(Reino Unido, 2012)
Dirección: Tom Hooper. Guión: William Nicholson. Elenco: Hugh Jackman, Russell Crowe, Anne Hathaway, Amanda Seyfried, Sacha Baron Cohen, Helena Bonham Carter. Producción: Tim Bevan, Eric Fellner, Debra Hayward y Cameron Mackintosh. Distribuidora: UIP. Duración: 157 minutos.
El testimonio de los mártires.
¿Quién hubiese dicho que una de las mejores adaptaciones cinematográficas de la mítica novela de Victor Hugo sería un musical? Desde ya que cuesta creerlo pero es cierto, apreciación coyuntural que se aplica tanto a los fanáticos del género como a sus detractores. El “secreto” detrás de Los Miserables (Les Misérables, 2012), ese recurso capaz de despertar la adhesión que viene cosechando a nivel internacional, radica principalmente en la “fastuosidad” de las emociones concentradas en el material de origen y la destreza del film en cuestión para explotarlas según su conveniencia. Por una vez una realización mainstream logra empardar el apartado técnico con la gloriosa dimensión del contenido.
Considerando que prácticamente todos los diálogos son cantados y la película se extiende por dos horas y media, sorprende la perspectiva con la que el director Tom Hooper encaró esta ambiciosa propuesta a partir del show homónimo concebido en 1980. Aquí el británico, como un Terry Gilliam desaforado, se convierte en un diletante de la cámara en mano y decide inundar la pantalla con una multitud implacable de primeros planos, travellings y distintas tomas detalle desde ángulos oblicuos. La impetuosa fórmula, contra todo pronostico, genera resultados excepcionales exacerbando la disposición física del elenco y complementando la habitual “megalomanía sensorial” de este tipo de proyectos.
Las canciones están bastante bien para lo que suele ser el promedio de los musicales industriales y enarbolan con convicción el espíritu humanista de la obra magna de Hugo, pero los que verdaderamente se destacan en esta epopeya consagratoria de los sentimientos son los intérpretes elegidos para la ocasión. A pesar de que recibieron una gran ayuda en rubros tales como vestuario, maquillaje, diseño de producción y fotografía, el desempeño de Hugh Jackman como Jean Valjean y Anne Hathaway como Fantine es tan extraordinario que uno no puede más que felicitar a los responsables del casting. Russell Crowe, por su parte, calza perfecto en la piel de Javert y consigue que sus tics pasen casi desapercibidos.
Mención aparte merecen Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen como el matrimonio Thénardier, un dúo cuyas hilarantes intervenciones engalanan el film. En una mixtura que combina el drama de denuncia y la comedia sarcástica con el salvataje familiar, los avatares del corazón y las luchas revolucionarias en pos de alcanzar la siempre escurridiza justicia social, Hooper nos regala una bella anomalía que exalta el respeto por el prójimo y deja en el pasado esa suerte de “trilogía biográfica” compuesta por las interesantes Longford (2006), The Damned United (2009) y El Discurso del Rey (The King’s Speech, 2010). Hoy el testimonio de los mártires encuentra medios apropiados para su justa canalización…
Por Emiliano Fernández
Estrellas y estrellados.
Tras el éxito de Chicago, la transposición de musicales de Broadway a la pantalla grande era algo cantado. En realidad, lo que se está intentando es recuperar una larga tradición en Hollywood que se había perdido a fines de los años ‘60 con la adaptación de los últimos grandes musicales: La Novicia Rebelde, Mi Bella Dama y Oliver! Después vino una era diferente, con obras más chicas, menos épicas y contestatarias, reflejo de la ideología política de los ’70, lo que muestran los musicales de Bob Fosse, y durante los ‘80 y ‘90 el género estuvo prácticamente muerto. Pero, gracias a Chicago (otra creación original de Fosse bastante sobrevalorada), los estudios empezaron a ver con buenos ojos volver a llevar los musicales con gran envergadura a la pantalla grande y con toda la pompa. Los resultados fueron menos llamativos de lo esperado, especialmente porque confiaron en los directores teatrales originales (caso Los Productores, Mamma Mia, Nine) para que hagan la adaptación. Grave error. Excepto por Joel Schumacher y El Fantasma de la Ópera, los demás directores no provenían del cine, y las puestas seguían pareciendo teatrales. Irónicamente, El Fantasma terminó siendo la peor de las adaptaciones, pero eso es culpa del poco talento de Schumacher para narrar y hacer películas en líneas generales. Con esto no quiero generar polémicas. Todas las obras son hermosas en el escenario, pero deberían quedarse ahí.
