A Sala Llena

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Ser el Pastor

Ser el Pastor

Acá estoy, de vuelta de ver American Sniper (me rehúso a llamarla Francotirador, porque con ese nombre hay una sola película y es la de Cimino). Vengo de llorar un buen rato, y cuando digo un buen rato me refiero a tener que apoyarme en una hilera de butacas y volver a sentarme porque las piernas se me habían aflojado y no podía contener el llanto, mientras tratábamos de salir del cine. Y ese no fue el único momento, varias veces a lo largo de la cinta no pude contenerme. Hablo de llorar como cuando éramos chiquitos, no de lagrimear con añoranza, o estupefacción. Llorar con el cuerpo contraído y la mueca payasesca torciéndonos los labios. Con lágrimas ardientes y sollozos imposibles de ahogar.

Me tomé buen tiempo para ir a verla, porque sabía que iba a afectarme. Que iba a atravesarme, y tuve razón. El film me traspasó por completo. Como una especie de fantasma ardiente, con quien me topé en un pasadizo, y eligió seguir su camino a través de mí. Y aquí estoy, ahora, recogiendo pensamientos y viendo si me quedan o no patitos en fila en la cabeza. Nunca tuve demasiados, pero siento que cada vez van quedando menos.

Entre ayer a la noche y hoy a la tarde, me mastiqué de a poquito una pastilla de Rivotril. Ayer porque me sentía desdoblada, atemorizada, paranoica y agonizante: me mastiqué un cuartito. Y hoy, apenas empezó la película, saqué el resto de pastilla de mi billetera, y fui desmenuzando lo que quedaba.

No se equivoquen, no vivo empastada. Llevo esos pequeños amuletos dentro de mi cartera, para cuando de verdad la estoy pasando muy mal. Y esos episodios se han espaciado notablemente. De hecho, he llegado a pasar un año entero sin probar una sola de las pastillitas rosadas. Pero están siempre ahí, en mi cartera, como un talismán contra los espíritus intensos y los malos sueños. Y la película que pude ver hoy, indudablemente, tiene un espíritu intenso, poderoso y cazador.

Antes que nada quiero aclarar algunas cosas: uno, la cinta es monumental. Es la viva prueba de que Eastwood es un maldito genio cinematográfico. Dos, sí vi el muñeco y no, no me importó en lo más mínimo. Incluso celebré el artificio que me recordaba que estaba viendo una película, porque durante demasiado tiempo, mi mente no podía salir de la idea de que todo aquello había sucedido. El muñeco me recordó que más allá de su base en hechos reales, lo que yo estaba viendo era un film. Tres, no me pareció una cinta patriotérica, pontificadora o emuladora de la ideología del director. Todo lo contrario. La sentí un retrato descarnado y casi cruel. De verdad no entiendo a aquellos que vieron en los ojos de Clint, la intención de pintar a Chris Kyle como a un héroe. Aun sabiendo que el viejo es un republicano recalcitrante, no puedo, de verdad no puedo, ver eso en esta película.

No, no. Lo que yo vi retratado en esa cinta, fue a un hombre incapaz de pensar ni un segundo, por fuera del rol que le tocaba interpretar en el devenir. Una vida, una existencia, un sentido, que él veía de una sola y absoluta manera.

Desde que su padre lo adoctrina con el hecho de que hay tres tipos de personas en el mundo, los lobos, las ovejas y los pastores. Y enfatiza el hecho de que él no está criando ovejas y que jamás le permitirá ser un lobo, no hay otro camino factible para este tipo, que el camino del pastor. Y el pastor cuida de sus ovejas, siempre. Y una vez identificado el lobo, lo único que debe hacer, es matarlo.

¿Para qué vivimos? Cómo puede ser que sigamos interpretando a la muerte como a una tragedia, cuando es la cosa más común que jamás nos sucederá. La única cosa que nos hermana verdaderamente. Hoy miraba esta película y pensaba: nada tiene sentido, nada lo tiene. Cada noción que creemos decodificar, cada significado que imaginamos aprehender, se deshace en la arena que somos, en el polvo que somos, en esta repetición ridícula de individualidades y gestos y belleza pasmosa que somos. Se deshace en la carne y las venas y los ojos iguales que somos. Y eso me doblaba de tristeza.

