para Alicia: pasado, presente y futuro
La autoconciencia y la función detectivesca son similares, casi iguales. Ambas buscan algo ocurrido tiempo atrás, un hecho del pasado, y cuanto más se puede saber de ese pasado, y cuanto más se puede ir hacia atrás temporalmente -buscando un imposible “hágase” o un alfa vuelto mito-, mejor para esa busca.
El detective, cierto, pone en marcha sus “pequeñas células grises” -como diría Poirot- una vez producido un crimen que por supuesto es algo del reino del pasado. Lo hecho e imposible de modificar. La única modificación asequible es el entendimiento de ese hecho pasado. El desentendimiento o error reduplica el crimen originario…
Por cierto se desprende de suyo que ese pasado entra en relación necesaria con un algo malvado, erróneo, injusto, ilegal; también una torpeza. Así el pecado original cristiano y la consiguiente pérdida del paraíso, como así también la expulsión de Saturno por su hijo y la pérdida de la edad de oro, se fechan en un pasado que es imposible de remontar. In illo tempore.
Así el detective busca reconstruir ese hecho pasado buscando huellas, pistas, mediante restos, indicios, briznas, trozos de conversación, diarios, cartas, hasta chismes –como Miss Marple. Y la resolución de ese caso criminal en cierto modo es un momentáneo regreso al estado paradisíaco y a la edad oro. Se ha recompuesto algo, se lo ha reordenado, y se piensa también que se ha obturado la pérdida, bloqueado la fuga, suturado la herida. Es un ilusorio volver a empezar. Pero con una gran diferencia que existe entre la función detectivesca real y la estética del epos narrativo, literario o fílmico. Aquí la resolución del caso, la vuelta al pasado y el recorrer en reversa los pasos que llevaron hasta ese crimen actúan de manera efectivamente catártica. El lector-espectador tiene la oportunidad de creerse y saberse -mediante un momento estético intransferible- de regreso a un estado paradisíaco. Un orden es restaurado donde poco antes había desorden.
Y así como el tiempo pasado es el tiempo dramático por excelencia desde Edipo de Tebas, porque toda representación y narración dramática tiene por tema y pretexto algo sucedido en el pasado, la función detectivesca, como un viajero en reversa a través del tiempo, limpia, corrige con su accionar ese hecho pasado. Mientras que nuestro propio y particular pasado es y será siempre intransferible. La confesión y la terapia solo pueden traerlo a un presente momentáneo, pero para modificar, cautelar, tal vez entender, pero siempre en este presente de la confesión. Son bálsamos que se derraman sobre la herida presente y el dolor de lo actual.
La autoconciencia en el pensar y el poetizar cumple una similar función y tarea detectivesca. Para contar, narrar algo, para representar y poner en escena, así como para acuñar conceptos, axiomas y postulados se debe ir en busca de su pasado respectivo. Así no puede narrarse nada o ponerse en escena todo tema, motivo y figura cuya materia estética y compostura no haya sido previamente investigada sobre sus pasadas configuraciones. No se puede habitar o mejor dicho hacer que habite una casa a ningún personaje sin haber recorrido antes la casa Usher o la más cercana Bates (por cierto un anagrama de Tebas). Esa casa a su vez… y así en más hasta poder edificar la propia casa mediante el escrutinio de las arquitecturas y decorados anteriores…
Todos esos pasos anteriores son recorridos autoconcientemente, es decir se sabe que se sabe –recorrido- y qué se sabe -por qué y para qué se recorre ese camino hacia el pasado.
Como nos ha demostrado también la ficción detectivesca ese camino hacia el pasado está pleno de acechanzas, trampas, terrenos minados y demás. Lo habitan monstruos y trasgos de todo tipo, lo pueblan criaturas de pesadilla. Está pleno de interrogantes, acertijos, adivinanzas. No es un camino recto sino sinuoso y laberíntico. Si el adelantarse al futuro lleva a tropezarse con el signo meduseo el adentrarse en el pasado lleva hasta el minotauro. El adelantarnos puede petrificarnos, pero el enredarnos en el pasado como un laberinto sin hilo de Ariadna lleva a que nos devore el monstruo que se muestra. Devorar es aquí detenerse, y detenerse es no entenderlo a ese pasado.
Para entender las cosas sucedidas en el pasado -sea como historia personal o universal y sobre todo como universal fantástica (o mitopoética)- deben dejarse atrás luego de su escrutinio autoconciente. Pero llevarse de allí una comprensión polémica de lo que se ha ido a buscar. Esa comprensión polémica es la llave (clave) para salir de Usher y la rama dorada para mostrar como pase a los guardianes adversos y poder regresar al presente autoconciente.
¿Qué es comprensión polémica? Es un comprender activo, un pase efectivo que lleva a la meta; no gambeta inútil que no llega al arco.
La autoconciencia puede enredarse en el zarzal del plagio o quedarse en el páramo de la mera emulación. A la autoconciencia como al detective lo acechan la provocación, el desafío de merodeadores, alcahuetes y soplones de todo tipo. El detective debe graduar a la perfección el empleo de tales tóxicos funcionales. La autoconciencia debe evitar las provocaciones, y evitar todavía más a esa peor forma de provocación que es la adulación.
Un falso testigo, un soplón pueden embarrar la cancha o desfigurar una pista. Pero el adulador puede perder al detective autoconciente en la selva oscura de su ego multiplicado en el espejo de la vanidad.
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