Hola a todos los amigos del mundo mundial, que leen esta columna y que andan rebuscando la vida con el final de la espalda, sin perder de vista la persecución de la belleza. Es para todos ustedes esta rutilante edición, que salió tarde pero seguro, en esta, la hora de la verdad.
Por alguna razón, esta semana vengo llegando tarde a todas partes. ¿Vieron que hay rachas que se dan así? Por ejemplo, ayer: llegué diez minutos tarde a absolutamente todo lo que tuve que hacer durante el día. Y me agarraron unos nervios, pero unos nerrrvioosss… Porque, por más que salgo a la luz como una mina medio desbolada, suelo ser bastante puntual en general y me rompe soberanamente, no llegar a tiempo a las cosas. El tema con los horarios de llegada, es que son como fichas de dominó, si pateaste la primera, las demás caen como moscas. Fue así, como llegué retrasada a la privada de prensa de Muerte en Buenos Aires.
Cuando entré al microcine de DC, todo el mundo ya estaba ubicado y quedaba una sola butaca del lado de la pared, en la loma del orto que, OBVIAMENTE, era la mía. Nadie había faltado a la cita y TODOS por primera vez en la historia de las privadas de prensa, habían sido puntuales. Shit… Entrando de frente como se debe, y pidiendo disculpas mientras les pisaba las patas a todos, me ubiqué aparatosamente. Por supuesto, el lugar me causó taquicardia de la claustrofobia, pero eso ya es harina de otro costal. La cuestión es que entré ni bien terminaba la escena del crimen y, aun así, supe quién era el asesino dos o tres secuencias después. Digamos que, para el espectador avezado, el misterio no es el fuerte de esta nueva cinta. Pero, eso mis amigos, es lo de menos.
Antes de seguir con esta columna, quiero aclarar algo: la película tiene muchas fallas, pero a esta columnista no le importaron un carajo. LA DISFRUTÉ DE PRINCIPIO A FIN, Y MUCHÍSIMO. Y de eso va todo el asunto que nos convoca este día: HAY QUE VERLA.
Como ustedes saben, soy directora. El INCAA tiene que darle fecha de estreno a mi película hace demasiado tiempo ya, y eso me tiene pelotuda. No se preocupen, no voy a despotricar nuevamente, pero estuve soñando giladas y me las tengo que sacar del pecho. A lo que voy con esto es a que, sé desde adentro lo que conlleva hacer una película y, vea lo que vea, jamás puedo desprenderme de eso. Tal vez ese sea el motivo por el cual solo puedo escribir columnas y no críticas. Yo no puedo dejar de ver el trabajo, el esfuerzo, la intención, la mirada y el compromiso de un realizador detrás de su obra. Lo vivo y lo palpito.
Una película siempre es personal por lo que, es imposible tomarse a bien cualquier crítica, por más que venga de buena leche. Un profesor que tuve decía: que te digan que tu película tiene fallas, es como cuando el maestro de tu hijo te cita en la escuela para hablarte de sus problemas de aprendizaje. En el fondo, vos siempre creés que el tipo es un boludo y que tu hijo es un iluminado incomprendido. Y eso no está mal, porque es el mecanismo de defensa que ponemos en marcha, para poder seguir haciendo películas, pase lo que pase. Engrosamos la carne y seguimos adelante, con la esperanza de pegarla alguna vez, una solita aunque sea…
Muerte en Buenos Aires es la historia de dos policías, un novato y un veterano, que se juntan para investigar el asesinato de un homosexual de alta cuna, en los años ochenta. De esta manera, ambos personajes se embarcarán en un viaje de tensión sexual, erotismo, rudeza, mentiras y misterio, que convertirá todo el asunto en la bisagra de sus vidas. Chino Darín, en su debut como protagónico y Demián Bichir (me saco el sombrero y me pongo de pie) componen la maravillosa dupla, pletórica de sex appeal y cachondeo, en la dignísima opera prima de Natalia Meta.
Bichir, en su condición de “hombre de la tierra”, con su masculinidad avasallante y su rudeza candente, se roba la pantalla en una interpretación fulgurante, sexy y carnal, aun cuando el personaje está encorsetado en el policial de estereotipo. Despliega como un mago, tanto oficio, como virtuosismo, y se te hace literalmente imposible dejar de mirarlo. No está demasiado lejos de su personaje en The Bridge a nivel matices pero, ¡Dios mío, a quién le importa! El tipo es un tren de frente y causa un intenso placer verlo en pantalla. Con este muchacho, me estaría poniendo de novia por estos días…
Chino Darín, por su parte, pisa fuerte en el debut. Va a tener que bancarse a algunos imbéciles que le van a hacer pagar derecho de piso, pero viene muy bien encaminado. Tiene unos tremendos ojos de pantalla grande y un rostro a prueba de balas, destinado a la reacción cinematográfica. Nace una estrella, mis enfants de la patria, nace una estrella… y es muy bueno verlo tomar tantos riesgos en su primer protagónico en cine. Si me preguntan: sale airoso. Aunque su personaje tampoco se aleja demasiado de maquetas preexistentes, el pibe está recontra vivo en cada escena y la rompe. Además, se saca seguido la camisa, y eso vale la entrada, los pochoclos, el estacionamiento y la nafta. Ay Chinito, Chinito… Por vos iría a pilates cinco veces por semana en vez de tres, mirá lo que te digo…
La Antonópulos se te desdibuja un poquito, hacía falta verla más, darle más rosca. Me quedé con las ganas de percibir desarrollo hondo en ese personaje. Tiene una chispa potente, pero faltó contundencia.
Carlos Casella, en su rol de sospechoso y enorme interpretación, se lleva gran parte del aplauso junto con la música de Daniel Melero. El soundtrack resultante es IMPRESIONANTE. Me sentí verdaderamente emocionada de escucharlo y le saqué jugo tórrido y lujurioso.
En cuanto a los agujeros de la trama: y sí… hay algunos. Lo loco es que, si te quedás a ver los créditos finales, varios de esos deslices quedan resueltos. Es decir, la directora eligió cortar escenas de la sintaxis final de la película que, creo, le hubieran venido fenómeno. Están filmadas y hacen mucha falta, porque la narrativa, desde más o menos los cuarenta minutos en adelante, se precipita demasiado. La resolución del conflicto, si bien es previsible, se queda un poco corta y falta de elementos. Me intriga sobremanera por qué decidió contarla así… Pero bué, es la vida.
Más allá de esto, debo decir que me salía de la vaina por ver la peli y no me defraudó. Linda peli, peli linda… No porque no tenga fallas, sino porque estar frente a esta cinta, es como sentarse a comer una torta gigante de frutillas con crema. Tiene suculencia y sabor. Tiene textura y color. Tiene opulencia y voluptuosidad. Es generosa y dulce con el espectador.
Y hay genio detrás, por más que haga agua en algunas cosas…
Cuando salí del cine, me fui contenta, excitada y sobresaltada. Y de eso se trata amigos, del impacto, de la fuerza, de lo que te pasa frente a algo. Y este film no les será indiferente, se los aseguro. Y es por eso que les digo que VAYAN A VERLA A PENAS SE ESTRENE. Después, me cuentan ustedes. ¡Manden garrapiñada!
Saludos desde el pijama y las chancletas…