Nuestra identidad, nuestro bando, nuestro nombre, se desharán por completo mientras el universo se ríe de un chiste que jamás entenderemos. Un chiste creado para que ría una raza que no conocemos, que no mensuramos, que no podemos siquiera imaginar. Para que ría una partícula no encontrada, no vista, no intuida.

Mientras miraba a Bradley Cooper en la piel de Kyle, haciendo su gestión apabullante, pensaba que sentía envidia de él. Que sentía envidia de ese soldado que tenía las cosas tan claras, sin una sombra de duda en su obrar, sin un solo momento de repregunta, de vacilación, de análisis. Él sabía cuál era su lugar, cuál era su misión, cuál era su deber y su destino. Sabía dónde estaba el mal, lo distinguía y lo masacraba. Ni por un solo segundo pensó que él mismo podía ser el mal. Jamás siquiera lo sopesó. Y cuando uno de sus compañeros muerto en batalla lo hizo, dejando una carta desgarradora detrás, enunciando que no podía entender qué era lo que estaba haciendo, que no le encontraba sentido a la matanza, Kyle ni siquiera se permitió una reflexión. Con una sentencia terminó con todo. No era la guerra, no era el enemigo lo que había acabado con la vida de su amigo; era aquella carta en la que el horror se le había presentado y lo había vuelto débil. Su amigo se había dejado ir.

Wow, pensé, debe ser muy tranquilizador no tener que entender nada más que lo que te dieron en el plato, que lo que te alimentaron, que lo que te adoctrinaron. ¡Dios, Patria, Familia! Y allí está todo el asunto, todo el secreto, el mapa de lo que debés ser, hacer y significar por el resto de tus días. Debe ser maravilloso entender cuál es el lugar que ocupás en el mundo. Aun cuando ese lugar, desde la mirada ajena sea una aberración.

Y si hay algo de lo que esta película habla a gritos, es de la mirada ajena.

El mal desde la propia mirada, y el mal desde la mirada espejada del enemigo. La percepción como única verdad posible, como única realidad positivamente constituida. La construcción del relato con la omnipotencia de la omnisciencia. El relato por sobre la moral del personaje y su visión sesgada. El relato irguiéndose prepotente, casi condescendiente, por sobre sus actores cruciales y sus lemas vitales: “Yo soy el bien, vos sos el mal. Y no hay nada que nadie pueda ponerme adelante, que me haga descreer de esta verdad con la que fui construido.”

American Sniper es una tragedia. Es la tragedia de la existencia. Esa tragedia que los griegos conocían tan bien y que hermanaban con la comedia porque sabían que eran la misma cosa. Esa cosa que se teje del mismo material, pero que la percepción elige emplazar de manera diferente. ¿Para qué? Para poder seguir viviendo. Porque a cada rato se mata, porque a cada rato se muere y porque a cada rato se olvida.

¿Es acaso tan difícil imaginar qué hace que un hombre se convierta en una máquina de matar? Claro que no. Porque los hombres son máquinas de matar. Esa aberración de clase media con la que nos gusta inmolarnos a la hora de juzgar a un personaje como este, es solamente la manera que tenemos los que no estamos “parados en el muro”, de mantener alejada nuestra naturaleza monstruosa. Alejada, alienada y enajenada.

Debe ser tan aliviador sentir que tenemos algún propósito real, algún sentido. Debe ser absolutamente magnífico rendirse a ese espejismo. ¿Puede culparse a Kyle por eso? Los hombres que él salvó lo ven como a un héroe, como a un ángel protector. Y aquellos a los que mató se constituyen en la prueba fehaciente de que fue un asesino, un monstruo. Y entonces, el bien y el mal vuelven a ser solo una cuestión de percepción. Y la única verdad a la que puede accederse es al hecho de que Chris Kyle fue solo un hombre.

Hay una cosa que sé: no quiero morir. Pero si me preguntan para qué quiero vivir, la cuestión se me vuelve un poco más complicada. Para amar, seguro. Y para entender, tal vez. Si tan solo eso fuera posible.

Yo no sé quién soy y no sé qué rol se supone que debo llenar. Y eso de verdad es algo difícil de capear. Supongo que a veces soy el lobo, muchas la oveja, y algunas el pastor.

Lo que sí espero que no me toque ser nunca, es el verdugo de nadie. Pero, ustedes saben cómo es esto, es sólo cuestión de encontrar una sola razón por la que valga la pena matar. Y, si me lo preguntan, a mi lado en la cama duerme la mía.

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