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CRÍTICAS - CINE

Los tonos mayores

Dentro del propio festival es un páramo encontrarse con películas como Los tonos mayores, recargadas de potencia y, al mismo tiempo, de una sana ingenuidad para nada disimulada. Ingrid Pokropek abre su camino en la dirección en un mundo conocido como lo es el pasaje de la niñez a la adolescencia, y todas las consecuencias bien personales desprendidas de ello. 

Ana (Sofía Clausen) es una adolescente con una placa de metal en uno de sus brazos, a través de este implante recibe ciertas frecuencias. El gran mérito narrativo está en invitar al espectador a ser parte de algo ya en marcha, porque Ana no descubre lo que le sucede, la vemos en pleno intento por decodificar estos sonidos y ondas recibidas. Junto a una amiga que estudia música extraen las frecuencias y las convierten en notas, así es como surgen algunas partituras. 

Como se dijo, es una historia de crecimiento. De ahí aparecen las revueltas hormonales, la idea de los desafíos propios y, en este caso, una pretensión de aventuras con un objetivo claro. Algunas influencias están expuestas en la propia película, por ejemplo, cuando Ana y su padre están viendo Encuentros cercanos del tercer tipo o en la escena del Planetario, con la mención a Crónicas marcianas de Ray Bradbury. De todos modos, Pokropek no intenta emular esas historias en su totalidad, su destino narrativo se acerca más a una producción de El Pampero, especialmente cuando Ana se dispone a seguir una serie de pistas más claras recorriendo varios puntos de la Ciudad de Buenos Aires, haciéndolo bajo un interés más remarcado en un misterio lúdico que una adrenalina por resolver todo.

Los tonos mayores es una inoculación para un espectro angosto de películas asociadas a los géneros, a la adolescencia y a una simpleza del catálogo nacional. Incluso se permite incluir a un joven cadete militar como “asistente”, ese personaje capaz de marcar un quiebre en la narración y abrirle los ojos a la protagonista en su tránsito de descubrimiento personal. Es un acto de maduración enorme (y a la vez algo triste) que un “milico” pueda aparecer en una película argentina y que no sea una representación del terror. Por esta y muchas razones, esta ópera prima podría resultar una de las grandes sorpresas necesarias y urgentes para un cine argentino más largo que ancho en sus preocupaciones temáticas y dramáticas para sus historias. 

Guion, dirección: Ingrid Pokropek. Producción: Iván Moscovich, Juan Segundo Álamos, Ingrid Pokropek. Elenco: Sofía Clausen, Pablo Seijo, Lina Ziccarello, Mercedes Halfon, Walter Jakob. Duración: 101 minutos. 

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