A Sala Llena

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DOSSIER

La mano del héroe mueve las piezas

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Lo que más llama la atención de esta pieza invaluable de la historia del cine, es su trascendencia en el tiempo. Casablanca parece una película atemporal, a pesar de estar muy enraizada en su propia contemporaneidad. Esta sensación es la misma que se posa en el personaje de Rick Blaine: la de un personaje detenido en el tiempo y –al parecer- excento de todo sentimiento, viviendo en la eternidad del instante, sin memoria ni noción del porvenir. En este sentido, la presentación que hace Curtiz de su protagonista es clave para descifrar su compleja personalidad y su actuar a lo largo del film.

Lo primero que vemos de él –antes de su rostro- es su mano, firmando una autorización. Curtiz le otorga el poder desde el principio, y esto se mantendrá hasta el final: es él quién tendrá en sus manos durante toda la película el destino de varios personajes, incluído el suyo. Pero lo más importante es la acción que viene después de que pone su firma en el papel: juega al ajedrez pero solo, sin contrincante y realiza la apertura del juego, desde el punto de vista de las negras, lo que se denomina Defensa Francesa. Lo curioso es que no está jugando, sino observando y del lado defensor. Todo el sentido de la película está simbolizado, encerrado en ese pequeño momento del ajedrez. El tiempo, el dominio de la estrategia, y la espera. Rick está en su bar, el famoso “Rick’s Café Américain” donde ladrones, turistas, oportunistas y personajes de todo tipo de nacionalidad y moral, están de paso ya sea para beber, apostar o negociar algún tipo de salvaconducto o visa de escape hacia la deseada libertad: Estados Unidos. Rick es un hombre aparentemente neutral, como lo dice en una ocasión el Capitán Renault, incierto, de un pasado dudoso del cuál sabemos muy poco: que traficó armas en Etiopía y que luchó del lado débil o defensor, en España y como dice Renault “Siempre parece estar del lado de los necesitados”. El solitario Blaine, quien nunca bebe con sus clientes, juega al juego del tiempo. Y esto forma parte de la escencia de la película porque el tiempo en Casablanca es fundamental: se vuelve infinito. Lo único que hacen los que viven o pasan por el lugar es esperar, y esperar y esperar.

El tiempo es el que va a consumir a los jugadores. Rick, tiene todo el tiempo del mundo para esperar en ese lugar, es más, da la sensación de que no tiene prisa por irse a ningún lado, y que no le interesa tampoco: un hombre como él podría conseguir cartas de tránsito para irse pero sin embargo nunca lo hace. Después de todo, la canción principal y lei motiv de la película “As time goes by” no habla de otra cosa, sino del paso del tiempo. La escena del tablero de ajedrez, me recuerda al poema “Ajedrez” de Borges que habla acerca del libre albedrío del hombre, el azar, como una ilusión, en la que el hombre cree tener la libertad para decidir su destino pero la realidad es que no la posee ni para tomar el control de sus actos. En la película, la noción de libertad está siempre ligada a Rick ya desde el comienzo: antes de conocerlo a él, vemos un avión sobrevolando por encima de su Café y luego el mismo Rick y Renault observan uno de los aviones que va a hacia Lisboa. Los últimos tres versos del segundo soneto dicen así:

No saben que la mano señalada
Del jugador gobierna su destino,
No saben que un rigor adamantino
Sujeta su albedrío y su jornada.

También el jugador es prisionero
(La sentencia es de Omar) de otro tablero
De negras noches y de blancos días.

Dios mueve al jugador y éste, la pieza.
¿Qué dios detrás de Dios la trama empieza
De polvo y tiempo y sueño y agonía?

Borges habla del jugador como prisionero de su propio destino. En la película se hacen varias alusiones al destino y al azar. Laszlo le dice a Rick: “Cada uno debe aceptar su destino, sea bueno o malo”. Rick dice nunca hacer planes por adelantado, cuando Ilsa va a verlo la misma noche de su reencuentro en el bar y le dice que le va a contar un cuento, ella dice que no sabe el final todavía y él le responde, “Cuéntalo que quizás se te ocurra uno mientras la vayas contando”. Es un hombre luchando constantemente consigo mismo, tanto en el tablero de ajedrez -un lugar donde donde las figuras de diferente nivel, color y opuestos confluyen en un combate- como en su propia vida. Laszlo le dice: “Suena como un hombre tratando de convencerse a sí mismo de algo que no siente realmente en su corazón”. Y esa es su batalla interna y la dicotomía del personaje: es un anti-héroe duro, oscuro e imperturbable por fuera pero tierno por dentro y lleno de cicatrices. Sabemos que tiene cierto idealismo por lo que se nos da a conocer de su pasado y una aparente moral: no comparte lo que hace Ugarte. Pero nunca sabemos si está del lado del bien o del mal, parece estar más allá de todo, y no importarle más nada que su propia vida. Después de todo, el tablero es la vida: aquel lugar en el que hay que tener una estrategia para seguir viviendo: exactamente lo que hace Rick y define con su frase “No arriesgo mi cuello por nadie”.

