El conflicto inicial de Plan de retiro sigue a Matt (Nicolas Cage), quien acude en ayuda de su hija Ashley (Ashley Greene) cuando esta se encuentra en medio de problemas que no es importante revelar en este momento, sobre todo para no entorpecer la experiencia del público. El paso siguiente lleva a ambos a un escape frenético, con intensas variantes previas, a una isla que oculta no pocas cosas, y luego de eso, la hecatombe. En varios sentidos.
Los films de acción con intersticios de comedia en los que paralelamente se trabaja en resolver cuestiones de relación de los personajes (en ocasiones familia), como es el caso de la película que nos ocupa hoy, tienen potencial y, bien desarrollados desde la idea original primero y con el guion puesto después, logran su objetivo de cautivar al espectador.
El ritmo frenético del inicio colabora en la performance general y pone en tema, con pericia e inmediatamente, a quien observa frente al relato y lo que este propone. A medida que la propuesta avanza la información presentada en las dosis justas suma al crecimiento de lo que se cuenta, aunque se desinfla un poco.
La presentación de las criaturas que animan la historia, que se sitúa en un punto medio entre la estética de cómic y los modos introductorios de Guy Ritchie, juega con el llamado de atención como un imán constructor de empatía. A la manera de un “Jeffrey Lebowski” ultraviolento, Matt se mueve entre sus formas perezosas y los recuerdos musculares de su actividad “arbitral” profesional con los que se ganaba la vida antes del retiro al que se refiere el título.
El pequeño flashback narrado por Sarah (Thalia Campbell) dispuesto para poner en autos al personaje principal efectúa su cometido a medias, ya que, sobre todo, se puede decir que “eso ya se ha visto”. Ron Perlman repite su estilo y hasta diría que eso es mejor porque es útil, y el equipo (o forma interpretativa, en este caso) que funciona no se toca. El resto del elenco cumple con su parte, teniendo en cuenta lo que pide este tipo de film de acción violenta, por momentos descontrolada en su despliegue, con toques de humor difíciles de calificar.
Así es que la convocatoria del director y guionista Tim J. Brown a Cage, quien está pasando nuevamente un momento alto en su extensa y prolífica carrera, resulta en una producción con algunos desniveles en su disposición pero que, al final, funciona. Por supuesto que la extensa experiencia de las dos partes logra más o menos emparejar las cosas y evitar así lo que en otro caso podría convertirse en un fiasco absoluto.
La búsqueda ligeramente imperfecta que intenta llevar el camino de la historia en algunos pasajes hacia un nivel de profundidad dramática tiene algunos puntos relevantes; esto, siempre, claro está, en el marco que contiene a la narración. Un grave error es perder el foco y no considerar a la hora de evaluar una película qué es lo que rodea a su base situacional.
La acción plena ocupa limitado espacio del metraje, pero lo hace con justeza y no se extiende más allá de lo necesario (punto para el realizador y su pulso en el manejo temporal al respecto). La segunda línea, que procura ser emotiva e incorporar las circunstancias de intercambio del personaje con sus vínculos afectivos, flaquea un poco y eso sacude al resto, sobre todo por su falta de carácter distintivo y único frente al eje principal.
Para cerrar, lo más certero sería definir que en su intención de película de acción, pese a ciertos fragmentos desmedidos al respecto y algunos otros desiguales en cuanto al drama relacional, tiene más lugar para un fin de semana pocholero que para la pantalla grande. Como es sabido, sobre gustos no hay nada escrito. Y eso está muy bien.
(Canadá, 2023)
Guion, dirección: Tim Brown. Elenco: Nicolas Cage, Ashley Greene, Thalia Campbell, Ron Perlman, Jackie Earle Haley, Ernie Hudson. Producción: Doug Murray, William G. Santor, Nicholas Tabarrok. Duración: 103 minutos.
