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CRÍTICAS - CINE

Ni Dios, ni Patrón, ni Marido

Ni Dios, ni Patrón, ni Marido (Argentina, 2007)

Dirección: Laura Mañá. Guión: Graciela Maglie y Esther Goris. Elenco: Maria Alche, Alejandra Darín, Ulises Dumont, Daniel Fanego, Ana Fernandez, Agatha Fesco, Joaquín Furriel, Esther Goris, Jorge Marrale, Laura Novoa, Eugenia Tobal. Fotografía: Oscar Pérez. Sonido: Jorge Stavropulos. Edición: Frank Gutiérrez. Producción ejecutiva: Alejandra Brandan, María José Poblador. Producción general: Fernando Sokolowicz, María José Poblador, Caludio Corbelli.

Derechos, amor y poder, en voz femenina.

Dos historias se mezclan en este film de Laura Maña, actriz y directora. Como actriz, participó entre otras en Rosamanta, Nowhere, La teta y la luna; como directora, sus trabajos más recientes son La vida empieza hoy y Morir en San Hilario. En Ni Dios, ni patrón, ni marido nos muestra una época en la que mujeres y hombres no tenían los mismos derechos; los patrones eran tan explotadores como ricos –la brecha con los obreros era enorme- y los trabajadores debían soportar todo tipo de presiones.

Virginia Bolten –interpretada por Eugenia Tobal- se rehúsa a seguir el modelo impuesto por la sociedad; es rebelde, anarquista y con una personalidad fuerte y fuera de lo común. Encuentra en Buenos Aires el lugar ideal para llevar adelante su militancia, cuando a través de su amiga Matilde –Laura Novoa- se entera del injusto despido que sufre una obrera de la fábrica de hilados en la que aquella trabaja, y que pertenece a uno de los hombres más ricos de la ciudad –Jorge Marrale-. A partir de allí se entrelazan personajes y vidas; Bolten forma un grupo de mujeres que buscan lo mismo que ella. Hay entre las voluntarias desde obreras, amas de casa y hasta una encumbrada cantante lírica.
El film es una mezcla de historia de amor con lucha de poderes; ideologías encontradas y un trasfondo político oscuro. Es el retrato de una parte de la historia argentina de fines de 1800. El relato se concentra en mostrar la pasión de aquellas mujeres que debieron enfrentar a hombres manipuladores y duros obstáculos. Con un elenco de lujo, se destacan Esther Goris –que además participó en el guión-; Marrale, en un papel terrible en el que es difícil imaginar pero que lleva adelante como solo un actor con su experiencia puede hacerlo. Lo mismo pasa con Fanego, cuya interpretación convence al punto de que desde el inicio compone a un personaje fácilmente detestable.
Hay recursos cinematográficos que potencian las cualidades de los personajes más fuertes, como algunos planos y ángulos. Por otro lado, las tomas de Marrale con sus empleadas “preferidas” son ejemplo del poder absoluto al que las mujeres eran sometidas. La iluminación de las escenas –como también la oscuridad en varias de ellas- acentúa algunos rasgos de un ambiente hostil y opresivo.
La debilidad de Ni Dios, ni patrón, ni marido está en la trama, que al principio está enfocada en los ideales de Bolten y en cómo los lleva adelante, para luego volcarse más hacia la historia de amor y engaños entre los personajes de Goris, Furriel y Fanego. El guion no es lo suficientemente fuerte como para que una de las dos historias prevalezca o como para que cada una alimente suficientemente a la otra y se hagan indispensables entre sí a favor de lo que el film pretende contar. Más bien parece necesaria la parte amorosa para sostener una película en donde además se quiere resaltar la faceta anarquista y feminista de uno de los personajes, sin que este último tenga el suficiente peso como para ser el tema principal.

Por María Eugenia D’Alessio

Muñecas Bravas

Ni Dios, ni patrón, ni marido fue la frase emblemática que caracterizó al primer movimiento feminista-anarquista, allá por finales del siglo XIX. En una Buenos Aires donde el contexto estaba definido por la olas inmigratorias de Europa, la inminente guerra con Chile y la falta de legislación que preserve los derechos de los trabajadores. Las mujeres eran las principales afectadas, con una mano de obra mucho más barata y devaluada que la del hombre.

