El hacer un biopic con cierta libertad creativa de alguien que todavía tiene una considerable cantidad de fans ya casi es un género en sí mismo (Princesa Diana, Jacqueline Onassis, Elton John, Elvis, Aretha Franklin, Freddie Mercury, Johnny Cash) donde se tienen que mostrar las sombras del ídolo sin necesidad de redimirlo, con un telón de fondo de una revisión de los temas de corrección política y cancelación que están ahora en boga.
Me imagino el dilema y vértigo al que se enfrentó el director Andrew Dominik para mostrar, con 22 millones de dólares, rostros inéditos de Marilyn, ¿Qué decir que no se haya dicho antes? ¿Qué decir que no se sepa? Todos la quieren y hablan de ella. Hasta el poeta trapense Nicaragüense Ernesto Cardenal escribió un oración intercediendo para que su jefe deje entrar al cielo a la diva sin maquillaje; incluso cuando ya se hizo en el 2001 una digna adaptación para la televisión de la misma novela “Blonde” de Joyce Carol Oates, film interpretado en su papel estelar por Poppy Montgomery.
Alguna vez, a propósito de Some Like It Hot, Billy Wilder declaró que se puede conseguir lo cómico usando un cliché varias veces visto, mostrándolo desde una nueva perspectiva; tal parece que Dominik utilizó esa receta pero con el afán de lograr resultados dramáticos; así vemos en la película varias imágenes o situaciones icónicas que luego se desarrollan hacia lo conmovedor.
Entre todas las facetas que tiene Marilyn, el director y autor del guion, eligió a la mujer más frágil cercada por la locura, con una madre loca y ella con el temor de heredar la demencia, llena de ausencias del padre y de sus hombres, de una frustrada maternidad, abusada y utilizada en más de una vez. Para no caer en el “dramón”, ni en el melodrama barato que ofrece esa lectura de psicoanálisis simplificada, es que el autor recurre a una puesta en escena presente y vistosa, llena de artificios, golpes de efectos, distorsiones, recursos ópticos y efectos sonoros, que si bien tienen un uso acertado y ajustado, nos recuerdan a las películas de clase B del cine latino de los años 70 y nos planten la duda de las cosas que hubieran sido capaces de hacer con este presupuesto.
Dominik eligió a una Marilyn que está rodeada de personajes masculinos sin grises, caricaturas de hombres de los que sabemos mucho y los desconocemos en la cinta. En la novela de Oates, por poner un ejemplo, es atrapante el romance que se da entre ella y Arthur Miller, y sentimos como ambos a pesar suyo se van enamorando desde el primer encuentro en la lectura del casting para la obra sobre el primer amor de él, hasta las citas en bares y restaurantes en los sótanos de Nueva York; romance reducido en la película a una lectura de un texto que hace lucir más frágil a Marilyn y sólo complaciente al dramaturgo.
Eligió a una actriz solvente (Ana de Armas) que tenía que cargar sobre sus espaldas un guion con incontables y similares escenas donde vemos a la protagonista ser vejada, sufre, llora y grita, además lo hace sin perder el encanto. Representar a un personaje e imitar a alguien son dos cosas muy diferentes con resultados opuestos; la protagonista transita entre las fronteras de ambas cosas y, a pesar de los riesgos, en el resultado general sale airosa.
Son problemas de gusto, en vez de ver esa muchacha víctima yo prefería ver a la otra Marilyn, la que apuesta a la imaginación, la que se prodiga en fina ironía, derrota batallas con su sonrisa, desarma periodistas con su veloz perspicacia, la que apuesta por el amor una vez más, la que se rompe el lomo en cada ejercicio para aprender y ser la mejor actriz en la academia, la que con instinto e intuición hace lo preciso ante las cámaras, la que escribe poemas y haykus y lee cada uno de los libros de su modesta biblioteca de más de 400 volúmenes. En resumen verla sin importar, que se repitan los lugares comunes, desde la honestidad de su autor.