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CRÍTICAS - CINE

Rescate imposible (Land of Bad)

El siguiente texto no es lo que se suele catalogar como una crítica de estreno (aunque se trate de uno reciente), las cuales suelen estar exentas de spoilers y todo tipo de revelaciones. Se trata de un análisis detallado sobre la compleja construcción simbólica alrededor de Rescate imposible, con lo cual se revelan muchos detalles sobre la obra. 

El sargento JJ “Playboy” Kinney (Liam Hemsworth) un joven oficial TACP de la Fuerza Aérea, sostiene en sus manos dos pequeñas cajas de cereal. No se decide si tomar Froot Loops o Zucaritas. Piensa. No se decide. Por detrás se le acerca el sargento mayor John “Sugar” Sweet (Milo Ventimiglia), que lo pone en órbita sobre la misión en la que se embarcarán en tan sólo unos minutos: rescatar a un agente de la CIA en el sur de Filipinas. Sugar, por su parte, es un experimentado en dichas tareas de rescate y de enfrentamientos terrestres, pero Playboy es un novato, un recién iniciado: un piloto aéreo, alguien que en realidad, pertenece a los cielos. Sugar, antes de irse y adelantaste, le señala que elija los Froot Loops, porque uno de sus hijos hubiera tomado ese. De esta manera, Playboy será visto, tanto por el sargento Sugar, como por los otros dos soldados de la operación, Bishop y Abel, como un niño, un neófito que debe de enfrentar, casi por primera vez, al mal cara a cara. 

Cuando los cuatro están posicionados para arrojarse en paracaídas al vacío desde un helicóptero, sobre las costas de una frondosa selva de Filipinas, el salto al vacío transforma urgente y significativamente a Playboy en ese arcano conocido como El loco o Fool, que debe afrontar un destino incierto y transformar así su figura en quien se inicia en una búsqueda heróica y de profunda trascendencia espiritual. Porque Rescate imposible es justamente eso, una película de iniciación y una reflexión sobre aquellos que ponen el cuerpo a la hora de tener que salvar el mundo sin demagogias ni discursos hechos. Son, literalmente, los que sangran y se sacrifican por el bien de la humanidad. Aquellos que entienden que el sacrificio es la única forma para enfrentar verdaderamente al mal. 

El equipo de cuatro no está solo. El capitán Eddie “Reaper” Grimm (Russell Crowe), piloto de drones de la Fuerza Aérea de EE.UU., les brinda apoyo aéreo desde un MQ-9 Reaper. Cuando las papas queman y es necesaria la fuerza mayor, Playboy manda las coordenadas y Reaper junto a su asistente Nia Branson responden mediante artillería pesada. Reaper, en la base, frente a una pantalla y computadoras de altísima tecnología, observa desde los cielos (satelitalmente) cada movimiento en la zona de combate. Para Playboy, Reaper es una voz, una figura etérea, que lo respalda y asiste cuando el jóven y la situación lo requiera. Que dicha ayuda venga desde el cielo, como una especie de “salvación divina”, ante las “plegarias” (coordenadas) del protagonista, habla de una organización simbólica sumamente meticulosa y calculada. Así el personaje de Crowe, Reaper, se transforma en algo así como Dios: alguien omnipresente que todo lo ve y con el poder necesario para ayudar a los hombres en su misión. 

Reaper a su vez debe lidiar con su mujer vegana (esto utilizado como broma, pero también como recurso político) a punto de parir y un grupo de soldados imbéciles e irresponsables que no responden a absolutamente nada más que ver a su equipo de básquet en una pantalla de TV en la misma base. Esto a su vez espeja el proceder de unos soldados con otros: en ambas pantallas vemos el accionar de un grupo de hombres (en una un equipo de básquet, en otra el equipo militar), con la diferencia de que unos idolatran a unos “falsos héroes” y en otra, confinada al oficio que los atraviesa y define ante las circunstancias, los verdaderos héroes. Los anónimos. Los que nadie llega a conocer, ni buscan reconocimientos mayores al de poder cumplir con su trabajo. La llamada sociedad secreta (harto entendida en la teoría de Ángel Faretta) que debe operar bajo un anonimato e influjo de profesionalidad contra una maldad idéntica a ésta en cuanto secreta se mantiene, es decir, oculta, siempre bajo una “pantalla” pública (nunca mejor aplicado el término cuando tenemos, ante la pantalla cinematográfica a un personaje que se transforma en un Dios panteista que todo lo ve gracias a otra pantalla). 

