Tumulto en el Amazonas.
En el Hollywood contemporáneo son prácticamente nulos los proyectos de animación destinados al gran público que reflejen el ideario y/ o la sensibilidad de los responsables circunstanciales. Si bien es necesario señalar que este es el patrón estándar y que la maquinaria industrial por momentos nos colma la paciencia con su andanada de productos genéricos y clones disfuncionales, también debemos destacar la labor de cineastas como Carlos Saldanha, un brasileño que pudiendo haberse quedado en la apuesta a seguro de fórmulas patentadas, por el contrario decidió torcer el volante y probar suerte con una realización tan exitosa a nivel artístico como en lo que respecta a su desempeño en taquilla.
La carrera del susodicho por ahora se reduce a dos franquicias y una propuesta deficitaria, la bienintencionada pero olvidable Robots (2005), y precisamente en el primer escalafón radican los méritos del caso en cuestión: utilizando los “capitales simbólicos” adquiridos a partir de la saga de La Era de Hielo (Ice Age), convenció a los popes de Blue Sky Studios y Twentieth Century Fox para que le financien esa oda encantadora a su patria intitulada Rio (2011). Hoy la secuela cae apenas por debajo de la original, principalmente porque desapareció el inefable “factor sorpresa”, aunque ramifica el devenir con lucidez, ofrece una estructura por demás inesperada y continúa manteniendo un muy buen nivel general.
Mientras que la primera era un verdadero festín visual con un “núcleo tierno” basado en la configuración narrativa de las “parejas desparejas”, este nuevo eslabón retoma también un engranaje prototípico de las comedias clásicas: en esta oportunidad se opta por una mixtura entre un cambio abrupto de localización y un viaje colectivo/ en paralelo con vistas a un mega encuentro final. Así las cosas, un tumulto de animales antropomorfizados abandonan las playas cariocas para dirigirse al corazón del Amazonas con motivo del hallazgo de una bandada de guacamayos azules, considerados extintos hasta ese momento, y de paso detener la tala indiscriminada de árboles a lo largo de toda la extensión de la selva virgen.
Resultan prodigiosos los mecanismos que el guión pone en juego para edificar un “caos controlado” que acumula planteos cada vez más jocosos: Linda y Tulio son secuestrados por el villano humano de turno luego de aparecer en televisión anunciando su gran descubrimiento, Perla arrastra a Blu y su familia en pos de reencontrarse con su “tribu”, Pedro y Nico están obsesionados con organizar un casting para hallar a la futura estrella del próximo carnaval, la cacatúa Nigel quiere vengarse de Blu y a la vez soporta el “amor a la distancia” de la ranita venenosa Gabi, y para colmo Eduardo, el padre de Perla, no confía demasiado en su yerno, un amante de los sanguinarios hombres al que acusa de “mascota”.
Una fotografía de colores pasteles, fondos exquisitamente construidos, una estética de caricatura y canciones mordaces constituyen el marco de un relato de raigambre ecologista, en el que el desfasaje entre el atolondrado protagonista y su entorno inmediato vuelve a ser la vedette dramática. Superponiendo subtramas y apilando personajes a diestra y siniestra, Saldanha consigue una obra osada y querible que escapa a la tradicional “mediocridad prolija” de las continuaciones mainstream. Aquí los verdes furiosos y la comedia de situaciones se dan la mano con la farsa descabellada, los toques de crisis conyugal, el homenaje al terruño del director y las ironías varias sobre los arquetipos involucrados…
Por Emiliano Fernández