Sin embargo, Los Miserables, la inmortal obra de Victor Hugo, demandaba una nueva adaptación cinematográfica en versión musical. Especialmente porque es mucho más que una historia de amor. Es una lástima que Tom Hooper no lo haya entendido así. No es que hayan faltado adaptaciones. De hecho, en los últimos 20 años, se hicieron dos películas con Liam Neeson y Jean Paul Belmondo respectivamente, y una miniserie con Gerard Depardiéu. Pero faltaba el musical.
Lo primero que se puede destacar es que Hooper la sacó del escenario y le otorgó una impronta completamente cinematográfica a la historia de Jean Vanjean. Visualmente, y gracias a una excelente utilización de lentes y a la fotografía de Danny Cohen, la película resulta muy imaginativa y osada para un musical. Que uno de los números más importantes sea cantado con un primer plano fijo a capella con poca música incidental de fondo, sin cortes de edición, ni movimientos de cámara demuestra un genuino interés por cambiar las reglas del juego. Acá hay planos secuencia, cámaras volando que simbolizan el paso del tiempo y cortes dinámicos. Se nota que Hooper no quiso hacer un musical tradicional y las ideas florecen hasta los primeros 75 minutos. Después de eso, la película cambia de rumbo y todo se derrumba.
Durante la primera mitad del film en que se desarrolla mejor el enfrentamiento entre Jean Vanjean (Jackman, el héroe que se redime gracias a la donación de un cura) y el capitán napeolónico Javert (Crowe), que se obsesiona con desenmascarar y arrestar a Vanjean, el film transcurre con bastante tensión y excelente reconstrucción de época. A partir de la aparición de Fantine (Hathaway), Hooper decide mostrar una París de extrema pobreza y miserabilidad, corrupta -tercermundista podría arriesgarse a decir- y sucia al extremo. A todo esto se le suma la excelente puesta en escena, los maravillosos números musicales, la magnífica y emotiva interpretación de Jackman que se pone la película sobre los hombros. En esos momentos, lo mejor de Brodway se junta con lo mejor del cine. Todo esto se consigue con una impronta de musical británico, más seco y frío que el de Hollywood, menos artificial, no confiando tanto en los efectos especiales. No critiquemos el sentimentalismo y cierto abuso lacrimógeno en la piel de la Fantine de Hathaway (sus pocos minutos en pantalla están muy bien aunque exagera un poco con el llanto para emocionar). Realmente esta primera mitad del film es muy potente. Y el corte humorístico lo aportan los burtonianos Sascha Baron Cohen y Helena Bonham Carter.
El problema viene en la segunda mitad de la historia, cuando el protagonismo lo toma el joven (Eddie Keymore, de lo mejor del elenco) y la hija de Fantine (una desperdiciada Amanda Seeyfeld). A partir de ahí, lo que era un film de crítica sociopolítica se convierte en un melodrama romántico trillado de la peor calaña. De ahí hasta el final, la película cae en la monotonía, la morosidad y la repetición de efectos lacrimógenos que derivan en una escena final extremadamente sentimental y cursi. Hay algunas escenas potentes y, posiblemente, los duelos entre Vanjean y Javert vuelven a ser lo mejor de esta segunda mitad aunque el último número del personaje de Crowe es un poco ridículo.
A nivel musical la película es prácticamente impecable. Todos los actores tienen voces notables y la mayoría de ellos tiene un buen nivel interpretativo. La única manzana podrida es Russell Crowe. Cuesta imaginar que este gladiador y capitán de mar y guerra tenga una banda de rock, porque definitivamente no tiene altura ni timbre para cantar y, si alguna vez consiguió actuaciones potentes y verosímiles (El Informante, Los Angeles al Desnudo), esos tiempos quedaron bastante atrás. El Javert de Crowe es poco creíble e inverosímil, pone demasiadas muecas, no llega a causar simpatía pero tampoco antipatía como villano. De hecho (y esto es culpa del guión) no se comprende muy bien por qué Jean Vanjean le genera tanto odio. Eso no quita que las persecuciones sean intensas, pero algo no funciona ni con el personaje ni con el actor.
