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CRÍTICAS - CINE

La Invención de Hugo Cabret, según Nuria Alvarez Silva

Demiurgo Scorsese

¿Por dónde empezar cuando se tiene poco tiempo, mucho para decir y una sensación de incapacidad para describirlo todo? Empezar diciendo que no tuve la suerte de ver La Invención de Hugo Cabret en 3D (aún, porque pienso hacerlo), sería una aclaración válida dado que en este caso no se trata sólo de la utilización de un efecto con el propósito único del entretenimiento, sino que es parte funcional del discurso completo de la obra.

Ésta película es más que un homenaje al cine y a Méliès, más que una película de aventuras, más que el manifiesto de un cinéfilo cineasta, es más que todo lo que simplemente parece ser. Es este “más de todo” lo que hizo que la película, aún sin 3D, saliera de la pantalla, estallara sobre todos mis sentidos de principio a fin.

Es la historia de un niño, llamado Hugo (Asa Butterfield, El Niño del Pijama a Rayas), que vive detrás de los relojes de una gran estación de trenes en la Paris de los años ’30. Fiel a su propio estilo, Scorsese nos introduce a la historia con un maravilloso plano secuencia que nos “aterriza” en los expresivos ojos de este niño y nos sumerge definitivamente en su mundo. Inmediatamente otro memorable plano secuencia de Hugo corriendo por entre los mecanismos de los grandes relojes de la estación, hasta salir de las paredes y llegar hasta Georges Méliès (Ben Kingsley, La Muerte y la Doncella, Gandhi), dueño de una juguetería que le recrimina al niño estar robándole herramientas y piezas de sus juguetes. El por qué dejo que lo descubran, el viaje vale la pena.

Basada en una novela de Brian Selznick publicada en el 2007, La Invención de Hugo Cabret es una oda a  la magia (literalmente) del cine, que mediante una historia de aventuras digna de cualquier libro clásico del género a los que se referencia constantemente, llevada adelante por Hugo y su amiga Isabelle (Chloe Grace Moretz, Let Me In, Kick Ass), nos invita a reflexionar sobre los avances tecnológicos del cine en los últimos años y nos sorprende con las mismas imágenes que exhaltaran a las primeras audiencias, como cuando remite a la clásica escena de Harold Lloyd pendiendo del gran reloj en Safety Last o al famoso plano de la llegada del tren a la estación de los hermanos Lumiere, poniendo de manifiesto el director que aún no hemos perdido la capacidad de asombro como público ni el cine su arte ilusorio. Imposible no aceptar esta invitación a soñar, difícil tarea la de ponerle un ojo crítico.

Resulta llamativo que las dos películas que cuentan con más nominaciones para los próximos Premios Oscar resultan ser filmes que hablan del cine y su historia, como el título que nos ocupa y su competidora El Artista (de la que lei y escuché críticas variadas pero no vi), justamente en una época en la que la predomina la tecnología y el séptimo arte pareciera estar perdiendo su capacidad de asombro. Hugo se sobrepone a todo y en un claro homenaje al primer “creador de sueños”, el mago y cineasta Méliès, divierte, emociona y en su larga duración no cae ni se alenta. En la película abundan las miradas y la que parece ser en un principio la subjetividad de Hugo, termina convirtiéndose en la nuestra propia, maravillados como niños ante tanto estímulo.

Un genial Sacha Baron Cohen (Borat, Bruno) como un Inspector de Estación digno de cualquier comedia muda, y que está obsesionado principalmente con los niños huérfanos que merodean por el lugar, es uno de los tantos personajes caricaturescos que le imprime gran humor y dinamismo al relato. También suma mucho a la cinta la reconocida y vieja estrella del cine B clásico de terrror, Christopher Lee como Monsieur Labisse, dueño de la librería a la que Isabelle acude a diario para encontrar en sus libros las aventuras que le faltan a su vida. El montaje a cargo de Thelma Schoonmaker junto a la música compuesta por Howard Shore es lo que concluye el gran acto de magia que no nos permite quitar los ojos de la pantalla.

Contando con once nominaciones (increíble que no esté Ben Kingsley entre las ternas), me atrevo a decir que es merecedora de todas y cada una de ellas. Son tantas las capas de esta obra que cada plano merece su propio análisis. Una maravillosa película, esperanzadora y melancólica, que seguro va a fascinar a más de  uno, grandes o chicos, cinéfilos o simples espectadores, que imprime el sello de un autor y su amor por su arte, un niño filmando su mejor sueño en un festín de imágenes y sensaciones. Y al final, con ojos emocionados, todos aplaudimos.

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