Rescate imposible así opera de la misma manera: una película que disfraza su compleja naturaleza esotérica en una superficie exotérica simple, en mera pose de película de acción pura y dura que entretiene y poco más que eso. Esconde así su verdadera fachada secreta a la espera de ser descubierta por los más atentos espectadores, sin apelar a gritos que la delaten, ni subrayados que la puedan subyugar. A simple vista se la puede comparar con alguna que otra película de acción de la década de los 80. Aquel que nació bajo las narices del conservadurismo de derecha Reganiano y terminó transformando el género totalmente con obras maestras como Depredador (1987) o Duro de matar (1988), ambas de John McTiernan y en donde se podía apreciar una compleja construcción tras una historia sencilla de acción espectacular.

Rescate imposible apela a esta misma clase de narración: su constructo, siempre funcional a su proceder narrativo, es decir el de su primera historia, vuelve todo una ilimitada fuente de interpretaciones que interpelan a la atención absoluta. No nos olvidemos de que esta no es sólo una película de acción sobre rescates y supervivencia, es, además, un viaje iniciático de un jóven que se hace hombre a la fuerza gracias a su oficio y que debe entender que para ello deberá sangrar hasta las últimas consecuencias y en ese derrotero encontrar finalmente la redención. En ese espectro, el film responde ante varios elementos políticos que ganan por su brillante economía y no por acumulación o exclamación. Tenemos de ejemplo la brillante escena de la tortura que resuelve parte de su visión del mundo mediante un par de representaciones y un eficiente montaje paralelo: por una parte tenemos a Reaper haciéndole las compras a su mujer, bajo estrictos productos de consumo vegano. Por otra parte tenemos al soldado Playboy que es sometido a todo tipo de torturas en ese espacio salpicado de violencia extrema. Ambas situaciones se corresponden, se entrelazan en su carrera por el “salvemos el mundo”, pero, claramente, vistos desde prismas totalmente opuestos. Lo que un grupo de la sociedad cree que es la respuesta a gran parte de los males en este mundo, el montaje, sumamente inteligente, responde mediante las acciones descritas en él. Otra vez, sin alegorías, subrayados, ni maliciosas intenciones. Cada secuencia alimenta de forma exponencial a la otra, empleando la acción espectacular como forma medular. 

No por nada todo cierra, casi, casi a la perfección. Veamos sinó: uno de sus compañeros se llama Bishop, que traducido del inglés significa “Obispo”. Este personaje, en un momento determinado, detiene la marcha del grupo cuando aún no llegan a su destino. Con total solemnidad e intimidante comunicación, le dice a nuestro protagonista, Playboy, que cuando la tecnología, las máquinas y toda la parafernalia moderna de la que dependen no pueda ayudar, cuando de sus armas se despoje, sólo puede sucumbir ante el atavismo salvaje que caracteriza al hombre. Cuerpo a cuerpo, sin armas de fuego que lo apañen, sin drones que vengan al rescate, sólo ante el enemigo. Un acto de primitivismo siempre latente que halla la forma de manifestarse como una verdad contenida, reprimida, oculta. De ésta forma, Bishop se transforma en ese “Obispo” al que alude su nombre: el que baja una verdad divina, una verdad dura, pero verdad al fin de cuentas. Por su parte, los Obispos son los sucesores de los apóstoles. Se encargan de enseñar el mensaje de Jesús y guíar a sus discípulos, ellos consagran su vida a la Iglesia y dirigen al resto de los cristianos. Por eso será el más digno de los tres que acompañan a Playboy: y aquel que habla con verdad, tiene ganado el cielo, la trascendencia. La verdad con la que habla este personaje se contrapone ante el trato condescendiente que recibe Playboy por parte de los otros dos soldados. Bishop, que al principio se muestra reacio al joven, totalmente cínico ante su presencia, será herido y posteriormente secuestrado por el enemigo. Abel (Luke Hemsworth, que curiosamente es interpretado por el hermano del protagonista y que no mucho tiene que ver con la historia Bíblica de Caín y Abel) es el primero en caer del grupo. Sugar, en tanto, es dado por muerto. 

