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CRÍTICAS - CINE

La Noche del Demonio 3 (Insidious: Chapter 3)

(Estados Unidos/ Canadá, 2015)

Dirección y Guión: Leigh Whannell. Elenco: Lin Shaye, Stefanie Scott, Dermot Mulroney, Angus Sampson, Leigh Whannell, Tate Berney, Michael Reid MacKay, Steve Coulter, Hayley Kiyoko. Producción: James Wan, Oren Peli y Jason Blum. Distribuidora: UIP. Duración: 97 minutos.

James Wan sabe otorgarle entidad a sus objetos y a sus símbolos desde los planos y los pequeños detalles; virtud, entre otras, que lo hizo sobresalir por sobre la mayoría de los directores de terror contemporáneos sub 40. Desde la exuberante presentación de los créditos iniciales de la primera Insidious, sabíamos que estábamos ante un tipo cinéfilo y estudioso con una idea clara de lo que representa el cine de horror para él. Esa virtud, la de transmitir terror, cinefilia, oficio y sentido narrativo con un solo plano, muchas veces se contradice con su afán de mostrar por demás; pecado que atenta contra su propia premisa de ser, ante todo, un narrador, un generador de suspenso. Y esto del “mostrarlo todo”, que ya atentaba contra la primera parte de esta saga, llega al máximo en el capítulo tres. Es verdad que él ya no está de capitán; el director es su socio australiano de muchos años y guionista de los tres capítulos: Leigh Whannell. ¿Será Whannell el adicto a explicitar? No importa, Wan al menos aceptó esa modalidad, como director antes y como productor ahora.

La dinámica familiar gestada por Wan en los dos capítulos anteriores de Insidious era precisa. No descollaba pero no molestaba. La familia daba su aporte necesario para desarrollar una historia que mezclaba posesiones demoníacas con ecos espectrales, recuperando, sobre todo en la primera entrega, cierto sentido lúdico y visual del horror de décadas anteriores, como por ejemplo algunos climas demodé como las geniales escenas con humo, y la entidad que se le otorgaba a los espacios físicos y a cierta arquitectura, como pasaba con las películas de casas embrujadas al estilo de Burnt Offerings. A diferencia de las primeras, la dinámica familiar de esta entrega no solo no funciona sino que molesta. Berretines de telenovela con la pureza impersonal de los planos digitales más pulcros generan perdida de tensión, no nos dejan entrar en la narración. Sin embargo, hay una coincidencia provechosa con las anteriores que se da en la buena construcción técnica de un efectismo ajustado.

El relato, como en la segunda, está más cerca de ser una historia de “ghost hunters” que de posesiones. Un fantasma putrefacto con máscara de oxígeno se quiere armar un harén con almas de jovencitas pero para lograrlo deberá enfrentarse a la médium Elise (Lin Shaye) y a un equipo de cazadores (integrado por el propio Whannell) que ya no tiene la frescura ni la chispa de las anteriores. Quinn, la muchachita protagonista (Stefanie Scott), está en su adolescencia y, aunque no se aclare, es seguramente virgen o -al menos- inexperta en el plano sexual. Y en una interpretación especular de aquella famosa sobre la obra maestra de William Friedkin, que formulaba que a través del subtexto pasábamos del tanatos del relato al eros de la historia subyacente de una jovencita que descubre su sexualidad, aquí, en este tercer capítulo, podríamos inferir que la historia subterránea narra alegóricamente el debut sexual de Quinn, o los miedos, del padre y la chica, a los abusos de un degenerado, representado en la otra cara de la ficción por el fantasma asmático.

Que haya tanta producción de cine de horror en los Estados Unidos, que se siga apostando a este género en medio del boom de las superproducciones de acción, y que llegue a la cartelera de nuestro país, lo podríamos interpretar como un hecho positivo. Sin embargo, muy pocos productos logran que la potencia narrativa se combine con una historia apta para adultos. El cine de horror actual no escapa a la infantilización de la mayor parte del cine de acción hollywoodense; en líneas generales, la puesta en escena de -a veces- buenas ideas, se alinea con las franjas de consumo preferidas del mercado actual: seguimos sumergidos en la edad oscura del culto a un niño que el propio mercado creó.

calificacion_2

Por Ernesto Gerez

 

El albor de la sexualidad.

Si tuviésemos que resumir las tres características más insoportables del terror mainstream de nuestros días, de seguro la lista estaría constituida por la obsesión con el found footage, el paupérrimo desarrollo de personajes y la recurrencia de la parafernalia satánica, aparentemente el único interés temático de la industria, siempre en detrimento de cualquier otro tópico que pudiese enriquecer y/ o substituir a nivel narrativo a los moradores del averno. El dúo conformado por James Wan y Leigh Whannell, esos verdaderos camaleones del cine de género, se propuso superar estos obstáculos en La Noche del Demonio (Insidious, 2010) y su secuela del 2013, logrando un díptico muy eficaz y autoconclusivo.

La estrategia de la franquicia en cuestión fue bastante sencilla ya que abarcó una progresión relativamente pausada, sostenida tanto en la atmósfera como en el apuntalamiento escalonado del suspenso, elementos que encontraron su complementación en una trama cuyo pivote excluyente era Poltergeist (1982). A diferencia de El Conjuro (The Conjuring, 2013), que fetichizaba las maldiciones arrastradas a través del tiempo, la saga de La Noche del Demonio sí se podía jactar de ser más metafísica que infernal, recuperando en buena medida esa fascinación por el “más allá” de períodos lejanos. El tercer eslabón respeta a rasgos generales lo hecho en el pasado aunque opta por el facilismo de explicitar los sustos.

Como suele ocurrir cuando un esquema artístico y comercial muestra signos de decadencia, aquí la literalidad es la vedette principal y las dobles lecturas pasan a un segundo plano que bordea la extinción. A pesar de que se evitan los automatismos patéticos del promedio hollywoodense contemporáneo, resulta indudable que la carga melodramática del film se vuelve molesta y las ideas novedosas brillan por su ausencia. La obra funciona como un “capítulo cero” que narra los pormenores de la constitución del equipo anti- espectros compuesto por Specs (de nuevo Leigh Whannell, hoy guionista y realizador), Tucker (Angus Sampson) y la psíquica Elise Rainier (Lin Shaye), la gran protagonista del convite.

De hecho, si no fuera por la presencia de Shaye, tendríamos poco para asirnos en materia de empatía, ya que como espectadores conocemos de sobra la historia/ premisa de la señorita que -en el albor de su sexualidad- termina transformada en un depositario de la pulsión libidinal del fantasma de turno, en esta oportunidad con un rostro maltrecho que oculta debajo de una máscara respiratoria. La Noche del Demonio 3 (Insidious: Chapter 3, 2015) es tan prolija y sensiblera como carente de un verdadero núcleo que movilice a la dimensión del contenido más allá de la metáfora femenina del paso de la adolescencia a la adultez, los sinsabores del entorno familiar y el temor a ser “violentada” por un extraño…

calificacion_2

Por Emiliano Fernández

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