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CRÍTICAS

Reflexión sobre el Teatro Argentino Actual: Balance 2012 Primera Parte

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Antes de comenzar con las reseñas y críticas de las obras internacionales pertenecientes a la cobertura del XX Festival Santiago a Mil, pensamos con mi editor en que era una buena idea que haga un análisis sobre el teatro argentino actual, basado en las obras que por distintas razones me tocó ver durante el 2012 para así poder comparar posteriormente la escena nacional con la internacional.

Apenas llegada a Buenos Aires del Santiago a Mil anterior, una de las primeras obras que ví fue la de Ruben Szuchmacher. Debo decir que si mi año ya había comenzado mal en términos personales, claramente el plano laboral le seguía el paso con meticulosidad. Es poco habitual que un crítico ponga una sóla estrella -o butaca- a una obra, es decir que la califique directamente de “mala”, en especial si es también teatrista. Esto se debe a que un artista de escénicas conoce el trabajo que lleva montar una obra, los sueños y expectativas que se ponen en cada ensayo y -aunque no mucha en teatro independiente- también la inversión que sabemos que no vamos a recuperar. Pero ninguno de estos valuartes se encontraba en Escandinavia, unipersonal autobiográfico que el famoso director de geniales puestas como Las Troyanas quizá ya en decadencia para dejar su lugar a las nuevas generaciones, actuó encargando el texto del dolor de su propia vida, a su colega Lautaro Vilo. De este modo ni de su puño brotó ninguna pasión que pudiera trasmitir al público, ya que sin dudas lo actoral no es un talento que Ruben Szchumager podrá esgrimir nunca con mucha destreza. Podrían buscar y leer la crítica correspondiente en este mismo sitio, pero básicamente el público tenía delante de sí a un director triste realizando una catarsis sobre la muerte de una persona querida, sin escenografia, sin vestuario, casi sin el menor trabajo de luces y sin destreza actoral. El usual talento de Vilo, esta vez bastante apagado, no logró tampoco ser el salvavidas de toda esta carencia de elementos artísticos. De modo que mi calificación estuvo basada en que casi se podía decir que “no había obra”. Por otro lado Ruben Szuchmacher pareció utilizar la historia íntima de su dolor a modo de golpe bajo,  a través de las interminables notas a la prensa, como para atraer al público mediante lo que se conoce como “morbo”, gracias a su fama. Por último como dueño del teatro podía decidir usar el escenario cuando y para lo que quisiera. Dos cosas estas últimas que me parecen de las pocas faltas de respeto a las artes escénicas, que mis valores son capaces de condenar al menos, con la palabra.

A mi periplo porteño le siguió Previa un trabajo de adolescentes extremadamente endeble por donde se lo mire, en el teatro “La ratonera”, que tampoco ayudaba a nivel espacial por el poco cuidado que lo caracteriza. Endeble desde la historia, la actuación, la completa falta de trabajo de iluminación y en la escenografía: un sofá viejo, una mesa chica rectangular con una tela violeta a modo de mantel con vasos de plástico arriba y una silla de caño en la esquina con un espejo sobre ella; todo esto tratando de diagramar un departamento bien. Lo que a mí me había hecho ir es que el espectáculo prometía una innovación tecnologica, por la cual el público supuestamente podría interactuar con los personajes a través de las redes sociales, pero que, oh sorpresa, jamás existió.

Por esas cosas de la vida, posteriormente me tocó Tu me tues. Una sencilla historia sobre una banda de rock y sus típicos problemas: las drogas y el alcohol. Pero en donde nada nuevo ocurría en referencia al argumento y en donde poca adrenalina podía desprenderse de una puesta en escena en un galpón sin trabajo artístico que tenga en cuenta el espacio, en donde de nuevo me saludaba el sofá gastado, otra vez con iluminación plana toda la obra, una pequeña proyección que apenas se veía, que solo acompañaba el relato a modo decorativo y un par de canciones del supuesto grupo sin ninguna profundidad musical ni interpretativa.

Invitada por mi editor vi también SMS, obra que prometía, porque su texto pertenece al hoy galardonado y mundialmente reconocido director de cine, Juan José Campanella. La dirección de Darío Cortés no pudo hacer mucho frente a un grupo ya armado que probablemente lo había convocado con ganas de “pasarla bien” contando otra historia más sobre adolescentes en un departamento y sus sueños en relación al cine y el teatro. Una vez más, veríamos a los típicos jovenes argentinos actuando sus propios personajes, desde la supuesta sabiduría de quienes tienen diez años más. Pero el intento de reirse de sí mismos los llevaba a la estupidez. Así el sofá esta vez se reía de mí, sin tener al menos una gran boca roja que pudiera hacerme la cosa más interesante.

Las cuatro obras apelaban a la estética del “naturalismo”. Es decir ese lenguaje que en el teatro aspira a lograr la identificación del espectador mediante la imitación más acabada de los códigos e idiosincracia de la cotidianidad. Pero el problema que siempre observo en esta estética es que, si bien siempre logra su cometido respecto de la identificación del público -y que es la razón por la que subsiste a través de las décadas con gran comodidad- radica en la poca sofisticacon artística y la falta de adrenalina (o necesitariamos todos clonazepam cada 4 hs para subsistir, de lograr esto la cotidianeidad) e impresión nueva que los espectáculos de vanguardia, con innovaciones en la manera de decir, son capaces de producir. A los que a su vez no les está impedido lograr la identificación del público a traves de simbologías infinitas.

Por otro lado, las historias, los argumentos o las temáticas de la estética del naturalismo -y en este sentido a menudo también las del realismo- son poco capaces de sorprender o de dejar un mensaje profundo en el espectador, cuando su texto -en forma y contenido- no es particular o especial. Creo que puede hablarse de una gran falta de dramaturgos en la que algunos sociólogos han denominado “la generación puente”. Esta es la franja de los que hoy tenemos entre 30 y 40 años y no vivimos la dictadura nosotros, sino nuestros padres, pero tampoco nacimos con un celular bajo el brazo; no pertenecemos tampoco a la generación de la era digital -claramente un motivo de identidad-. Esta generación -que me incluye- no produjo dramaturgos interesantes, quizá -para la mayoría de los casos- demasiado cómoda ante la gran capacidad actoral argentina. Así la técnica de la “dramaturgia del actor” parece ser un exceso de apoyatura de los puestistas más activos. Pero un actor y -peor aún- muchos actores con sellos diferentes o un director que dramaturgea lo que le parece interesante de lo que sale en escena en los ensayos, no parece poder llegar a producir la misma calidad y profundidad artística en un texto, que un dramaturgo.

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