Realmente el 31 de Octubre es Halloween. Aunque coman caramelos y salgan de levante a fiestas de disfraces, desde 1993 es una fecha de terror y punto, sin más colores; desde entonces es una verdadera pena.
Esa noche se moría de una sobredosis River Phoenix, a los 23 años, dejando viuda a una generación entera. En su corta vida tuvo tiempo para hacer una lista larguísima de películas increíbles, mucha música, vivir en la vía rápida y conocer el lado oscuro… En fin: dejar una huella eterna en la cultura pop.
Para combatir la inmensa pena que nos entra al acordarnos de su muerte, viene siempre bien repasar su filmografía. Aquí tienen un caprichoso Laurita´s pick de lo mejor de esta leyenda, cuyo único orden es sentimental y cronológico.
Empezó tímidamente en Los Exploradores, una aventura espacial para chicos que seguro todos recordamos como los primeros alquileres en el videoclub ochentero. Perfilaba estrellita light tipo su coequíper Ethan Hawke, pero le voló la cabeza a todo el mundo en el indiscutido clásico Cuenta Conmigo, robándose la película con su tremendo Chris Chambers, el héroe rural que en el fondo, es un pibe como todos. El mismo año compartió cartel en La Costa Mosquito, con otra maravilla: Harrison Ford. Juntos se fueron al medio de la jungla a construir una fábrica de hielo. De paso conoció a su novia, Martha Plimpton, la increíble Goonie de gafas (que entre y una cosa y otra tiene su lugar en nuestro Panteón de Heroínas).
Nos robó el corazón, de lindo nomás, en una cinta correcta pero olvidable, Jimmy Reardon. Pero, ¿hora y media de River haciéndonos creer que es un playboy reformado por amor (a nosotras)? Compramos la cantidad de entradas que haga falta, sí señor.
Después nada menos que cumplió el sueño de todos (el mío, seguro) interpretando a un joven, ultra valiente y cabrón Indy en Indiana Jones y la Última Cruzada, trepándose a un tren y peleando contra los leones, y de todo eso salió más lindo que nunca y con la legendaria cicatriz en el mentón. Imperdible.
Se suele recordar Mi Mundo Privado como el gran lanzamiento de 1991. Puede que las desventuras de un hustler del Mid West con guión de Gus Van Sant le parezca relevante a todo el mundo, pero a mi humilde gusto la perla escondida de ese año es La Fiesta de las Feas: un grupo de marineros a punto de ser enviados a Vietnam pasan su última noche en San Francisco. Tienen un juego cruel; gana un premio el que encuentre a la mujer más fea. Lanzado a la ciudad, decidido a ganar pero sin demasiadas ideas, Eddie Birdlace se enamora de Rose (impecablemente interpretada por otra heroína, Lili Taylor). Una historia de amor pequeña en todo sentido: corta, barata, intrascendente, trágica, que se cuenta entre nuestras favoritas del género. Otra vez, River supo cómo se trata a una chica decente.
Siempre es divertido pensar en Héroes por Azar; una de espías de esas que se pusieron de moda un ratito en los noventa, sin mucha vuelta ni rareza pero con un elenco tremendo. River hacía de un desfachatado hacker que lo único que pide como recompensa es el teléfono de la Oficial del FBI que viene a buscarlo. Ella se lo da, claro.
Una Cosa Llamada Amor fue la última película que rodó. Es imposible que no nos guste, aunque por todas las razones equivocadas: básicamente, es una película de pijama party. Sin embargo, ¿dónde si no hemos de ver las películas de Phoenix? Hasta la música country mainstream sonaba bien. No me pregunten cómo. Él es un pre-héroe local de la música al que no se puede para de mirar. Después de eso salió Silent Tongue, de Sam Shepard, que había llegado a filmar antes, pero que estrenaron después.
Se lo extraña muchísimo. Vivo y muerto, fue Brando, fue Dean, fue Elvis y los Beatles. Fue el mejor actor de su generación y estableció nuevos estándares para ganarse dicho título. Lo tenía todo: un talento sin límites, era lindo en todos los niveles conocidos y por inventar; sensible, inteligente, astutísimo para elegir roles. Le habían puesto River Jude, leyendo a Hesse y por la canción de los Beatles. Locas, nos volvió. Locas.