Llamen a Kurt Russell…
En su autobiografía, Mientras Escribo, Stephen King admite que sus novelas menos exitosas fueron aquellas que se quedaron solamente en la premisa. O sea, cuando uno escribe lo primero que surge es una idea. Esa idea hay que saber cómo desarrollarla, para que la premisa no se convierta en toda la película en sí, y en caso de ser así, que el resto de la obra no sea una explicación de aquella premisa.
Pongamos un ejemplo concreto. Hace varios años, el aún ignoto Jonathan Mostow filma Sin Rastro, un interesante film con Kurt Russell, donde un hombre pierde a su esposa después de que ella va a buscar ayuda, tras un accidente que ambos tienen en la ruta. Cuando pasan varias horas y sin saber nada de su mujer, el hombre va a buscarla y las personas que supuestamente la ayudaron no se acuerdan de ninguno de los dos. La premisa era interesante ya que cuestionaba la propia realidad y estado mental del protagonista. ¿Hasta dónde está siendo engañado el personaje y/ o dónde comienza la manipulación hacia el espectador? Lamentablemente Mostow decidió virar hacia la solución más fácil y el final era el más coherente y verosímil que se podía encontrar en los manuales del thriller clásico hollywoodense. O sea, la premisa era buena, la resolución… básica.
Séptimo, segunda obra de Amezcua, parece inspirarse en la película de Mostow en todo sentido, desde la premisa hasta la resolución, y esto convierte a esta suerte de thriller en un film demasiado básico. Al principio todo arranca más o menos interesante. Conocemos a Sebastián, un abogado involucrado en un caso de sindicatos muy importante. Enseguida vamos vislumbrando que el protagonista vive bajo presiones laborales. En un momento dado, jugando una carrera con sus hijos, los mismos desaparecen entre el séptimo piso y la planta baja. Sin dar pie a ninguna punta sobrenatural, lo primero que hace el director es mostrarnos posibles sospechosos que hayan podido conspirar contra Sebastián. Desde el portero -obviamente sospechoso, sobre todo por razones extra cinematográficas hoy en día, pero no se puede echar la culpa al director de esto- hasta el capo de un sindicato, pasando por los vecinos e incluso la mujer de Sebastián, que está a punto de divorciarse de él. De esta forma, lo que podría haber sido un thriller sobrenatural, ambiguo, sobre la cordura de un personaje, se transforma en un convencional whodidit -de esos que odiaba Alfred Hitchcock- con vueltas previsibles y demasiado verosímiles en el contexto de un culebrón.
El fuerte de Amezcua es que logra mantener la tensión, al menos durante una hora, poniendo el peso en pocos elementos que funcionan adecuadamente. En primer lugar, el hecho de que la acción no salga del edificio. El espacio es un protagonista más. Resulta atractivo el escenario, ya sea por su clásica construcción española como por el hecho de que tiene cierta similitud con los edificios que le atraen a Roman Polanski. De hecho, Amezcua parece haberse inspirado en varios tramos en Búsqueda Frenética. Se genera una conciente sensación de claustrofobia que ayuda a mantener el suspenso. En segundo lugar, Ricardo Darín. En una interpretación que recuerda un poco a la que hizo en Perdido por Perdido, el protagonista logra contagiar la intensidad necesidad para que el espectador sienta empatía y a la vez se inquiete con él. Exceptuando una sola escena -de manera justificada- Darín está en cada plano del film. La española Belén Rueda, también consigue transmitir la preocupación necesaria para lograr la empatía con el público. Por último, la transparencia de la narración audiovisual. Si bien, el director intenta no dar demasiadas pistas sobre la resolución final, nutre a la película de cierta honestidad. No vemos nada que no se nos haya presentado. No hay incoherencias narrativas. Todo cierra en forma lógica, y en ese mecanismo perfecto -donde solamente se pueden cuestionar algunos detalles arbitrarios- es donde el film termina siendo anecdótico nomás. Se trata de un juego simple donde se van eliminando las x, y la explicación más obvia termina siendo la indicada. Es verdad que se arma un rollo demasiado grande, de algo que se pudo haber solucionado en forma más diplomática, pero sino no habría película.
Aún con sus lugares comunes y frases hechas, fallas en la dirección de actores -el comportamiento de los niños es demasiado ingenuo, y eso es error de guión y entrenamiento interpretativo- Séptimo es una obra que se deja ver sin demasiadas pretensiones. Apenas un thriller bien ejecutado desde la dirección, donde la premisa le gana una vez más a la historia.
Por Rodolfo Weisskirch