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CRÍTICAS - CINE

La Invención de Hugo Cabret, según Martín Tricárico

¿Realmente nos debería sorprender que un niño pequeño, curioso, inquieto, ingenioso y escurridizo como Martin Scorsese, nos cuente una historia sobre un niño pequeño, inquieto, curioso, escurridizo e ingenioso? ¿Debería sorprendernos que, a su vez, la historia relate de qué forma ese sencillo e imaginativo niño descubre el cine y todo su artilugio por primera vez en su vida? ¿Y que, por último, paralelamente, se nos acerque con majestuosidad a presenciar el nacimiento del séptimo arte?

La Invención de Hugo Cabret es un film que, en mi opinión, su mayor logro es rescatar aquellas cosas, ni siquiera lejanas, que más que olvidadas han sido lamentablemente obviadas, ocultas y tapadas por las más de cuatrocientas horas de televisión que hoy en día un niño es capaz de ver antes de entrar siquiera a primer grado (ver Gubern “Mensajes icónicos…” 1974).

¿Cómo explicarle hoy en día a un niño, atiborrado como está de imágenes (y muchas veces hasta repleto de Ritolin); cómo fueron las primeras imágenes cinematográficas? ¿Cómo mostrarle esas primeras reacciones primitivas frente a ese “espectáculo de feria” que proyectaba un juego de sombras sobre un pedazo de tela?

Scorsese, con una maestría impecable, dibuja una posible respuesta. Y en esa respuesta, le da al formato 3D algo que por mi parte, realmente, sentía que le faltaba: ponerse verdaderamente en función del cine. No ser usado para únicamente mostrar proezas de altura y acción varias, sino también para, fundamentalmente, hacer eso para lo cual muchos realizadores se lo imaginaban en el futuro: hablar del cine, situar al espectador en una imaginación tridimensional que habla acerca de la realidad que nos envuelve a diario, sin por ello ser ella misma, pero al mismo tiempo manteniéndose cerca de ella. Hablar de los sueños, de las ilusiones, de la realidad, de la ficción. ¿Es posible que la vida misma sea una ficción dominante? En mi opinión, esa pregunta únicamente la puede contestar el cine. Scorsese, siendo ese niño atrevido, si bien siente gran nostalgia por esos tiempos de antaño, todo ello no le lleva, sin embargo, a renegar de la tecnología del momento (como a Hugo en la ficción), hasta el punto de utilizarla para realizar una mirada intro y retrospectiva, que nos atrae, nos envuelve y nos alerta sobre aquellas imágenes que lamentablemente, estamos olvidando.

Así, los hermanos Lumière, Chaplin, y por sobre todo, Meliés, nos deleitan con sus imágenes. No puedo describir el placer y la emoción que fue ver Viaje a la Luna en este nuevo formato, en este tamaño y calidad. Justamente, hablando de la importancia de la conservación y el rescate de aquellas valiosas miradas, el mejor ejemplo será tomar como eje ese magistral mago tan subestimado por su propia época, pero tan inestimablemente valioso para el cine: Georges Meliés. Un hombre que, literalmente, apostó su vida a ese naciente arte, y de cuya obra, trágicamente, se conserva tan poco.

La historia realmente merecería un párrafo aparte, bastante largo por cierto, pero es tan entretenida, emotiva y contagiosa que preferiría saltarlo, evitando así arruinarles las numerosas sorpresas que ofrece el metraje. Únicamente me referiré al mismísimo Hugo, ese niño que vive preso en ese mundo brutalmente adulto, sitiado por las circunstancias, en busca de un Otro que lo contenga. Y allí, en la búsqueda de ese Otro, es donde todo comienza…

Scorsese aprovecha también para contarnos su historia, la de ese niño, que, como muchos otros niños, repentinamente vieron una película y quedaron marcados de por vida, jugando a adivinar ese artilugio, ese truco de magia tan misterioso, cuya materia prima se desdoblaba y desaparecía en sí misma.

¿Es esta una película infantil? Paradójicamente, creo que lo es sin serlo. Habla del niño, de aquellos niños ante esa inminente nueva realidad que luego se volvería parte de una cultura masiva, que hoy en día devino en apabullamiento constante. Es así como, a su vez, es un llamado de atención al mundo del adulto, que muchas veces encierra al niño en ese reloj, esperando que el tiempo pase, que simplemente crezca, siendo este adulto incapaz de comprenderlo o de simplemente contemplar su propia y naciente mirada.
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