La pregunta básica del ajedrez es quién ganará, y eso es lo que uno se pregunta toda la película: Laszlo y Rick se debaten como opuestos y contrincantes, ambos enamorados de la misma mujer. El negro y el blanco del poema de Borges: Laszlo es el que lucha por sus ideales, el representante del bien y Rick es un hombre oscuro, que no tomará partido en defensa de ningún hombre: esto queda claro cuando no impide que Ugarte sea arrestado por la policía.  Rick viste su dualidad: smoking blanco, pantalón y moño negros y los colores opuestos en el flashback de París con Ilsa, ella etérea viste de blanco y él de negro. Y en ese mismo flashback, otra alusión al tiempo y la espera: “Qué suerte la mía, encontrarte esperándome” le dice él.

La jugada que tiene bajo la manga Rick, son las cartas de tránsito que Ugarte le pidió que guardara y se tomará todo el tiempo del mundo para decidir cómo y cuándo jugarlas. La paciencia es la principal aliada de los que juegan al ajedrez y Rick es amigo de ella: mueve a los personajes como fichas al mismo tiempo que tiene jugadas pensadas de antemano y siempre está tratando de adivinar la jugada del contrincante. Llegado el momento -que él decidirá cuál va a ser-, tendrá en sus manos al ganador y el premio de la libertad que le otorgará o no. Es notable la escena en la comisaría con Renault sobre la entrega de Laszlo, y cómo Rick maneja el conocimiento que tiene su “rival” de su cinismo y sus precedentes, para hacerle creer que no es un sentimental. Esa es su estrategia y la mantendrá, engañando incluso a Ilsa de que se irán juntos, hasta el mismísimo final. “Sólo un milagro lo sacaría de Casablanca” le dice Ferrari a Laszlo, y ese milagro es Rick y lo que tiene en su poder.

En este sentido es curioso el camino que recorre el personaje hasta conseguir la redención a través del sacrificio, en un gesto puramente heróico. Pasa de ser, como dice Renault: “el único en Casablanca con menos escrúpulos que yo”, a convertirse en una especie de John Wayne en Un tiro en la noche eligiendo el sacrificio para alcanzar el honor, aunque eso signifique no ser reconocido por ello y perder a su amor.  A diferencia de Laszlo, que es un héroe por naturaleza, un hombre transparente gracias a su moral y sus convicciones, Rick logra llegar a la heroicidad, por medio de un sacrificio, y eso lo convierte en el héroe único de la película, incluso por sobre Laszlo: a pesar de la admiración con la que lo mira su esposa cuando él encabeza el canto de La Marsellesa, nunca podrá competir con el gesto heróico de Rick al arriesgar su propia vida por ella y por la causa, al igual que lo hizo Wayne al matar al bandido Liberty Valance. De hecho, al único hombre que Ilsa besa en la boca y le dice que lo ama es a Rick. Cuando Laszlo le dice que la ama, su respuesta es “Tu secreto está a salvo conmigo”. Rick comete delitos en su camino a la redención, como amenazar con un arma a Renault y asesinar al General Strasser. Él dice: “No soy muy noble, pero veo que nuestro problema es muy pequeño en este mundo”. Es él quien ha tenido la inteligencia y la paciencia para mover las piezas estratégicamente y proteger al Rey –Laszlo- del jaque mate, en pos de un bien mayor.

Es en los pequeños detalles como el vaso de whisky, el cenicero lleno de cigarrilos, el ajedrez y las miradas, que Curtiz nos muestra la soledad de este personaje que parece que vagar entre el cielo y el infierno, que es su propio bar, donde aguarda sin prisa, un destino que ni él sabe cuál sera. Lo único que puede hacer es esperar, esperar y esperar…

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