Playboy, aparentemente último sobreviviente, que intenta escapar bajo las coordenadas que Reaper le da y que consiste en subir a lo alto de una montaña para ser rescatado por un helicóptero, no logra concretar dicho escape. No sólo porque un grupo armado de hombres se presenta en el lugar y esto trunca el acto. Sino porque simbólicamente responde a quien aún no está listo para elevarse, el que aún no logró encontrar la trascendencia. Aquel que no es digno. Y como Bishop predijo, convertido así en el arcano Hierofante (el sacerdote mensajero de Dios, el que baja su mensaje traducido como sabiduría), con total sinceridad al joven Playboy, el hombre no puede siempre depender de la tecnología o cualquier otro aparato moderno para combatir. Por eso el protagonista se irá despojando de todo aquello que lo respalda como soldado: desde sus armas hasta sus aparatos de comunicación con la base y en consecuencia, el dron que los resguarda con artillería pesada. Y cuando ésto suceda y se vea abatido por las circunstancias, sólo queda en primera instancia, como último recurso, retroceder hacia lo más primitivo y salvaje de su (nuestro) ser: Playboy es secuestrado y torturado, sin ropa, despojado de todo aquello que cargaba, confinado a un espacio subterráneo, a lo más bajo, encerrado en una jaula que llena de sentido la catábasis final y transformadora del personaje: si en una jaula será confinado, en animal entonces se transformará. 

Al final, cuando intentan sacarle información, ahogandolo en una bañera, el deadline de la película (el dron dejará caer, en poco tiempo, una bomba en el mismo lugar donde permanece en cautiverio sin poder abortar la acción) pasa a ser el elemento final que ayude en su transmutación total: las bombas caen, el fuego arrasa con todo, a excepción de él, que se refugia en la bañera llena de agua. Esto esclarece la función de renacimiento del personaje (que se materializa simbólicamente con el agua) además de su transformación absoluta: el fuego, transmutador antes mencionado, convierte al jóven en un fénix que renace como otra cosa. Y despojado de sus armas, de toda tecnología y modernidad, tal como Bishop predijo, emplea el arma que caracteriza al verdugo y jefe del enemigo, un enorme machete a su vez que espada simbólica, para rematarlo de la forma más salvaje, en un acto primitivo de supervivencia que lo trasladan no sólo a un espacio físico subterráneo, bajo, hondo, también introspectivo en lo más profundo de su ser. El machete, utilizado para decapitar fríamente a una mujer y otras personas más, adquiere una tara significativa al ser empleada por Playboy: la transmutación lo lleva a cometer un acto de violencia terrible, de justicia poética también y que pone al joven a la altura de ese monstruoso y peligroso enemigo. En todo caso, las circunstancias llevan a Playboy a espejar la barbarie de su enemigo o a convertirse en un verdadero hombre. Ya no es más ese jóven temeroso que se debate entre los Froot Loops y Zucaritas. 

De esta manera, como única salida posible, rescata al agente de la CIA y salva al único digno de sus compañeros: Bishop, aquel que no escatimó en revelarle la verdad y por ello tenía ganado el cielo. Y una vez que ambos son dignos de ir hacia la trascendencia, son rescatados por el helicóptero, que los lleva a los cielos, ese espacio donde todos los héroes deberían de pertenecer. 

(Estados Unidos, 2024)

Dirección: William Eubank. Guion: David Frigerio, William Eubank. Elenco: Liam Hemsworth, Russell Crowe, Luke Hemsworth, Ricky Whittle, Milo Ventimiglia, Chika Ikogwe, Daniel MacPherson. Producción: William Eubank, Mark Fasano, Arianne Fraser, David Frigerio, Michael Jefferson, Petr Jákl, Nathan Klingher, Ryan Winterstern. Duración: 113 minutos.

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