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CRÍTICAS - CINE

Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos (Shang-Chi and the Leyend of the Ten Rings)

UN CUENTO DE HADAS Y UN CUENTO DE ADULTOS

Es conmovedor, a veces, ver cómo Hollywood corteja el mercado más importante del cine actual, el chino. Produce films de gran presupuesto que intentan llegar a ese público -y al asiático en general- con historias e iconografías que les sean más inmediatas. Sería igual un poco ocioso hacer las cuentas, pero en geneal en China funcionan mejor las películas más americanas que el falso “asianismo” que se cuela en cosas como Mulan, por ejemplo. Los chinos, dicho sea de paso, ya resolvieron el tema del megatanque con sus propios productos. Pero esa es otra historia. Sin embargo, a veces este intento comercial da buen resultado en lo estético. El caso es Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos, que es además un paso más en lo que podemos llamar “traducción superheroica”.

Una de las fuerzas más importantes del cine de hoy es Marvel, comprado por Disney. No es trivial la unión entre ambas porque Disney tiene no solo un esquema comercial muy acerado, sino también una ideología donde la crueldad y la maldad están equilibradas por la posibilidad cierta del bien en el mundo. No seamos ingenuos: esto no implica que cualquier producto ensamblado sobre estos ejes sea necesariamente “bueno”, pero sí deja de lado la épica del perdedor a la hora de generar relatos épicos. La secuencia de Avenges-Endgame en la que todos los superhéroes revividos aparecen para acompañar a un solitario e eastwoodeano Capitan América es emocionante por eso mismo: la idea de que el bueno no está solo. Claro, aparece el pequeño problema de qué es lo bueno y qué lo malo.

Es un problema complejo: hoy no hay villanos. Thanos, el más malo de los malos recientes, es en realidad alguien bien intencionado al que las ideas le queman la cabeza. No hay maldad verdadera, salvo quizás cuando decide se cruel por cansancio. Casi todas las películas de aventuras de los últimos años se encargan de que el villano sea alguien equivocado, no alguien expresamente malo. Un “producto social”, digamos. Merece un ensayo largo este problema, pero en todo caso se trata de una restricción solo en ocasiones sorteada por el cine de terror. En todo caso, Shang-Chifunciona justamente por eso: porque el verdadero cuento, el motor de la película, es el del villano y el de la villanía.

Se requiere para eso un actor. Ese actor es Tony Leung, que interpreta a un guerrero que halla un arma poderosísima que le confiere inmortalidad (los Diez Anillos del título) y que, tras haber conquistado todo, va en busca de una tierra fabulosa. Eso lo lleva a encontrar el amor y abandonar el poder para ser padre de familia y enamorado esposo. La mujer muere (se sabe después que por una venganza) y el hombre, resentido y empujado por ciertas voces, cree que puede revivirla. Su hijo se ha apartado del camino mafioso del padre, pero vuelve a encontrarlo y luego, enfrentarlo. Hay un mal, absoluto y terrible, que manipula este melodrama de padres e hijos (también hay una hermana). Pero finalmente ese “mal” está en otro lado, fuera del mundo. Aquí hay error.

Sin Tony Leung, Shang-Chi (el nombre del hijo y superhéroe que debe redimir oscuro pasado) sería  una serie de buenas y muy buenas secuencias de acción perfectamente coreografiadas (la del autobús del principio es por lejos la mejor). Con Tony Leung, y con el humor de Awkwafina, la película es otra cosa: realmente un cuento de hadas. Porque nos interesan tanto ese personaje que perdió aquello por lo que abandonó el poder -y no pudo conservar esa paz- como esa chica que es testigo de lo maravilloso y cuyo humor es una defensa constante ante la andanada de lo imposible. Esos dos personajes tienen no solo realidad sino, sobre todo, verdad: el hombre alcanzado por el destino, el testigo de lo maravilloso.

La decisión de que esos dos polos sean los que permiten ver el supuesto cuento central -el del superhéroe propiamente dicho- es un giro muy sutil en el cine de superhéroes. Hasta ahora, siempre se nos colocaba en la posición de identificarnos con el héroe. Aquí volvemos al lugar del testigo. El problema de “ser el héroe” es que, por rigores del género, será superpoderoso, no morirá salvo para sacrificarse en última instancia. Es un relato más bien adolescente. Pero en Shang-Chi el verdadero cuento es uno adulto: el de un padre que no sabe volver a serlo, el de un hijo que quiere ser mejor que el padre. Es el melodrama en estado puro y es el ingrediete verdadero de la “traducción”.

Porque -de esto hemos hablado en alguna otra parte- la estrategia al menos comercial de Marvel consiste en tomar un género o un tipo de películas y “traducirlas” al supragénero “superhéroes”. Sobran ejemplos: Guardianes de la Galaxiaes Star Wars (y cine ochentoso) por otros medios; Ant-Man es comedia de robos; Soldado de Invierno es thriller político de los setenta; Spider-Man es coming-of-age; Capitán América es aventuras clásicas de los 40; y hay mucho de comedia romántica en Ant-Man and The Wasp. Pero Shang-Chi es, además de una traducción del wuxia y la comedia de patadas a lo Jackie Chan a los superpoderes, una cosa sutilmente nueva: la cara humana y adulta, aunque llena de fantasía infantil, de los dilemas del poder. Veremos cómo sigue.

Permitida su reproducción total o parcial, citando la fuente.

(Estados Unidos, Australia, 2021)

Dirección: Crestin Daniel Cretton. Guion: Dave Callahan, Destin Daniel Cretton, Andrew Lanham. Elenco: Simu Liu, Awkwafina, Tony Leung, Ben Kingsley, Michelle Yeoh. Producción: Kevin Feige, Jonathan Schwartz. Duración: 132 minutos.

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