Tom Hooper, que venía de la sobrevalorada El Discurso del Rey, demuestra que tiene una estética particular y que sabe aplicarla a cualquier trabajo por encargo. Sin embargo, si se bajara un poco del caballo pretencioso del cine de qualité y le prestara más atención al desarrollo de la historia y los personajes, no se tentaría de generar un efecto emotivo. Es más, quizá conseguiría trabajos más redondos porque talento e imaginación visual no le faltan. Los Miserables no llega a ser un completo desperdicio pero decepciona un poco, confirmando que, a diferencia del western que está resurgiendo gracias a los Coen y Tarantino, el musical es un género que murió con Bob Fosse.
Por Rodolfo Weisskirch
Es un gran momento para el musical. Todavía existen los prejuicios y los detractores, pero en lo que va del siglo XXI, el género cobró nueva vida gracias a propuestas que recuperan la esencia de los clásicos aunque con una impronta más fresca. Mucho tienen que ver Moulin Rouge y la serie Glee. Por supuesto, Broadway sigue siendo la principal fuente de obras maravillosas. Si bien Los Miserables, de Claude-Michel Schönberg y Alain Boublil, tiene su origen en Francia, inspirada en la novela de Victor Hugo, fue en Nueva York donde explotó. Y ahora le toca pasar a la pantalla grande. Y vaya si fue un pasaje exitoso.
Ambientada durante la Revolución Francesa, la historia comienza con Jean Valjean (Hugh Jackman) injustamente apresado tras robar un pedazo de pan, quien escapa de la libertad condicional, dispuesto a hacer una nueva vida con otra identidad. Ocho años después es alcalde de Montreuil-sur-Mer y dueño de una fábrica. Pero pronto será descubierto por Javert (Russell Crowe) oficial y eterno perseguidor. Al mismo tiempo, Valjean se involucra en la vida de Fantine (Anne Hathaway) y de Cosette (Isabelle Allen), su hija, que le cambiarán la vida definitivamente; un poco de luz en medio de maremotos de tragedia y muerte.
Los Miserables es 100% cine, 100% emoción, 100% intensidad. Una excelente mezcla de secuencias majestuosas y escenas intimistas, que permiten el lucimiento de cada integrante del elenco y no se quedan en la puesta teatral. La acción transcurre a lo largo de varios años y suceden muchas situaciones y aparecen bastantes personajes, pero el director Tom Hooper supo domar a la bestia y mantener el ritmo hasta el final. (Aquí también vale destacar al departamento de maquillaje, por su trabajo “afeando” a los actores y logrando muy decentes caracterizaciones, sobre todo cuando los personajes van envejeciendo). Pero el gran acierto del realizador es conseguir que los intérpretes, mediante un dispositivo en el oído, cantaran en vivo durante el rodaje, algo inusual en un musical de cine, donde las canciones son grabadas antes de filmar y luego sólo queda hacer playback. Este nuevo método le da más vida a cada segmento cantado, y se nota que facilitó el desempeño actoral de las estrellas.
Antes de convertirse en astro del cine, Hugh Jackman se destacó en el teatro musical y aquí lo demuestra con creces; su interpretación de Valjean es la mejor de su carrera y bien le valdría un Oscar si no compitiera contra el imbatible Daniel Day-Lewis. Pese a su experiencia en musicales y tocando con su banda de rock, Russell Crowe no brilla tanto, pero le pone garra y termina saliendo muy bien parado en su rol del insistente Javert. Amanda Seyfried (precioso angelito), con la experiencia de Mamma Mia, encarna a la Cosette adolescente, y le bastan con un par de canciones para destacarse. Eddie Redmayne es Marius, su pretendiente, además de ser un joven revolucionario. Samantha Barks conmueve como la bella Eponine, hija de los embusteros Thénardier (Helena Bonham Carter y Sacha Baron Cohen, en papeles graciosos aunque tan trágicos como el resto), quien sufre por el amor no correspondido.
Pero quien merece un párrafo aparte es Anne Hathaway. En los pocos minutos que le tocan ponerle el cuerpo y el alma a Fantine, una madre desesperada, cautiva hasta a los más insensibles. Su compromiso con el personaje fue tal que hasta se dejó rapar en cámara. Cuando canta “I Dreamed a Dream”, en primer plano, sin cortes, le parte el corazón a los espectadores, al punto de que uno muere por meterse en la película para abrazarla, abrazarla bien fuerte, abrazarla y contenerla de tanto dolor e injusticia. Sin dudas, el Oscar a Mejor Actriz de Reparto será suyo.
Los Miserables es épica, dramática, romántica, apasionante, el mejor musical cinematográfico moderno desde Moulin Rouge y una de las más impactantes e inolvidables experiencias que serán vividas en una sala de cine.
Por Matías Orta