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DOSSIER

Adiós a un Verdadero Prócer Cinematográfico

 

Adiós a un Verdadero Prócer Cinematográfico

Y se nos fue Chabrol.

Fue acaso una noticia tan repentina que no me dio tiempo para reaccionar. No pude acaso asumirlo hasta pasada una semana.

El Gran y Único Claude Chabrol fallecía a los 80 años en la flor de la vida.

Cada año uno espera ver lo último de Woody Allen, lo último de Clint Eastwood… y por supuesto, lo último de Chabrol, acaso el realizador más regular de los tres. A pesar de su edad, siempre se mantenía enérgico. Parecía que todavía tenía muchos proyectos en mente, por lo tanto este repentino saludo de despedida parece sacado de una sus películas.

Porque su cine se caracterizaba por eso. En el momento menos pensado, alguien mataba a alguien. Es un chiste propio de su humor. Una broma para los críticos y fanáticos.

Este pequeño hombrecito regordete que de chico se la pasaba viendo policiales negros franceses y estadounidenses, que durante la adolescencia y la primera adultez se convirtió en un fan y defensor incondicional de Alfred Hitchcock, nació el 24 de junio de 1930. Su pasión por la lectura clásica confrontaba con la cinefilia contemporánea. Personajes oscuros, detectives ambiguos, crímenes pasionales.

A principios de los años ’50 se incorpora como escritor a la revista “Cahiers Du Cinema” fundada por el crítico André Bazin. Su primer artículo es sobre Cantando Bajo la Lluvia. Más tarde vendría los artículos sobre Hitchcock, y un libro escrito en conjunto con Eric Rohmer (fallecido a principios de año).

Estos artículos y el libro, servirían como base para que François Truffaut escribiera “El Cine Según Hitchcock” (1961). Hay una anécdota muy divertida, donde el escritor del libro relata que la primera vez que le quisieron hacer una nota al “Maestro del Suspenso”,  este estaba haciendo la sincronización de sonido de Para Atrapar a un Ladrón (1955). Ambos esperaban a la salida del estudio que Hitchcock saliera con un magnetófono en la mano, cuando resbalaron en un pequeño estanque helado, el piso se rompió y cayeron al agua: “Le pregunté a Chabrol: ¿Y el magnetófono?. Él levantó el brazo izquierdo, y el aparato emergió del agua. Chorreando lastimosamente” declara Truffaut. Más tarde Hitchcock adornaría la historia relatando que Chabrol vestía de cura y Truffaut de policía.

Posteriormente a ese episodio los integrantes de la revista decidieron que era tiempo de empezar ellos mismos a realizar películas, cortando con las estructuras y oponiéndose al cine francés y comercial que imperaba. Así nació, la Nouvelle Vague.

El primer film de este movimiento cinematográfico histórico fue justamente, El Bello Sergio (1958), dirigida por Chabrol. A este le seguirían Los Primos (1958), por la que ganó el Oso de Oro en Berlín. A partir de aquí, se empezarían a notar los principales elementos que caracterizaban a su filmografía: una notoria crítica / sátira hacia la burguesía francesa, gran cuota de suspenso, amor por los géneros cinematográficos y respeto por la narración literaria.

Chabrol exploraba lo peor del alma humana: la codicia, la adicción del poder, el gusto de la sangre y afición por el asesinato. Generalmente su heroínas eran mujeres valientes, que se revelaban ante el abuso de los hombres burgueses.

El director comenzaba sus films de manera impactante, violenta, atractiva. Ya sea un montaje ágil (Esta Bestia Debe Morir, La Ruptura) o una presentación de los protagonistas y del sitio donde se va a situar la acción de manera metódica, y además, osada a nivel visual. Por ejemplo, un plano secuencia wellesiano (La Comedia del Poder).

Al igual que Truffaut, era seguidor de la literatura clásica de época. Logró uno de sus mejores trabajos con Madame Bovary (1991, nominada al Oscar como Mejor Película Extranjera). Le gustaba especialmente Guy de Maupassant, realizando varias adaptaciones de cuentos para televisión (de hecho este fue su último aporte artístico).

Al igual que Hitchcock sufría de un fetichismo con sus actrices: en vez de rubias, era un apasionado por las coloradas. No es casual que sus principales actrices hayan sido Stephane Audrán (una de sus esposas, madre de Thomas Chabrol, protagonista de varias de sus películas) e Isabelle Huppert. Incluso le dio un tono más colorado a Ludvigne Sagnier en La Mujer Partida en Dos.

A mediados de los ’60, cuanto más político se ponía el movimiento de la Vague, principalmente por la influencia de Jean Luc Godard, Chabrol decidió dar un paso al costado. Se transformó en el realizador más clásico a nivel visual y narrativo. Para él, la crítica política no era un cuestión de estilo sino de la narración en sí: los personajes, la estructura y el guión eran cuidadosamente planeados y escritos. Sutilmente metía una crítica despiadada a todos los sectores opulentos y poderosos de Europa. En ese momento, logró acaso una de sus mejores obras: El Carnicero (1968).

Si bien nunca dejó de trabajar, durante los años ’80 se dedicó más a la televisión. En los ‘90s y 2000 volvió al cine logrando obras destacadísimas, que además fueron generosos éxitos en Argentina. Dos trabajos inolvidables de la primera década son El Infierno (con François Cluzet y Emmanuel Beart), remake de la película inacabada del gran Henri Georges Clouzot, una historia de celos llevados al extremo de la enfermedad y La Ceremonia (1995) con dos actuaciones inolvidables de Huppert y Sandrine Bonnaire ganadoras en el Festival de Venecia. Esta película 100 por ciento chabroliana tenía uno de los finales más impactante vistos hace mucho tiempo.

Despiadado, Chabrol siguió vengándose de la burguesía en Gracias por el Chocolate (2000), La Flor del Mal (2003) y La Dama de Honor (2004).

El director no solamente era querido como artista, sino como persona. Además de poseer un gran sentido del humor, ser extrovertido y posar para cada foto en forma burlona, Chabrol era un gran amante de la cocina. Podía dar cátedra de cocina francesa y guía de los mejores restaurantes de país, así como una clase maestra sobre el cine de Charles Chaplin o analizar la situación político / social de Francia.

Chabrol cocinaba el catering para sus principales técnicos y el elenco. Los hacía sentar en la mesa e incluso los obligaba a hacer una sobremesa. Después seguía filmando. Ese era el método chabroliano. De esa forma todos los actores disfrutaban de sus rodajes.

En el 2009 estrena su última película: Bellamy, junto con Gerard Depardieu, con quién nunca había trabajado (a pesar de ser un fetiche de la última etapa de Truffaut). Una historia de un meticuloso  y burgués detective, que resuelve los casos en bata y alpargatas. Si bien no se encontraba entre sus mejores trabajos, Bellamy anunciaba una auspiciosa asociación longeva entre el veterano actor (también gran amante de la gastronomía) con el realizador.

Lamentablemente no podremos saberlo. Lo cierto, es que la muerte de Chabrol deja un sabor amargo, acaso como los finales de sus obras. Nos hemos quedado huérfanos de sus pel’icula, ha quedado un hueco en el cine contemporáneo que ningún otro director podrá acaso ocupar. El maestro del suspenso del cine francés se nos ha ido.

Como dijo Billy Wilder en el funeral de Ernest Lubitsch:

“Lo peor de que se haya muerto, es que no habrá más películas de él”  

 

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