mi culo crece y crece, hasta convertirse en una piñata. No, las tareas de las cuales una generación entera de mujeres tuvo que renegar para poder ganar espacios y derechos, no me son ingratas en lo más mínimo. Gracias a esa generación, yo puedo elegir qué carajo quiero hacer con mi vida, sin pagar el precio que ellas tuvieron que pagar. Y por eso, les estaré eternamente agradecida.
Otros insultos que me molestan son: conchuda (dicho por un hombre, por una amiga es un elogio), malcogida, puta (fuera del contexto pasional) y atorranta. Como verán, todas esas palabritas, aluden a la genitalidad y al comportamiento sexual de la mujer y eso, simplemente, ya no es tolerable. La época en que un tipo podía decirle un disparate semejante a una mujer sin enfrentar consecuencias, ha terminado en occidente. Y, aunque siempre queda una caterva de soretes sueltos a erradicar, cada vez es más y más grande la conciencia sobre el tema. Estos insultos, que atrasan dos mil años (es hora de que se den cuenta de que hacemos con nuestro cuerpo lo que se nos da la gana y eso no nos descalifica en lo absoluto), tienen la capacidad de sacarme de quicio, al punto de querer exterminar al pobre diablo que ose enunciarlos. Y cuando digo exterminar, estoy siendo tan literal como se puede ser.
Pero hay un insulto en particular, que jamás me molestó, aun cuando siempre que me lo aventaron a la cara, fue de la boca de tipos que han querido lastimarme. Ese insulto es: “bruja”.
Me encanta que me digan bruja, me gusta mucho…
El domingo pasado, nos juntamos en el depto de una amiga a merendar. Éramos tres. Mi hermana, mi amiga Mariela la dueña de casa, y yo. A mi hermana y a mí nos une la sangre, pero es justo decir, que las tres somos de la misma casta, de la misma camada, del mismo clan. Algún poeta cursilón nos tiraría el mote de “hermanas de la vida” y andaría bien rumbeado.
Esa tarde, las tres estábamos huyendo de algo. No es de buen gusto decir exactamente de qué, pero sí puedo afirmar que estábamos buscando y prodigando amparo al mismo tiempo. Por hache o por be, casi siempre hay una de nosotras que anda necesitando. Y es en este aquelarre, en donde siempre encuentra. Así que, discursando sobre maternidad, sexo, amor, hombres y aventuras por el estilo, las tres nos acordamos de una película legendaria que, en su momento, le voló la peluca a más de uno.
En la cinta en cuestión, tres mujeres hastiadas de la chatura de la vida de pueblo y de los hombres, se reunían una noche y convocaban, conjuraban, al hombre perfecto. Y, como sucede siempre con los hombres perfectos una, tarde o temprano, se da cuenta de que son el diablo.
El film es, nada más y nada menos, que Las Brujas de Eastwick.
En esta película, tres mujeres cultas, inteligentes, bellas y cautivadoras, compartían a un hombre al que ellas mismas habían creado mediante un involuntario hechizo. Pero el amor no estaba destinado a durar, las habladurías pueblerinas ponían un velo de vergüenza en todo el idilio y era en ese exacto momento, en que la naturaleza real de aquel maravilloso sujeto, quedaba al descubierto. Esto obligaba a estas damitas a desatar su enorme poder en contra de él, al no querer terminar siendo sus víctimas.
La historia traía a la palestra temas como la soledad, el sexo, la necesidad del amor, el aburrimiento, la maternidad, el trabajo, el talento, la distribución del poder dentro de las relaciones de pareja y, por sobre todas las cosas, la femineidad. Pero aunque se la consideró en su tiempo una película feminista, los discursos más espectaculares provienen siempre del personaje masculino. Y me atrevo a decir, que en ciertas ocasiones, la anécdota se permite ser flagrantemente machista. Aun así, la película es un ícono inequívoco de empoderamiento femenino y de cómo el reconocimiento de éste por parte de los hombres, a nivel consciente o inconsciente, desata la guerra real entre los sexos.
Dirigida por George Miller, que la pasó realmente mal durante el rodaje, la historia llega a ser prodigiosa. Aunque es vox populi que toda la producción fue redondamente infernal porque pasó de todo, el resultado final es de culto y, sobra decir, que las interpretaciones de Cher, Sarandon, Pfeiffer y Nicholson rayaron todas en el bronce. De hecho, el propio Miller que renegó como un condenado durante la filmación, le achaca haber llegado a buen puerto, a las mañas de viejo zorro de Jack, que lo coucheó durante toda la faena.
Cuando salió la película, no se me permitió verla, por supuesto. Pero apenas estuve en condiciones, me la devoré una y otra vez sin asco. Es que, lo derivativo de la cinta, te deja realmente perplejo. Creo que las mujeres deberíamos verla, aunque sea, una vez por década desde los quince años en adelante. Porque es tan infinitamente móvil, como nuestra propia naturaleza.
No, no me molesta para nada que me digan bruja, las brujas estamos llenas de poderes.
Así que, chicas, si andan con ganas de conjurar un hechizo por estos días, que convierta a algún pelotudo en sapo, no lo duden: háganle caso a mamita y rescaten esta peli del arcón de los recuerdos.
Y, HOCUS POCUS, my ladies…