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CRÍTICAS - CINE

Lincoln, según Elena Marina D’Aquila

El imperio de lo solemne.

Spielberg no deja ni por un solo instante de  -la eteeeerna- Lincoln que olvidemos que?se está abordando un suceso histórico como fue la abolición de la esclavitud. Pero lo hace de manera tan solemne que resulta agotador. Daniel Day-Lewis está más duro que el personaje del señor Wood. Los planos que le dedica Spielberg a su rostro inmóvil y de expresión grave -que mantiene durante toda la película-, sumados a la inexpresividad de Tommy Lee Jones y la desbordada actuación de Sally Field, dan como resultado un elenco totalmente desaprovechado. Detrás del abundante maquillaje, Lewis no puede manifestar ni un sólo gesto y como la expresividad queda fuera de las posibilidades, siempre se puede recurrir a los ojos llorosos de principio a fin. Así es como su retrato parecería el de un viejo gagá más que el de un presidente. Abraham Lincoln tenía 56 años cuando murió; el Lincoln de Spielberg parece de 80.

De todos modos el gran problema de Lincoln es que el universo diegético que presenta no es creíble. Está tan preocupada por ser una película oscarizable y seria que no logra sacar ni media emoción genuina y resulta aparatosa en su gravedad, lo que contribuye a su inverosimilitud. No hay desarrollo del personaje-presidente, no hay empatía, ni expresividad, como tampoco emoción. Por el contrario, los actores parecen monigotes tan atrapados dentro de la rigidez de sus vestuarios y diálogos que parecen sacados de una obra de teatro victoriana. Por eso es que ninguno de los discursos de Lincoln emociona ni causa efecto o entusiasmo en el espectador. No convence a nadie de nada porque es un personaje vacío, acartonado. Un efecto especial de maquillaje sin alma, sin sustancia.

Por otro lado, la falta de ritmo y de síntesis narrativa hacen de la película un gran bodoque de 150 interminables minutos. No hay una profundidad en la relación padre e hijos, ni en los motivos que impulsan al presidente a tomar sus decisiones, así como tampoco en su pasado. Además, las escenas en la Cámara de Representantes se hacen agobiantes, repetitivas y, en más de una ocasión, da la sensación de que Spielberg no sabe cómo sintetizar la información -hay demasiados diálogos largos y explicativos, y situaciones que podrían haberse resuelto más cinematográficamente- o condensarla de manera más fluida.

Es un retrato frío, desapasionado y desaprovechado de una historia que narrativamente podría haber tenido todo: suspenso, emoción, enormes actuaciones y, sin embargo, ni siquiera el humor puede rescatarse porque no funciona en ningún momento, y los chistes no se entienden. Esperemos que si Daniel Day-Lewis se lleva el Oscar a Mejor Actor no nos deleite con una anécdota.

calificacion_1

Por Elena Marina D’Aquila

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