En medio de esta situación, un grupo de mujeres decide publicar lo que luego sería el primer periódico feminista del mundo “La Voz de la Mujer”, el cual incluía declaraciones tan interesantes pero altamente explosivas para la época como: “Hastiadas de ser el juguete, el objeto de placer de nuestros explotadores y ¡aún nuestros esposos! Hemos decidido levantar nuestra voz y exigir nuestra parte de placer en el banquete de la vida.”

El film aborda esta interesante parte de nuestra historia, dónde nos lleva a las raíces de la problemática de género, cuando el rol social de las mujeres de clases bajas, era puramente objetivado y degradado, en una nación que estaba formando sus cimientos, muchas veces a costa de una grave injusticia social.

Si ser mujer y pobre hoy es difícil, en esos tiempos era sacrificial. Ellas debían sufrir la explotación laboral por esta doble condición, además de no descuidar las obligaciones hogareñas y maternales.

Virginia Bolten (Eugenia Tobal), una reconocida, tenaz y fichada anarquista, viene a Buenos Aires, porque en Rosario su vida está amenazada. Aquí se encuentra con su amiga Matilde (Laura Novoa), obrera de una fábrica, mal paga y en condiciones degradantes para cualquier trabajador humano. Cuando una compañera de Matilde es despedida porque tiene que atender a su hijo enfermo, las mujeres deciden agruparse y pedir su pronta reincorporación, asesoradas por la visión luchadora y perseverante de Virginia.

Lucía Boldoni (Esther Goris), estrella de la lírica local y en una relación amorosa con un senador bastante mafioso (Daniel Fanego), se entera de este movimiento y decide apoyarlas pero con un alto riesgo tanto profesional como afectivo.

El argumento es más que convocante. La directora, Laura Mañá (Palabras Encadenadas; Morir en San Hilario), a veces lo aprovecha pero en otras ocasiones se le escurre de las manos. Lo mejor es la dirección de arte, la verdad que se luce el vestuario, la escenografía de Buenos Aires en 1896, y un muy buen acompañamiento de la música. Todos estos factores le dan por momentos mucha intensidad al relato. Hay una escena muy alta, donde ellas se manifiestan en huelga, frente a las narices de su patrón, pero con un desencadenante que logra transmitir al espectador la misma sensación de impotencia que viven estas mujeres.

Lo narrativo queda a medio camino, hay muchos momentos del relato que valía la pena, adentrarse un poco más, como es la relación con los anarquistas hombres, que trastoca los ideales de liberación y justicia social de estos, si bien la aborda quizás requería un mayor desarrollo. Se dedica mucho espacio a una historia paralela, como lo es el triángulo amoroso entre Lucía, el senador y Federico (Joaquín Furriel), y no se profundiza del todo un personaje tan rico, como Virginia Bolten, la principal líder e impulsora de este movimiento tan revolucionario en su momento, no sólo en Argentina sino en el mundo. También queda sobre el tintero el tipo de vínculo establecen las dos trabajadoras más jóvenes de la fábrica, no se termina de desarrollar lo que por momentos se esboza.

Algunas actuaciones son aceptables, otras no se lucen demasiado o como uno mínimamente lo espera de figuras tan conocidas, a excepción de Jorge Marrale, encarnando con gran oficio el papel de Genaro Volpone, ese odioso tirano, dueño de la fábrica, quien basa su fortuna a costa de la explotación de mujeres obreras, llevándolas a una situación que coquetea con la esclavitud, pero que también en su magnífica interpretación puede sacar a la luz las debilidades, temores e impotencias de este mal hombre.

Lamentablemente el film no extrae del todo el jugo que tiene está página de la historia, pieza clave para los avances posteriores en las problemáticas de género y lo que podría haber sido una gran película histórica, se termina diluyendo en algunos enredos amorosos que en vez de aportar intensidad a la trama, le restan riqueza narrativa a la obra.

Por Emiliano Román

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