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CRÍTICAS - CINE

Metegol, según Carlos Rey

Nota: la siguiente nota contiene spoilers.

Metegol de Avellaneda.

Juan José Campanella lo logró de nuevo. Otra vez la historia del antihéroe salvador, otra vez la defensa de los viejos ideales, otra vez el veneno de la nostalgia expandiéndose en cada encuadre, en cada plano de su nueva película, Metegol. Repetidamente esta visión anquilosada del mundo invade su filmografía y nos muestra “las lecciones de vida que nos dan los buenos” y “que tan mal está el mundo” Todo esto escudado en un falso clasicismo donde esa falsedad nos está servida por personajes planos, sin relieve, sin espesor, carentes de ambigüedad.

En un pequeño pueblo perdido, Amadeo es un niño que es el eje de atención en el bar del pueblo por las habilidades que demuestra jugando al metegol. Laura es su fiel amiga. Un día Amadeo juega un partido de metegol con Ezequiel, un niño talento que demuestra una habilidad supina con la pelota de fútbol y lo vence. Ezequiel, un competidor nato abandona el pueblo reclutado por un manager cazatalentos. Años después, Ezequiel regresa convertido en “Grosso” millonario astro del fútbol mundial que compra el pueblo y Amaedo, el antihéroe, el chico que no se fue del pueblo, será la última línea de defensa para el mismo.

La estructura narrativa es la misma que Luna de Avellaneda, la ante penúltima película de Campanella (la última es la correcta El Secreto de sus Ojos) Donde claramente Amadeo representa el personaje que interpretaba Ricardo Darin, que debía defender un club ante la oferta de compra por parte de un grupo empresario, y Grosso es Fanego, el político corrupto que quería facilitar el negocio y la desaparición del club. En ambos casos los rivales tienen una cuenta pendiente del pasado, en Metegol el match en el bar, en el cual Grosso no pudo superar la derrota, en el caso de Darín con Fanego, la disputa por una mujer, que ganó Darin y algunas otras disputas que no se rebelan. Amadeo/Darin se articulan como eje moral superador, como artífice de la nostalgia. El realismo mágico funciona en Luna de Avellaneda, cuando el Roman interpretado por Darin nace en manos de Alberto Castillo en el medio de un salón lleno al compás de “Siga el Baile” mientras que Amadeo les da vida a sus jugadores de Metegol cuando una lagrima, en plano cenital (“la subjetiva de dios) cae sobre Capi, uno de los jugadores de su equipo, interpretado por Pablo Rago y el jugador de acero cobra vida.

Lo peor es la visión provinciana conservadora, Amadeo pretende conservar un pueblo arrumbado, destruido, para mantener “los viejos valores”. Es mejor eso que una solución posiblemente peor, en realidad, seguramente peor. Pero lo que está no se cuestiona y lo que está es un lugar “destruido pero con buena gente”. Era igual en Luna de Avellaneda, pero peor. En Luna de Avellaneda el discurso final de Darin le agrega una cuota de fascismo, cuando usa a Dalma, una nena que vive en la ribera  el Riachuelo como brazo político, y habla de la “felicidad” de la nena por poder ir al club. Si, la felicidad de los pobres. El provincialismo no se puede dar el lujo de pensar soluciones de fondo parece remarcar Campanella en sus películas, pero si puede aportar una milanesa completa a caballo en el buffette del club. Voluntarismo y colaboracionismo.

Sí, Metegol es técnicamente en cuanto a producción y ejecución un upgrade en el cine de animación nacional y pretende utilizar un esquema similar a los grandes estudios americanos, como Pixar o Dreamworks. Si bien las múltiples  citas como la elipsis de 2001 Odisea del Espacio, el ingreso de Ezequiel al bar para el primer “duelo” como Amadeo tipo western, la reacción de Amadeo en ese duelo cuando está 0-3 abajo y lo llaman “gallina” como Marty en Volver al Futuro, los jugadores “viejos y gastados” como los juguetes en Toy Story 3 cuando aparece el Amadeo adulto y otras tantas más que remiten a una cinefilia de jardín de infantes con la que busca Campanella ese “guiño” cómplice para los adultos que llevan a sus hijos a ver la película. Claro que esos “guiños” en Pixar descansan en el cine clásico, como la escena maravillosa que da inicio a Toy Story 3, toda una oda a Monument Valley.

Ese antihéroe primitivo que es Amadeo/Darin termina de la misma manera. Derrotado. Pero la derrota no lo desanima, ni siquiera lo desanima la corrupción de sus amigos: Amadeo sabe que en el match final empieza a revertir la adversidad con trampa. Darin ve robar a Mercedes Moran pero le dice “quédate tranquila, yo sé quién sos vos”. Amadeo/Darin descansan en la relaciones que tienen décadas, en la nostalgia. Amadeo les dice a los jugadores de Metegol que salgan de la cancha, que él se hace cargo. Darin lo soluciona con Moran echándole un polvo y diciéndole que no se haga problemas. Ellos son víctimas de algo que va más allá de ellos, de “nos cagaron con las privatizaciones” como dice Moran o El intendente del pueblo yéndose en helicóptero, como De La Rua en Metegol. Derrota y pérdida. Pero Amadeo dice “fundemos otro pueblo” y Darin dice “fundemos otro club”. Otro pueblo y otro club pobre. Pero dignos y nostálgicos.

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Por Carlos Rey

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