A Sala Llena

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Venecia sin Quique…

Venecia sin Quique…

Aquí voy, desde Venecia rumbo a Roma, en el periplo último del viaje. Todo ha sido tan intenso, tan fuerte, tan en carne viva, que casi quiero llorar a mares. La primera tajada del viaje (las dos terceras partes) fue expansiva, gloriosa, voluptuosa, llena de goce lujurioso. La comida, el mar, la música, el arte, la ropa, el sexo, el cine, los olores, las caminatas, el sol, la cultura metiéndosenos por los poros. Una sensación permanente de ensanchamiento joven del alma. De profunda y destellante alegría, que hacía que nuestros dientes brillaran en sonrisas cósmicas. Mucho océano y sirenas; Taormina, Mondelo, Scala dei Turchi, Positano… Lugares entre lugares, calles entre calles, olas entre olas. Toscana… La poesía del mundo, la nota estrellada del viajero, el amor a la tierra que se pisa. La familia desplazándose por la comarca antigua del planeta, con su sangre vieja, refinada y dulce, alimentando la mística tradición de Occidente. 

Peces, penes, panes, pines…

La tercera parte, en cambio, se vivió diferente: saliendo desde Florencia hacia Venecia, nos enteramos de que Quique, uno de los bebés gatitos de mi hermana, su pepo gris, ruso azul, peluche bello, gato galáctico, hermoso, el pumita de ojos incrustados y hondos, había muerto en Buenos Aires. Y la tristeza nos embistió a todos, profunda y lunar.

Quique era un gatito que mi hermana y su esposo habían rescatado de la calle y habían salvado de morir de frío y hambre cuando era apenas un bebé, lleno de parásitos, y con muchos problemas resultantes de su abandono siendo un cachorro de poquito tiempo de vida. Recuerdo que cuando lo encontraron, el Chuchi y yo estábamos en Venecia y nos mandaban fotos para que lo conociéramos. Esas casualidades raras… Era un bebito flaquito y descangallado y pensábamos que no sobreviviría. Se recuperó gracias a cuidados amorosos y constantes, y al encuentro con el que iba a ser por siempre su hermano mayor: Tito, el gato más grande de mi hermana y mero mero de la casa.

Ahora eran cuatro hermanitos: Tito, Quique, Vlady y Jazmincita. Y estaban todos juntos al calor de un hogar lleno del más hondo y puro amor. Un hogar donde ellos son los reyes y capos, un hogar blando y dulce, en el que son protegidos por mi hermana, The Mother of Cats, y su hombre, el Negro. Quique se convirtió así, contra todos los pronósticos, en un gato espléndido, elegante, de belleza total y misterio absoluto. Gris casi azul, esbelto y grácil, reacio al contacto, chúcaro y perfecto, esquivo, y muy dulce solo con quien considerara digno. Vivió su vida rodeado de cariño, protección, respeto y el más devoto amor que hubiera podido querer. Y como los gatos son ángeles extraños, seres que transitan pares de mundos al unísono, un día partió. Y por siempre quedará en nuestros corazones, vivo, ardiente y joven como fue. Y regresará cuando quiera, con la forma perfecta que había tomado.

Y entonces Venecia fue distinta. Muy distinta. Femenina como es, intoxicante, así se la conté en un mensaje a una amiga. Nos lamió la herida y se levantó para nosotros nostálgica, romántica, calurosa y apasionada. Y nos envolvió en su mar con la tibieza más pura y sensual. Todos estábamos ahora pendiendo de ese hilo tan fino y pulcro que define por completo a la condición humana y que representa las fuerzas ingobernables de las que estamos a merced.

Todos lo tomamos distinto. Mi Chuchi y yo, que somos padre de gatos, estábamos en total estado de emotividad. Mis padres, en cambio, que han vivido más y perdido más, lo sufrieron, pero lo procesaron como parte de la vida. Aún así, todos estábamos en comparsa y nos reconfortábamos los unos a los otros, mientras nos embebíamos del espíritu antiquísimo y elegante de Venecia.

Venecia sin Quique…

Ahora estoy en Roma, despertando de lo que fue una noche de concierto de la genial Patti Smith, que nos atravesó como un tornado santo, limpiando nuestro espíritu. Aullamos, gritamos, cantamos, saltamos, zapateamos, rezamos, lloramos, nos besamos, nos sacudimos… Y después, cogimos y cogimos.

Porque para eso estamos vivos, ahora y siempre.

Se preguntarán qué tiene que ver todo esto con el cine: pues todo y nada a la vez. Quería compartirlo con ustedes. Sé que andarán todos viendo Jurassic World. Cuéntense algo… Y abrácenme. Los quiero.

Que el cine mate a la muerte.

 

Laura Dariomerlo

Twitter: @lauradariomerlo

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